DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, EN SU VISITA A LA CIUDAD DE PINAR DEL RIO, DESPUES DEL TRIUNFO REVOLUCIONARIO, EL 17 DE ENERO DE 1959.

 

(VERSION TAQUIGRAFICA

DE LAS OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)

 

Pueblo de Pinar del Río:

Yo espero que la próxima vez los organizadores del acto instalen mejor los altoparlantes, para que podamos entendernos y hablarnos mejor, ustedes y nosotros.

Me han dividido al público en dos mitades:  una me queda a la espalda, y otra me queda al frente.  Los organizadores de actos de Pinar del Río, igual que todos nosotros, tenemos que aprender muchas cosas, y entre otras tenemos que aprender a organizar los actos debidamente, y traer los equipos necesarios (EXCLAMACIONES).  ¿Que me decían?  Ustedes, ¿qué decían?  (EXCLAMACIONES ININTELIGIBLES.)

En el día de hoy no me sentía precisamente en las mejores condiciones de salud para salir de recorrido; no me había querido acompañar en la capital de la república la misma salud que me acompañó en los picos de la Sierra Maestra.  Quizás era de los días en que más había sentido los efectos del trabajo y del malestar físico; pero, sin embargo, no quise, por ningún concepto, suspender este viaje y dejar esperándome al pueblo de Pinar del Río (EXCLAMACIONES).

Bueno, tienen que hacer un silencio completo, porque si no, me están indicando que en algunos lugares no se oye.  Vamos a ver:  ¿Se oye ahora?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Sí!”) ¿Sí o no?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Sí!”) Por allá dicen que no...  (EXCLAMACIONES).  Voy a tener que hablarle por señas a la multitud, porque no le veo, compatriotas, no le veo otra solución a este problema; la garganta no me acompaña; no puedo hablar más fuerte, y los micrófonos o los altoparlantes parece que están deficientes.  Unicamente si hay un silencio absoluto, únicamente si hay un silencio absoluto...

Bueno, ya que no nos están oyendo, no nos está oyendo toda la multitud, que por lo menos nos pueda escuchar una parte de la multitud, y que, además, nos están escuchando por varias radioemisoras los que no han podido venir a este acto.  Es posible que haya muchos compatriotas escuchándonos por radio, y, de todas formas, aunque no haya facilidades para que pueda escuchar todo el pueblo que está aquí reunido, debemos hacer un esfuerzo, ustedes guardando el mayor silencio posible, y yo esforzándome también lo más posible para poder hablar.

Yo creo que es necesario que se preste atención a lo que aquí se va a decir hoy.

No había venido a Pinar del Río porque tuve necesidad de permanecer en La Habana durante varios días.  Tal era el fervor revolucionario de esta provincia, tan grandes han sido sus méritos en esta lucha, que durante el trayecto entre Oriente y La Habana me llegaron las insinuaciones de numerosos compañeros, pidiéndome que antes de llegar a La Habana viniese a Pinar del Río (APLAUSOS).  No era posible, sin embargo, detener la marcha de toda la columna para hacer un rodeo por la provincia de Pinar del Río, y yo les respondía a esos compañeros:  No se preocupen, que a Pinar del Río no lo tenemos olvidado, que a Pinar del Río iremos.”

Hemos llegado tarde, y sabemos que desde hace muchas horas nos estaban esperando; no fue tampoco por nuestra culpa, y es que durante todo el trayecto nos encontramos también miles y miles de pinareños con los que hube de detenerme a hablarles también, en algunos casos, como fue, por ejemplo, en Artemisa, donde todo el pueblo absolutamente se reunía en una concentración multitudinaria que llamó la atención en una ciudad del tamaño de Artemisa.  Pero al fin hemos llegado.

(EXCLAMACIONES DE:  ¡No se oye!”) ¡No se oye, pero ustedes diciendo que no se oye no dejan oír tampoco a los demás!  Hay que resignarse a no oír, compañeros, no tiene otra solución.  Cuando un problema no tiene remedio —como en este caso—  sencillamente hay que tener paciencia y colaborar con los demás...  Ahora, ¿cómo oyeron?  (RISAS Y EXCLAMACIONES.)

