Imagen alegórica a los maestros

Hay hombres y mujeres que dejan huellas en otros a su paso por la vida, y que permanecen intactas a pesar de los años transcurridos. Hablo de legados, de sentimientos, valores, esos bien inculcados que llevan la impronta de seres especiales como los maestros.

Es incalculable el valor de la buena educación, que tiene una gran cuota en la familia, pero la escuela, el maestro o el profesor traspasan las fronteras de las normas básicas de comportamiento que aprendemos durante los primeros años de la vida.

Por eso siento admiración por quienes me enseñaron a jugar, a compartir con los demás, a decir permiso o gracias; los que se desvelaron porque aprendiera a escribir, y a leer…, los responsables de que hoy sea lo que soy.

Similares sentimientos deben expresar quienes contaron con la mano amiga y el pensamiento certero de la seño, la auxiliar pedagógica o la educadora que nos guía desde el círculo infantil, o la maestra de preescolar, de primero a cuarto, de quinto a sexto;  los profesores de Secundaria Básica que nos ayudan a llevar la adolescencia por el mejor camino.

También recordamos a quienes nos toman del brazo y conducen hacia el futuro, ya sea en la redacción, en la fábrica, en la consulta médica, en la construcción, o como simple obrero que aporta con su trabajo al avance de la familia, de los hijos y del país.

Esas son huellas que permanecen intactas y se vuelven murallas ante la ignorancia y el desamor. Son imposibles de derribar porque llevan impregnadas ideas justas, de progreso, la energía positiva que entraña sentirse dueño de un universo de saberes imprescindible para toda la vida.

Gracias, maestros, por tanto sacrificio, por mantenerse fieles a una labor tan noble que llega a todos sin distinción. Gracias a quienes alfabetizaron a tantas personas en la Sierra y en el Llano, y luego se incorporaron a las escuelas que la Revolución multiplicó.

El reconocimiento a los que llevaron el pan de la enseñanza a pueblos hermanos, convencidos de que al llegar a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque, y luego, en pago, contribuir a la instrucción de los demás, como sentenció el Héroe Nacional cubano, José Martí.

Nuestra gratitud a los miles que no soportan estar sentados en su casa cuando se sienten fuertes y saben que otros requieren de su atención.

A los jóvenes  que hoy se forman como pedagogos, felicidades por escoger el camino de esta obra de infinito amor. A beber, pues, de la inagotable fuente del saber, de los que hoy se saben maestros de corazón, y siguen escribiendo hermosas páginas de altruismo, imposibles de borrar. (Fotos: Archivo) (Collage: Redacción Digital RCA)