En tiempos de amar llega a sus capítulos finales

En tiempos de amar llega a sus capítulos finales. Con sus altibajos ha conseguido «atrapar» a parte del público, pero ha dejado ciertas insatisfacciones…

El motor de una telenovela, el verdadero motor, son los puntos de giro. Algunos pensarán que son las peripecias, y sí, las peripecias son importantes. Para mantener la atención del auditorio hace falta que pasen cosas, muchas cosas, que los personajes no tengan tregua. Pero sin puntos de giro efectivos, la telenovela no avanza.


A En tiempos de amar no le han faltado peripecias, capítulo tras capítulo. Le han faltado puntos de giro. Que uno de los protagonistas haya estado decenas de capítulos en la misma situación, en coma en una cama de hospital, sin que cambiaran de manera contundente las circunstancias que lo rodeaban, es por lo menos arriesgado.


Lo que está sucediendo en los capítulos finales es lo que extrañábamos hace rato. Lo que sucedió durante mucho tiempo fue un regodeo en las mismas situaciones. Solo al final hemos observado ciertos cambios de rumbo; algunos se podían suponer, pero en definitiva han movido las cartas.


Algunos televidentes (con todo su derecho) tienen prejuicios con el tan llevado y traído esquema del enfrentamiento de la heroína y la villana. A nosotros nos parece que ese esquema sigue funcionando, ha sido la base de muchísimas telenovelas, malas, buenas y regulares, pero funcionales. Lo que sucede aquí es que la villana que nos ocupa —y hablamos ahora del personaje, no de la intérprete— está construida a partir de demasiados clichés, hay pocos asideros humanos, muy pocos matices.


Es difícil para una actriz, mucho más para una actriz joven, asumir el rol sin caer en los lugares comunes, en los caminos trillados.

Claro, esta telenovela es mucho más que esa «bronca», que ahora mismo está llegando a su clímax. Aquí hay un abanico de temas (sociales, familiares, culturales, educativos, económicos) que acompañan, que centran incluso, buena parte de las tramas.

 
Pero, ojo, y esta es una virtud: hay novelería. Aunque no estamos hablando de un típico folletín; los altibajos del amor marcan el devenir de la historia, bastante sazonados por esa trama de corrupción empresarial y por las disfuncionalidades recurrentes de la familia.


Resultan forzadas algunas situaciones, no del todo convincentes. Por momentos la telenovela parece desfasada, como de otra época. No significa que la lógica de la telenovela tenga que ser la lógica de la vida, pero la historia no está del todo bien contada. Y en esa manera de narrar ha influido la puesta en pantalla.


La edición, por ejemplo, ha fragmentado demasiado las líneas de sucesos. Quizás se haya querido ganar en dinamismo, pero hay escenas interrumpidas en momentos inadecuados, que después se resuelven mal… o lo que es peor, no se resuelven. No parece que muchos de esos cortes abruptos estén planteados desde el guion.


Pero la misma «coreografía» de las acciones, el movimiento de los actores, la disposición de las cámaras… muchas veces no contribuyen a crear los climas necesarios en las escenas.


Tampoco los decorados, la ambientación, que aquí resultan bastante pobres. Uno esperaría, por ejemplo, que la casa de la familia, que ha provocado tantos altercados, fuera mucho más que un pasillo y una sala arrinconada.


La fotografía es apenas funcional; la música es buena, pero no está del todo aprovechada; la iluminación es en ocasiones insuficiente o demasiado plana. En definitiva, la puesta ha quedado por debajo de las expectativas.


No obstante, En tiempos de amar ha sido una propuesta atendible. Habría que revisar los estudios de audiencia, pero parece que ha convencido a parte del público. Ahora bien, aquí hay problemas que van más allá de una telenovela específica, que son recurrentes en buena parte de la producción nacional. No está cerrado el debate.