Cuando en días recientes se empezó a discutir en la prensa internacional la cuestión de los fusilamientos de los esbirros, le dije a un grupo numeroso de periodistas:  Si ustedes quieren saber cómo piensa el pueblo, vengan conmigo a Pinar del Río (APLAUSOS), donde será la próxima concentración multitudinaria, y en presencia de ustedes le voy a preguntar al pueblo qué es lo que quiere” (EXCLAMACIONES DE:  “¡Paredón!”).  Porque nosotros no estamos haciendo otra cosa  —y desde hace siete años no hacemos otra cosa— que interpretar los sentimientos del pueblo cubano.

Quizás una de las injusticias más grandes que se quiera cometer contra un pueblo, quizás una de las canalladas más grandes que se quiera cometer contra una nación, quizás una de las calumnias más repugnantes que jamás se haya lanzado contra una congregación humana, contra una idea justa, contra una causa honrada, es la que en estos instantes se trata de lanzar en el mundo contra el pueblo, contra la nación y contra la Revolución Cubana (APLAUSOS).

Repugna, verdaderamente, que en los instantes en que más feliz ha sido este pueblo, en los instantes en que quizás no haya en el mundo otro pueblo más feliz que el pueblo cubano, demostrado en la alegría desbordante de cientos y cientos, más que cientos de miles, millones de ciudadanos, en los instantes en que una nación, cuyos sedimentos se iniciaron hace siglos, y es por primera vez enteramente libre y culmina en triunfo verdadero por primera vez sus esfuerzos para un destino mejor, en esos instantes, los más grandiosos de nuestra patria, los más extraordinarios de nuestro pueblo, cuando ha dado esta nación un ejemplo que ha conmovido al mundo, un ejemplo que no tiene paralelo en la historia de América y quizás en la historia del mundo, sin que con ello exagere, porque se había dado por sentado de que en los tiempos modernos un ejército armado de aviones, de tanques y de todos los equipos modernos de guerra, era absolutamente imposible derrotarlo con una insurrección del pueblo; se daba por imposible que un pueblo desarmado pudiese vencer al ejército en esas condiciones.

 (EXCLAMACIONES DEL PUEBLO).  No soy yo, ¡fue el pueblo!  (APLAUSOS), porque, ¿de dónde salieron los combatientes de la Revolución?  (EXCLAMACIONES:  ¡Del pueblo!”)  ¿De dónde salieron los recursos de la Revolución?  (EXCLAMACIONES:  ¡Del pueblo!”)  ¿De dónde salió la ropa, la medicina y la comida de la Revolución?  (EXCLAMACIONES:  ¡Del pueblo!”)  ¿De dónde venía la información?  (EXCLAMACIONES:  ¡Del pueblo!”)  Entonces, ¿quién hizo la Revolución?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡El pueblo!”) ¡El pueblo fue el que hizo la Revolución!  Y yo estoy seguro de que esa lucha tan difícil no se hubiera podido llevar adelante sin un pueblo tan formidable y tan virtuoso como el pueblo cubano, y el único mérito que podemos tener nosotros es haberlo comprendido así, y haber tenido fe en el pueblo (APLAUSOS).

(LE EXCLAMAN ALGO).  ¡Si no hubiera sido yo hubiera sido otro!  (EXCLAMACIONES DE:  ¡No!”)  ¡En el sesenta y ocho no estaba yo y hubo revolución; en el noventa y cinco no estaba yo y hubo revolución; en el treinta no estaba yo y hubo revolución, y en otras fechas!

(EXCLAMACIONES SOBRE LA DIFICULTAD DE LA REVOLUCION).  Bueno, yo les voy a decir.  También fue la más fácil, porque nos favorecían determinadas circunstancias...  no fácil en el orden militar; en el orden militar quizás era la más difícil, porque en la época, por ejemplo, de la independencia, no aparecían los aviones cada cinco minutos explorando, descubriéndolo todo.  Era imposible casi marchar la tropa por ningún claro sin exponerse a que descubriera los movimientos la aviación; no teníamos antiaéreas.

