Taladrid y Arita: la historia no contada del ICAIC

Hay parejas que han conquistado la historia. Cintio Vitier y Fina García, Agramonte y Amalia. Hay algo en la simbiosis que suponen dos personas diferentes haciéndose extraordinarias juntas. Raúl Taladrid y Araceli Herrero. Él, contador. Ella, secretaria. Tenían menos de 20 años cuando se enamoraron en la efervescencia del Partido Ortodoxo.

Por aquel entonces conocieron a Alfredo Guevara. Aún no lo sabían, pero en los próximos años lo acompañarían a fundar la industria cinematográfica cubana en el quinto piso del edificio de 23 y 12. Él manejaría la producción para llegar a realizar 12 películas cubanas al año y ella ayudaría en momentos claves de la historia del cine, como la filmación de Lucía y Memorias del subdesarrollo.

Raúl Taladrid y Araceli Herrero han permanecido en el anonimato junto a todas esas voces ocultas, sonidistas, editores, asistentes y una larga lista de personas que hace 60 años sentaron las bases del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC).

Hoy, en su casa de La Habana cerca del mar, Taladrid, en short y camisa de seda, mueve sus ojos azules en busca del recuerdo.

    “Yo entro en el ICAIC en el año 59. Venía del Ministerio de Gobernación, donde estuve unos pocos meses después que triunfó la Revolución. Comienzo como interventor de tres cines: La Rampa, Acapulco y Lido”.

Del cine eran aficionados y eso contribuyó, según Arita, a hacer más estrecha su relación con Guevara, cuando lo conocieron en la sección de cine “Nuestro Tiempo”; mientras, dentro de las actividades contra la dictadura, se reunían en casa de Marta Frayde los miembros del Partido Socialista Popular, incluido Carlos Rafael Rodríguez.

Así, en los primeros meses de 1959, Guevara le pediría a Arita, como todos le dicen, que fuera su secretaria, y Taladrid que trabajara en la empresa interventora. “Lo que sabía era de películas más o menos, pero de lo que era operar un cine no sabía nada. Había que aprender ahí”, reconoce él.

Y aprendieron juntos. De día y de noche. “Nosotros vivíamos en el ICAIC prácticamente. Sábado, domingo, 11 de la noche...”. Juntos recibían a los dirigentes que iban a ver los filmes, como a Ramiro o Fidel. En una de esas ocasiones, a su hijo, Reinaldo Taladrid se le sentó Fidel al lado. El pequeño se pasó toda la película mirándolo.

La familia hizo vida en el ICAIC. Su hijo cuenta que vivía en los pasillos, espiando filmaciones y colándose en proyecciones que le permitieron ver hasta siete películas a la semana. Quizás por ello, irremediablemente, su casa es hoy un espejo de esa vida dedicada al cine. Cuadros, libros, adornos de una toda una vida.

Raul Taladrid, durante sus declaraciones a Cubadebate.

En una de esas mesas antiguas, Taladrid toca la puerta de las memorias haciendo sonar sus largos dedos sobre la madera. Mientras, Araceli llega del mercado y acomoda algo en la cocina. “Ahí llegó Arita. Hazle una pregunta para fastidiarla, que ella tiene miedo escénico”, bromea su esposo.

Arita es conocida como la jefa de despacho de Alfredo Guevara y llegó a ser Coordinadora General del ICAIC. Como persona de confianza, Arita cuenta “cuando Humberto Solás la llamó para quejarse de que los soldados del primer cuento se negaban a desnudarse en Lucía y ella tuvo que resolverlo en el menor tiempo posible”.

Si algo también recuerda Araceli es el estar presente cuando Fidel vio por primera vez “La muerte de un burócrata” y dijo: “Así es como debe ser. Que la gente le dé a la policía, no que la policía le dé a la gente”.

Mientras, Taladrid se hacía cargo de la nacionalización de los 512 cines que había en Cuba al triunfo de la Revolución y dirigía la Distribuidora Internacional de Películas, la empresa con facultades para importar y exportar películas en Cuba. Como vicepresidente, Taladrid dirigía toda la industria del cine y viajaba por el mundo para importar filmes a la Isla. En España seleccionó La vida sigue igual y junto a Julio García Espinosa, en Japón, compraron Ichi, un éxito rotundo entre los cubanos.

En las décadas de los sesenta y setenta, también fue el “ideador, organizador y materializador de una compleja operación” para que en nuestros cines se pudieran proyectar las mejores películas producidas en Estados Unidos.

Taladrid es un tipo duro y se le nota. Manejar una industria tan grande no debe ser fácil. Economista de formación, siempre tuvo muy presente los costos que implicaban las producciones. Por ello, se buscó alguna que otra enemistad.

    “A mí me contaban los problemas, mientras no hubiera no caían en mis manos. Había gente que se recostaba por comodidad. No había presión y empecé a meterla. Como cuando un director que cuando se nubló el día organizó un juego de pelota, y cuando salió el sol, en vez de filmar, siguió jugando”.

Él, que saca una cuenta matemática hoy más rápido que nadie, tampoco olvida a quien no le habló en más de 15 años cuando lo regañó por llevarse un jarrón del utilitario de una película.

Incluso así, lo reconoce, “esos años fueron los mejores de mi vida. Los más fructíferos de mi desarrollo, político e intelectual”. Trabajar con Alfredo Guevara “era fácil y difícil, pero él nos tenía mucha confianza”.

Raúl Taladrid y Araceli Herrero han permanecido en el anonimato de una larga lista de personas que hace 60 años sentaron las bases ICAIC

En 1973 Taladrid y Arita salen del ICAIC. Él llegó a ser viceministro del entonces Ministerio de Inversión Extranjera y Colaboración Económica y ella, asesora política de Carlos Rafael Rodríguez, entonces vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros.

Pero hablar sobre ellos mismos les cuesta. Araceli se niega y Taladrid alega que contar más seria darse “autobombo”. No obstante, le gusta saber qué piensan de él. Antes de salir, nos pregunta que nos pareció la entrevista, como si hubiéramos visto una película. Pero la vimos, la historia del ICAIC, la historia de sus vidas, la historia de una pareja que encierra más de lo que nos dejan ver, y que atesora cada noche parte de la memoria histórica de la cinematografía cubana.

El libro “Convergencias, ¡6 décadas del ICAIC!”, de los autores Iván Giroud y Luciano Castillo, presentado a propósito del 41 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, contiene una larga e inédita entrevista a Araceli Herrero y Raúl Taladrid.

Carlos Galeano calificó las páginas que hablan de Arita y Taladrid como “la joya de la corona más preciada de la historia no contada del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas”. Para confirmarlo, minutos después, un espectador dijo: “Hasta hoy, ellos no aparecían en la historia del ICAIC, cuando se omite a algún protagonista, pierde la historia y perdemos todos”.

La historia de una pareja que encierra más de lo que nos dejan ver, y que atesora cada noche parte de la memoria histórica de la cinematografía cubana.