Alberto Alonso

Es, probablemente, el más significativo coreógrafo cubano del siglo XX. Fue uno de los pioneros de nuestro ballet.

El milagro cubano del ballet no es tal milagro: se sustenta, sobre todo, en el esfuerzo y el talento de los fundadores de ese arte en Cuba: Alberto Alonso entre ellos.

Ya se ha hecho lugar común la afirmación de que la escuela cubana de ballet tiene tres pilares: una bailarina, Alicia Alonso; un maestro, Fernando Alonso; y un coreógrafo, Alberto Alonso.

Así dicho puede parecer adecuado, pero la realidad es que el ejercicio creativo y profesional de esas tres figuras va más allá de esa definición elemental.

Alberto Alonso, por ejemplo, fue más que un coreógrafo. Fue, en el más amplio sentido de la palabra, un pionero.

Todo parece indicar que fue el primer cubano que recibió clases de ballet, al iniciar sus estudios en 1933. En 1935 asumió el rol protagonista del ballet Coppèlia y se convirtió en el primer partenaire de la entonces jovencísima Alicia Alonso.

Posteriormente comienza a bailar con el Ballet Ruso de Monte Carlo, y es por tanto el primer cubano bailarín profesional.

En esa compañía, Alberto Alonso trabajó directamente con grandes coreógrafos, como Fokin, Massine y Balanchine, Lifar. Fue testigo del montaje de clásicos del ballet del siglo XX: Petroushka, El gallo de oro, Shéhérazade…

En su carrera como intérprete hay otro hito para la danza nacional: fue el primer cubano que alcanzó la categoría de primer bailarín del Ballet Theater of New York, justo cuando bailó Fancy Free en la temporada 1944-45.

No se puede obviar su labor pedagógica. Cuando regresó a Cuba, a principios de la década del 40, dirigió la Escuela de Baile de la Sociedad Pro Arte Musical (puntal de los primeros pasos del ballet cubano y a la que su familia siempre estuvo muy vinculada).

Es precisamente en esos años cuando comienza a incursionar en el arte coreográfico. En 1942 crea Preludios, considerada la primera coreografía cubana. Pero quizás mucho más significativo fue Antes del alba, el primer ballet con temática esencialmente cubana, que bebió de temas sociales y utilizó ritmos musicales del acervo folclórico y popular de la nación.

El Museo Nacional de la Danza exhibe por estos días una exposición dedicada a esa importante creación.

Pero, sin discusión alguna, su más célebre aporte fue Carmen, pieza emblemática del movimiento coreográfico cubano. La creó para la primera bailarina rusa Maya Plisetskaya, que la estrenó con el Ballet Bolshoi (de hecho, Alberto Alonso fue también el primer cubano que coreografió para ese célebre elenco).

Alicia Alonso, casi al unísono, estrenó ese personaje con el Ballet Nacional de Cuba (Alberto había trabajado con ella a la hora de concebirlo), y desde entonces Carmen es símbolo de nuestra danza.

Espacio y movimiento, El güije, El solar… fueron muchas las obras del maestro. Y no solo para el Ballet Nacional de Cuba, sino para compañías de Rusia, Bulgaria, Estados Unidos, México, Italia, Alemania…

Su espectro fue amplísimo, desde el punto de vista estilístico y también desde el meramente formal: creó para la televisión, el cabaret, el teatro musical y el cine.

Este 22 de mayo, cuando se cumplen cien años del nacimiento en La Habana de este artista cubano, su contribución a la cultura nacional es notable e impactante. Alberto Alonso es uno de los grandes.