En el orden militar estábamos en desventaja, pero en el orden histórico quizás teníamos la ventaja excepcional de poseer, como poseemos ya, una nación madura, una nación y un pueblo que ha evolucionado extraordinariamente, que no existía en el año 68 ni existía en el 95, ni existía en el 30, indiscutiblemente.  Nos han favorecido una serie de circunstancias.  Así que no vamos a discutir eso.  El problema es que hemos llegado hasta aquí, ¿no?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Sí!”); bueno, ¡pues vamos a seguir adelante!  (APLAUSOS.) Hemos llegado hasta aquí, ¿verdad?, hemos hecho algo.  Pues vamos a defenderlo, vamos a defender lo que hemos hecho y vamos a seguir adelante, ¡eso es lo que importa!  Después discutiremos quién es el que tiene más mérito o menos merito.  Yo sigo creyendo en el pueblo, ¡en este pueblo!

La cuestión, decía, que en el momento en que el pueblo de Cuba acaba de admirar al mundo con su ejemplo, cuando todos los pueblos de América han visto esta Revolución como una esperanza, porque los pueblos de América están igual que estábamos nosotros, y aun los pueblos que hoy tienen democracia en América tienen democracia, ¿quieren que les diga cómo?  Con el permiso de los generales, ¡con el permiso de los generales!  Cuando a los generales les da la gana, quitan a los presidentes, quitan la Constitución y se ponen ellos otra vez.  ¡Aquí ya no hay ni generales!  (APLAUSOS.)

Lo que hacen las castas militares en la América del Sur, las que han mantenido en el retraso y en el marasmo a los pueblos de América, instalan un dictador alIí; está el dictador 5, 8, 9, 10, 12, 15 años; cuando el pueblo se cansa, cuando el pueblo llega a un grado tal de fermento revolucionario y de indignación, que ya parece que se va a producir una revolución, entonces apaciguan al pueblo, quitan al dictador, ponen a cualquier presidente alIí, conceden libertad de prensa otra vez, derechos de reunión por un tiempo.  Cuando el pueblo cree que ya se resolvió el problema y está tranquilo y está contento, entonces empiezan...  Naturalmente, como ningún gobierno es perfecto, como la tarea de gobernar es muy difícil, y siempre surgen muchos intereses que se consideran que no han sido atendidos, como los mismos militares son los encargados del orden y fomentan el desorden, cuando más esperanzado está el pueblo en que está viviendo bajo un régimen constitucional y de garantías, vienen otra vez, quitan aquel presidente y ponen a un dictador de nuevo.  Eso es lo que hacen en todos los pueblos de América Latina.  Y actualmente todos los gobiernos de América Latina donde existe libertad —con excepción, por ejemplo, de Uruguay, donde existe una democracia firmemente consolidada—, en todos los demás países la libertad que existe es con permiso de los generales.

La Revolución Cubana, al hacer añicos el aparato militar de la tiranía, al desarmar el ejército completo y al poner en fuga a todos los generales juntos, ha puesto el dedo en la llaga de la América Latina, y ha despertado una esperanza extraordinaria.

Yo quiero hablarles de los méritos que tiene esta Revolución, sencillamente, para que ustedes vean y comprendan mejor qué artera, qué miserable y qué injusta es la campaña que se ha desatado contra la Revolución Cubana.

Esta Revolución ha hecho cosas y ha tenido facetas que no las ha tenido ninguna revolución en el mundo, y se lo voy a demostrar.  Primero:  por primera vez en la historia de las revoluciones se da el caso de que a través de toda una guerra civil, que dura dos años, un mes y...  Creo que se acabó, no llegó al mes...  y 29 días.  Si contamos que empezó el 30 de noviembre en Santiago de Cuba, duró dos años y un mes.  Una revolución que dura ese tiempo, en que uno de los ejércitos no hizo más que asesinar prisioneros, torturar detenidos, masacrar indefensos campesinos, bombardear caseríos, ciudades, pueblos y cometer todo género de atrocidades; el Ejercito Revolucionario, a pesar de los motivos que tenía para estar indignado, a pesar de que con todo el derecho hubiera podido aplicar la misma política que ellos aplicaban, en represalia, porque incluso en la Guerra de Independencia los mambises adoptaron la línea de que si los españoles fusilaban a los prisioneros, ellos también los fusilaban, y tenían todo su derecho a hacerlo.

Sin embargo, se ha dado el caso, por primera vez en la historia universal, de que un ejército haya llevado la guerra —desde el principio hasta el fin— sin haber asesinado a un solo prisionero, sin haber dejado abandonado en el campo de batalla a un solo soldado enemigo, sin haber golpeado a un solo confidente, ni a un solo detenido, ni a un solo prisionero.  Podemos decir más:  sin haber insultado siquiera, es decir, sin haber maltratado de palabra a uno solo de los enemigos que cayeron en nuestras manos.

