Niños cubanos vestidos de uniforme de primaria caminan por las calles

Violencia y agresividad parecen estar desdichadamente asentándose en la cotidianidad de los cubanos.

La familia cubana se prepara para el nuevo curso escolar que ya anda a las puertas. En un apartamento del Vedado que visité acontece lo que en el resto de los hogares: dobladillos para los uniformes recién comprados, cuentas y más cuentas, calculadora en mano, para comprar la mochila y los tenis, el merendero.

En medio de los preparativos, fui testigo del orgullo de un papá por su niño que comienza preescolar. Pero entre las expresiones de satisfacción y los consejos para que no lo regañara la maestra, se coló de pronto una singular recomendación:

“Y no se olvide que usted es el macho de papá, y el que da primero, da dos veces. Nunca te quedes da’o.”

A renglón seguido, el hombre contrajo los músculos del brazo e invitó al niño: “A ver, pega ahí, a ver si tú estás duro de verdad.”

Y el niño golpeó con dedicación, dos, tres veces, cada vez más fuerte, instado por el orgulloso padre.
Ojalá, años más tarde, no repita la escena pero contra el rostro o el cuerpo de un compañero de clases, de un vecinito o de un desconocido.

Ocurre que “se está entronizando una cultura de violencia, de agresividad, en la sociedad cubana”. Lo asegura la doctora en psicología Patricia Arés Muzio, profesora titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana y presidenta de la sección de Familia de la Sociedad Cubana de Psicología, quien por estos días comentó sobre el tema ante las cámaras de la televisión cubana.

Sucede que andan sobrando razones para que los medios aborden este asunto. Para constatarlas, basta con subir a una guagua a cualquier hora del día, acudir por un servicio, o, simplemente, andar por las calles.

Casi todo el mundo identifica claramente la violencia física, pero esa, por suerte, no abunda tanto. Sobre todo la verbal y también la extraverbal –los silencios, las no respuestas- son las que más abundan y a veces lastiman tanto o más que un piñazo.

El irrespeto, ese que también tanto prolifera, irrespeto al criterio ajeno, al derecho a expresarse de cada quien, a la integridad física, sexual, económica, de género, ..., puede implicar en sí mismo una forma de violencia, a la vez que constituye caldo de cultivo para la misma.

Se trata de una interesante paradoja porque tales hechos ocurren en un país donde mucho se aboga por la paz, por la solidaridad, y por el paradigma martiano del culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre, refrendado en la Constitución de la república.

Sin embargo, mientras en espacios institucionales el discurso condena la violencia, a veces en esos mismos ámbitos la práctica y el trato diario lo desdicen. Ello, mientras que en la cotidianidad -la casa, la calle, el trabajo, la escuela, la tienda, el hospital- es casi habitual tropezar con alguna manifestación de violencia, tan naturalizada e invisibilizada, que las personas no son conscientes de ella y la toman como lo normal.

Es por eso que la dependienta hace como si no oyera, te empujan para subir a la guagua, ignoran tu criterio, te discriminan por tu preferencia sexual,... y se ve como algo normal.

Antes de que empezaran las vacaciones, al pasar por delante de una escuela era usual escuchar a una maestra gritando al regañar, demasiado usual. Ojalá a partir de este septiembre cada vez vayan haciéndose menos habituales tales decibeles porque gritar es irrespetar. Y el irrespeto, como ya se dijo, engendra violencia.

La familia igual debiera meditar acerca de este asunto, cada cual por su parte y en lo que le toca.

Y cuando la ética no alcance a curar ciertos desgajamientos del tejido social y sus valores, que entonces la ley, la autoridad, entre a jugar su papel de un modo más eficaz, visibilizando que violencia es mucho más que un encuentro cuerpo a cuerpo y puñetazos mediante.

De todos modos, la doctora Arés Muzio como mejor antídoto contra la violencia recomienda el respeto.

Si desde el primer día de clases, este 3 de septiembre, la sociedad cubana toda se viera a sí misma como aula gigante donde todos y cada uno somos a la vez alumnos y maestros del respeto al prójimo; entonces, ese papá que desde el machismo más acérrimo invita a su niño a dar primero y meter duro, se irá sintiendo cada vez más solo, en minoría.