Wifredo Lam

Cuentan que cuando  Wifredo Lam tuvo que salir de España por la persecución que sufrió al combatir al lado de los republicanos en la Guerra Civil Española, llevaba en el bolsillo de su chaqueta una carta para Pablo Picasso.

En París fue el encuentro entre el español y el cubano en el año 1938. Entre los dos surgió una simpatía y una admiración mutuas. Cuál no sería la satisfacción de Lam cuando el consagrado artista, tras apreciar algunos cuadros exclamó: Eres un pintor, un verdadero pintor.

A partir de entonces surgió una gran amistad entre los dos y la obra de Wifredo Lam se permeó de la influencia renovadora de Picasso.

Fue él quien lo puso en contacto con el mundo artístico parisino, donde se afilió al grupo de los pintores surrealistas, junto al poeta francés Ander Breton y al artista alemán Max Ernst.

Con ellos participó en actividades como las del Tarot de Marsella, realizó exposiciones colectivas e ilustró  el libro Fata Morgana de Breton.

En 1939 expuso junto a Pablo Picasso en la ciudad de Nueva York. El peligro de la  cercanía de las tropas hitlerianas, que avanzaban por Francia, obligó  en 1941 a Lam y a un grupo de 300 artistas a  salir del país en un barco.

Wifredo de la Concepción Lam y Castilla  nació  en el poblado de Sagua la Grande el ocho de diciembre de 1902, mezcla de padre chino y madre mulata, quien era a su vez hija de negra y español.

De ahí que se le considere como expresión de tres continentes, a lo cual se suma que triunfó en otro, Europa, donde alcanzó la universalidad.

Comenzó sus estudios de arte en la prestigiosa Academia de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana, y en 1924 viajó a España para estudiar en la Academia de San Fernando de Madrid,  Cuatro años después realizó su primera exposición personal en la madrileña Galería Vilches.

Vivió en España y en Francia, desde donde partió por el avance de las hordas fascistas y en 1941 se reencuentra con su patria, en la cual empezó a desarrollar un estilo pictórico, que conjugaba elementos del surrealismo con símbolos de la cultura afrocubana, que dan vida a oníricas figuras, algunas biomórficas, bajo el influjo de una imaginación muy creativa.

Lam se sintió maravillado por la intensidad de la luz tropical, por la exuberante naturaleza y por el aporte de los cultos sincréticos en la isla caribeña, de la que había estado ausente durante 18 años.

Se dice que para dar ese vuelco a su obra se nutrió de elementos concretos y cotidianos de nuestra realidad, dentro de una atmósfera fantástica y subjetiva, para crear nuevos símbolos, extraídos de las raíces de sus ancestros.

 En sus obras está presente la vegetación tropical, con su máxima expresión artística en el cuadro titulado La Jungla, pintado por él en 1943,  y que se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Algo similar se aprecia en La Silla, otra de sus obras que han trascendido por su calidad, belleza y mensaje artístico.   Es con esa pieza, precisamente, que se considera que dio un paso decisivo hacia la pintura definitoria de su personalidad plástica.  En ella se recrean dos géneros tradicionales de la pintura, la naturaleza muerta y el paisaje y los vincula a una dimensión donde coexisten lo cotidiano y lo trascendente.

 La  Silla, según algunos críticos,  está pensada como si fuera un retrato, aunque construido con elementos del paisaje. Hay quienes consideran que es un pretexto de Lam para desarrollar su poético mundo personal.

 Al seguir el orden cronológico de su creación podemos decir que de 1941 a 1943 inició una labor de adaptación del cubismo y el surrealismo al mundo mágico virgen que había descubierto en su patria, y  nutrió de nuevos significados temas clásicos de la pintura occidental.

 A partir de 1950, el prestigioso artista realizó numerosos viajes a Italia, Nueva York y París, donde fue alternando su estancia y alcanzando una mayor madurez en su pintura, con tonos casi monocromos, en constante búsqueda de un lenguaje propio de su lejana tierra, Cuba.

 Fue precisamente en esa década cuando se estableció de manera definitiva en París, aunque siempre mantuvo el contacto con su país de origen, en el que hizo exposiciones y colaboró con la Revista de la Universidad Central de Las Villas.

 Cuba, su tierra natal, lo honra con un Centro de Arte Contemporáneo que lleva su nombre en una amplia casona en el Centro Histórico de la ciudad de La Habana. Allí se exhiben muchas de sus obras y se prepara cada dos años la Bienal Internacional de las Artes Plásticas.