No existe en la historia universal un caso semejante, no ha existido nunca, con todo el mérito para los revolucionarios de que el enemigo aplicó una política de guerra feroz y despiadada desde el principio.  Ese hecho no tiene antecedentes en la historia universal ni en la historia de las guerras.

Pero hay algo más, algo más.  Ustedes saben lo que ha pasado después de las revoluciones en todas partes del mundo:  el pueblo, lleno de indignación se ha lanzado contra los esbirros y contra los traidores y los ha despedazado en las calles.  Sin embargo, no se ha dado en esta Revolución —y es también un caso único en el mundo, Revolución, no golpe de Estado, que es una cosa muy distinta—, no se ha dado el caso de que se haya arrastrado un solo esbirro, de que se haya golpeado un solo asesino.  Fueron detenidos por los ciudadanos o por los combatientes del Ejército Rebelde, transportados a las prisiones militares, sin haber recibido el menor maltrato, sin que se haya torturado a un solo enemigo para arrancarle declaración, sin que se les haya dado un solo golpe, sin que se les haya insultado siquiera.  Este es otro hecho que no tiene paralelo en la historia de las revoluciones.

Pero hay algo más:  hoy, con el grupo de periodistas que me acompañaba, al pasar junto a la finca del dictador —del dictador que había— quise mostrarles la finca, las construcciones lujosas que alIí tenía, y exponerles los proyectos que teníamos con respecto a la misma.  Y resaltaba el hecho de que alIí no se arrancó una sola hoja de un árbol; cómo los revolucionarios y cómo el pueblo, actuando con un sentido del orden y de la disciplina que no tiene paralelo, se habían abstenido de tocar una sola hoja de toda aquella finca donde había tantos objetos valiosos, tantos árboles, tantas construcciones, cuando en todas partes del mundo —desde la Revolución Francesa, en que el palacio de Versalles fue asaltado por la multitud o La Bastilla fue destruida—, cuando en todas las revoluciones siempre el pueblo se abalanza contra aquellos objetos, aquellas residencias que significan los símbolos de la tiranía, para destruirlas, en su sed de vengar los crímenes y los oprobios que se hayan cometido.

Sin embargo, el pueblo de Cuba, dando una muestra de madurez y de civilización extraordinarias, supo que aquellos bienes eran de su propiedad y que, por lo tanto, había que cuidarlos y que la venganza no se saciaba contra ninguno de esos objetos, y que en definitiva era un sentimiento absurdo aquel el de ir a destruir aquellas cosas que, a partir de esos instantes, pertenecían al pueblo.

Otro ejemplo que no tiene paralelo, otra circunstancia:  La Habana, una capital de más de un millón de habitantes, llena de riquezas, un pueblo que fue tan vejado, tan humillado y tan maltratado como la capital, durante siete años; se derrumba la tiranía, no hay policías en las calles, y se observa el orden más absoluto que se había visto nunca en la capital de la república.  Y una ciudad llena de riquezas, de más de un millón de habitantes, ha estado sin policías.

¿En que país del mundo y en que revolución se había dado un caso semejante?  ¿Qué es lo que debía resaltarse, si de verdad se quiere buscar la parte positiva de los acontecimientos históricos, si de verdad se quiere extraer de la conducta de las sociedades humanas lo mejor, para exhibirlo como modelo ante el mundo?  ¿Qué es lo que debió destacarse?  Esos aspectos positivos de la Revolución, esas facetas de la Revolución Cubana que no se habían dado jamás en la historia de las revoluciones.

Sin embargo, cuando ese pueblo, que dio pruebas tan altas de civilidad, de madurez, de sentido del orden y de la justicia; ese pueblo que confió en nosotros y no arrastró un solo esbirro, porque le dijimos:  “No lo toques, porque habrá justicia”, y siempre dijimos al pueblo que no queríamos un solo hombre arrastrado por las calles, que nadie tenía que arrastrar a nadie, porque tenía que ser conducido ante los tribunales, juzgado y sancionado; que habría justicia, le ofrecimos al pueblo, y el pueblo confió en nosotros, y no tocó a un solo esbirro.

