ZONA CRÍTICA: Arte del pueblo, arte de verdad

La danza folclórica para la escena tiene un gran desafío en Cuba: renovarse sin traicionar sus esencias.

Los grandes maestros, los maestros fundadores de la danza folclórica para la escena fueron primero al foco, a las fiestas populares, a las casas templo, a las celebraciones y los rituales de una tradición. Ese fue, es y será un legado insustituible, inmenso, contundente; un referente, una fuente a la que los creadores tendrán que regresar siempre.

Pero esos maestros no se conformaron, no podían conformarse, con beber de esas aguas y reproducir lo que vieron sobre el escenario. Se trataba (y se trata) de recrear esa realidad (o magnificarla, como ha dicho tantas veces el maestro Manolo Micler, director del Conjunto Folclórico Nacional), para alumbrar un arte nuevo, de raíces profundamente populares, de acuerdo, pero un arte nuevo, a la altura de lo mejor y lo más renovador del arte coreográfico universal.

Esa es la condición básica de la danza profesional, inspirada en el folclor de la nación: no es el foco, no puede serlo: tiene que ser estilización, expresión estética e integradora, recreación interesada e intencionada de ese patrimonio vivo.

Si partimos de eso, se puede comprender cuáles deberían ser (cuáles son, de hecho), las aspiraciones de las compañías profesionales que hacen danza folclórica para la escena. La pasión documental no debe opacar nunca la vocación artística. Y el pueblo tiene su arte (el folclor), pero la escena tiene códigos, demandas, necesidades, responsabilidades, reglas… que no pueden ignorarse. Y asumirlas no significa traicionar ese arte del pueblo.

Suena muy fácil, pero los artistas saben que es un proceso complejo. Ahora mismo, en Cuba hay circunstancias que influyen en el ejercicio de artistas y compañías. Algunas son endógenas, tienen que ver con las prácticas y las rutinas creativas.

Hay que investigar más, mucho más… y hay que estar al tanto de las tendencias actuales del espectáculo profesional. Es hora de superar esquemas y lugares comunes.

Pero otros dilemas trascienden de alguna manera a los creadores: en el sistema de formación existen dificultades con los claustros, no todos los bailarines tienen las condiciones necesarias, y no son suficientes los espacios para la promoción en los medios, ni la crítica especializada y comprometida de estas expresiones.

Es necesario instaurar un clima que propicie el diálogo y permanente sobre este tema, porque la danza nunca será un arte estático, objeto de museo.

Hay un público para la danza folclórica escénica, viene, en buena medida, de los propios cultores en los focos (ese sería otro tema interesante: cómo las prácticas escénicas han influido en las prácticas populares), hay acercamientos singulares a la tradición (las compañías de las provincias son ejemplo), y las enseñanzas de los maestros son más que vigentes.

Los caminos y los retos que plantea el folclor tienen que seguir preocupando y ocupando a los creadores de la danza. La danza folclórica para la escena no debería ser asumida como estampa folclorista: tiene que estar en la vanguardia de la creación coreográfica nacional.