Que habría justicia, le dijimos al pueblo, para que el día de mañana no hubiera venganza, porque cuando no hay justicia hay venganza, porque los amigos y los compañeros de las víctimas se sienten con derecho a castigar después con su propia mano a los asesinos, si la sociedad no los castiga (APLAUSOS).  Le ofrecimos al pueblo justicia, porque era lo que el pueblo quería antes que nada.  Y cuando empezamos a aplicar la justicia, de acuerdo con la ley vigente, implantada por el Ejército Rebelde desde que comenzó la guerra, cuando fueron a ser sometidos y empezaron a ser sancionados y ejecutadas las sanciones de los criminales de guerra, se inicia sorpresivamente una campaña de difamación contra la Revolución y contra el pueblo de Cuba, que repito aquí:  es una de las campañas más bajas y más canallescas que se haya hecho jamás contra una sociedad humana (APLAUSOS).

¿Por qué?  Porque quieren teñir de sangre al pueblo de Cuba en el extranjero, quieren pintarnos como una horda incivilizada, quieren pintarnos como unos criminales.  Y en un mundo tan acostumbrado al crimen que ha visto cometer en todas partes, en un mundo acostumbrado a todos los excesos de los tiranos y los dictadores, no es difícil empezar a sembrar la confusión y la sospecha, no es difícil calumniar, porque la mentalidad de los pueblos está acostumbrada a ver esos actos de barbarie.

Y a nosotros, que estamos haciendo las cosas distinto de lo que se ha hecho en ningún lugar del mundo, que estamos actuando con un sentido de estricta y pura justicia, con una línea que no puede ser más recta, con una conducta y una honradez que no pueden ser más diáfanas, se nos quiere presentar ante la opinión pública mundial como unos criminales y como un pueblo de salvajes.

¡Una campaña desatada repentinamente!  ¿Por qué, y por quiénes, y con qué objeto?  Me hablan algunos amigos, de la prensa norteamericana, porque es verdad que muchos periodistas norteamericanos han escrito a favor de la Revolución, y me dicen que son cosas que, desde luego, obedecen a determinadas actitudes por parte de algunos periódicos y algunos congresistas.  Pero lo cierto es que la campaña desatada es de grandes proporciones, y lo cierto es también que el pueblo de Cuba tiene que defenderse, sencillamente, y lo cierto es también que el pueblo tiene que estar alerta.

Yo no vengo a hacer demagogia aquí:  yo lo que vengo es a decirle al pueblo la verdad.  Yo no vengo a exaltar las pasiones, pero sí quiero mantener el temple del pueblo y el estado de ánimo necesario para afrontar cualquier vicisitud.

La verdad es que la campaña ha sido de grandes proporciones y tiene que obedecer a determinados intereses.  Partió, en primer lugar, de las agencias de cables internacionales, y yo puedo dar cuenta de la mala fe con que han procedido las agencias de cables internacionales, y lo han hecho, desde luego, al amparo de la libertad que nosotros hemos conquistado, al amparo de los derechos que nosotros hemos implantado en nuestra patria.  Han hablado, han atacado, han calumniado y han llevado adelante su campaña miserable y cobarde, impunemente, porque nadie ni se ha metido con ellos, ni se les ha amenazado, ni se les ha mandado un papelito, ni se les ha puesto un policía delante, ni nada.  Se les ha dejado enteramente libres, que hagan lo que quieran y como quieran, porque nosotros también sabemos lo que vamos a hacer, por supuesto (APLAUSOS).  Que nos acusen como quieran...

Nosotros no vamos a usar la fuerza.  Ellos están usando la intriga; nosotros vamos a usar la opinión pública, y vamos a decir la verdad.  Tal vez lo que quieran es que lleguemos alIí, mandemos un tanque, destruyamos las agencias...  Eso es lo que quieren, para entonces decirnos que somos unos dictadores y que somos unos violadores de la ley, y que estamos traicionando la Revolución.  Y en eso no vamos a caer, en esas provocaciones no vamos a caer, porque nosotros sabemos lo que hacemos.  Nosotros sabemos defendernos con otras armas que son más poderosas:  las armas de la opinión pública nacional e internacional y las armas de la razón.  Ellos quieren, sí, desde luego, y ellos lo saben.  Pero, ¿qué se pretende?  Antes que nada:  restarnos la opinión pública internacional, aislarnos.  ¿Con qué intereses están relacionados?  Pues algún día lo sabremos.

Pero yo a lo que no le veo justificación alguna es a la campaña que han lanzado contra nosotros, pues todo el mundo sabe, todo el que haya vivido en Cuba sabe la verdad de lo que ha pasado en Cuba.  Entonces, las agencias internacionales, determinadas publicaciones de Estados Unidos y determinados congresistas americanos...  No ha dicho el gobierno de Estados Unidos la última palabra, pero a cada rata habla de que si no va a intervenir, o si va a dejar de intervenir.  Y yo considero insultante cada vez que se habla de si se interviene o no (APLAUSOS).  Porque nosotros, cuando hay problemas en Estados Unidos y cuando hay problemas por las cuestiones de la segregación racial en el sur de Estados Unidos, no hacemos una declaración diciendo que no vamos a intervenir (APLAUSOS); porque ya se sabe que no tenemos ningún derecho a intervenir, y por lo tanto no tenemos que declararlo.  El que se esta declarando a cada rato implica algo así como que:  bueno, declaramos hoy que no intervenimos, como declaramos mañana que intervenimos.  Y no hay una declaración tajante y terminante, y los antecedentes no son como para tranquilizar a nadie, y por lo tanto nosotros consideramos insultante cada vez que se habla de que no se interviene, como una merced respecto a la soberanía de nuestro pueblo.

Pero es indiscutible que sí, que ahora declaran que no intervienen, pero como la campaña siga, como confundan a la opinión pública de Estados Unidos los que están detrás de esta maniobra, los que están persiguiendo Dios sabe qué propósitos contra nuestra Revolución, cuando ya tengan engañada y confundida a la opinión pública, entonces dan nuevos pasos, porque ya tienen engañada a la opinión pública de su propio país y se sienten con respaldo para tomar pasos posteriores.  Y ahí es donde vamos nosotros.  Por eso tenemos que salirle a tiempo al paso a la campaña, a tiempo, para evitar males mayores.

Y es evidente que las agencias de cables internacionales, controladas por dos o tres compañías, publican en el extranjero lo que les da la gana, y a los pueblos de América del Sur y Estados Unidos les llega lo que ellos les mandan:  una forma de censura a través del monopolio de la noticia.  Una censura monopolística de la noticia, de donde resulta que el prestigio de las naciones, la seguridad de las naciones y el destino de los pueblos queda a merced del monopolio de dos o tres agencias internacionales de noticias, que escriben y cuentan lo que les da la gana.

Y yo creo que la Sociedad Interamericana de Prensa, que tiene aquí un representante, el periodista Jules Dubois (APLAUSOS); que lo mismo que la Sociedad Interamericana de Prensa ha protestado muchas veces de la censura que se establece a la prensa, debe protestar también de la censura que establecen a la verdad las agencias monopolísticas de los cables internacionales, y que son las que han jugado un papel muy importante en todas las intrigas que se han desatado contra la Revolución Cubana en estos momentos.

Porque es un procedimiento muy sencillo:  publican lo que les da la gana, y lo que han publicado en el extranjero es que se están realizando ejecuciones en masa de los partidarios de Batista, “en la calle una matazón”, una cosa insólita.  Y eso es lo que le han dicho al mundo.  Y mediante ese procedimiento han estado tratando de confundir a la opinión pública en toda la América.  ¿Confundir a la opinión pública americana, para qué?  Algún objetivo se persigue; el objetivo es claro:  temen a la Revolución determinados intereses y entonces pretenden, primero, privarla de su fuerza principal, que es la opinión pública.  No la opinión pública cubana, porque aquí no le van a tomar el pelo a nadie, eso desde luego, por supuesto, porque aquí el pueblo oye, ve y sabe.  Pero se lo toman a la opinión pública de otros países, para aislar a la opinión pública cubana y restarle la fuerza que significa el respaldo de la opinión en otros países de América.

Después de aislarnos, lo que harían sería dividirnos, tratar de dividirnos dentro, y después mandar una expedicioncita; esos serían los pasos que seguiría ese proceso, si nosotros no tomamos las medidas oportunas a tiempo.

Desde luego —desde luego—, ese poderío y esa facultad de maniobrar llega hasta ciertos límites.  Nosotros, es natural, no tenemos agencias internacionales para poder decirles la verdad a los demás pueblos, pero se la podemos decir siempre al pueblo cubano y por lo menos tendremos siempre una trinchera que no podrán tomar jamás:  y es la trinchera del pueblo de Cuba (APLAUSOS).

Y por lo pronto, si ellos lograran ganar terreno en el exterior, lo que van a hacer con eso es unir más al pueblo de Cuba.  ¡Y dudo que puedan dividir al pueblo para debilitarlo!  Y, además, dudo de que puedan mandar aquí una expedición que dure mucho aquí.

No, nosotros no vamos a hacer alardes; nosotros no vamos a decir aquí que “le vamos a dar candela al jarro” ni nada de eso; no vamos a hacer alardes, porque ya se sabe que los alardes conducen a las ridiculeces.  Nosotros lo que decimos es que si quieren preparar una expedición los enemigos de la Revolución Cubana, no tienen que esconderse ni tienen que hacerlo en secreto; nosotros les prestamos los barcos para que vengan (APLAUSOS).  Además, que escojan el lugar que quieran y, además, les damos tres días para que tomen posiciones (APLAUSOS).

Yo creo que más ventajas no se pueden dar ya.  Así que no tienen que molestarse en andar con Trujillo, ni andar con Nicaragua, si no necesitan nada de eso, si nosotros les damos todas las facilidades para que vengan (EXCLAMACIONES DE:  ¡Que no vengan!”).  ¡Ah!, ¿pero ustedes no están reclamando a Mujal y a Ventura y a toda esa gente?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Sí!”)  Entonces, ¿por qué dicen que no quieren que vengan?  ¡Ah!, pero, un momento, un momento, ¿ustedes tienen miedo de que vengan?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡No!” y “¡Que vengan, que vengan!”)  ¡Que vengan!  ¿Qué es lo que ustedes quieren?  (ALGUIEN EXCLAMA:  ¡Desquitarnos de todo lo que hicieron!”)  Claro, claro, que vengan!

¡Nosotros lo que creemos es que si vienen (ALGUIEN EXCLAMA:  “¡Los matamos!”) no, no los matamos:  se tienen que rendir por hambre y por sed, porque hasta sin tirarles un tiro yo creo que los rendimos, porque si cuando estaban aquí dentro y tenían columnas, y tenían todas las fortalezas, y tenían los aviones, y tenían los tanques y nosotros no teníamos más que a los rifleros, éramos pocos, pocas balas, poco dinero y mucha hambre, los cercábamos y los rendíamos, yo quiero que ustedes me digan ahora, si cuando nosotros, nosotros a ellos los cercábamos, los rendíamos cuando éramos unos pocos, cuando no teníamos nada, ¿cómo va a preocuparse ahora el pueblo de Cuba, que tiene tantas armas, y que tiene tanques y tiene aviones?  Bueno, tiene cosas que no las necesita, porque la verdad es que nosotros nos acostumbramos a pelear sin eso (APLAUSOS).

Así que...  bueno, por supuesto, señores, lo único que no se puede ganar jamás es una guerra contra el pueblo; eso ya se sabe.  Claro, por eso se lo digo.  Yo estoy tan seguro y tan tranquilo respecto a la seguridad de la Revolución..., como aquí las revoluciones fracasan cuando hay traiciones, y ¿quién va a traicionar a la Revolución?  ¿Nosotros?  ¿Los rebeldes?  Así que el problema es que la Revolución esta asegurada.

¿Que matan a uno aquí?  ¡Pues quedan diez, señores, se lo aseguro!  Miren, óiganme, porque voy a hablar claro, para que no tengan miedo; les advierto desde ahora que no tienen que tener miedo de que le pase nada a nadie.  Los que me llaman la atención a mí —óiganme bien— para pedirme que tenga cuidado, yo les digo que no se preocupen.  Miren, mientras más agresiones le hagan al pueblo, peor.

Les voy a contar un ejemplo.  Ayer, en un survey realizado por una firma competente y seria —ustedes conocen los surveyes, ustedes se acuerdan cuando las elecciones...  claro que hace siete años que no se oía nada de eso, ¿no?, casi está olvidado, pero la verdad es que todo el mundo sabía cuántos votos tenía por los surveyes—, bueno, pues se hizo un survey a ver qué proporción del pueblo estaba a favor de los fusilamientos de los asesinos de guerra, ¡y estaba el noventa por ciento a favor de los fusilamientos de los asesinos de guerra, el noventa por ciento!  (APLAUSOS.)

Pero ahora voy a decir lo mejor, lo mejor.  Eso fue ayer, antes de que se planteara el problema de la intromisión extranjera en los asuntos internos de Cuba.          Se han herido dos sentimientos:  primero, el deseo de justicia del pueblo de Cuba, que al pararse allá a pedir que se paralice el castigo de los asesinos, se hirió un sentimiento muy hondo en el pueblo, que es el sentimiento de justicia.  Pero, además, se hirió otro sentimiento muy hondo, una cuerda que vibra mucho, que es el sentimiento del patriotismo, el amor a la patria, el amor a la soberanía del país, que esta intromisión implica un ataque a la soberanía del país y al derecho del pueblo a decidir su propio destino.

Al herir estos dos sentimientos, ¿cual fue el resultado?  Que hoy por la mañana un representante de esa firma que hizo el survey me comunicó que a favor del fusilamiento estaba ya el 93% del pueblo de Cuba (APLAUSOS); en contra estaba un 2,73%, o sea, menos del 3%, otros que no opinaban y otros que no me acuerdo qué decían, pero que en contra nada más había 2,73%.  Yo me imagino que sea algún pariente de algún chivato, de algún esbirro, ¿no?

Pero lo extraordinario, lo extraordinario es que el 93% del pueblo de Cuba, demostrado científicamente en un survey, esté a favor de una medida.  Jamás hubo tal estado de opinión unánime en nuestro pueblo, jamás hubo tal unidad de criterio en nuestro pueblo.  Nunca, nunca, jamás.

Es más, yo creo que en ningún pueblo del mundo se ha producido el fenómeno de que un 93% esté a favor de una medida como está a favor este pueblo.  Y una medida que es dura, y este es el pueblo más generoso del mundo, todo el mundo lo sabe, el pueblo más sensible; un pueblo que por las buenas todo se obtiene de él, y por las malas nada (APLAUSOS); un pueblo que odia la violencia, un pueblo que odia la fuerza, un pueblo que odia el derramamiento de sangre.

Y cuando un pueblo como este, tan noble y tan generoso, está en un 93% a favor del fusilamiento de los esbirros, es que la medida tiene que ser muy justa, señores, demasiado justa (APLAUSOS).

Si se estudiaran, si un sociólogo, un estudioso de la psicología de las multitudes y de los pueblos, observase el caso de Cuba en estos instantes, se admiraría, porque es un caso extraordinario.  Y si hubiera buena fe, se analizarían estos problemas y se comprendería que la agresión más injusta, que la actitud más inmoral, más incalificable que se pueda en estos instantes adoptar contra un pueblo, es la que se ha adoptado contra el pueblo de Cuba, el pueblo generoso, noble, bueno, que odia la violencia, que odia la sangre, que repudia el abuso; este pueblo con un sentido tan profundo de la justicia, que esté en un 93% en favor de que sean fusilados, no encarcelados, sine en favor de que sean fusilados los asesinos de guerra, los criminales de guerra.

¿Qué demuestra eso, señor?  Se demuestra que el pueblo quiere que nunca más vuelva a vivir la nación esos años trágicos, absurdos, increíblemente duros que vivió, esos siete años que parecieron siete siglos.  ¿Quién no ha vivido siete siglos con los siete años de tiranía de Batista?

Yo voy a hacer una pregunta.  ¿Qué hombre se sintió tranquilo durante estos siete años?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Ninguno!”)   ¿Qué mujer se sintió tranquila durante estos siete años?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Ninguna!”)   ¿Qué madre no vivió con el sobresalto de lo que pudiera pasarle a su hijo?  (EXCLAMACIONES DE:  ¡Todas!”) Siete años, minuto a minuto, hora a hora, día a día, semana tras semana, mes tras mes, que cuando el hijo salía a la calle no sabía si regresaba; porque aquí mataban al revolucionario y al que no era revolucionario; aquí mataban al que ponía la bomba y al que pasaba a una cuadra de donde ponían la bomba.

Y en la Sierra Maestra, en una tarde, un señor, Sosa Blanco, que está en la Cabaña, alIí, esperando, “en remojo” que le llegue la hora, un señor, Sosa Blanco, ¿no asesinó en una tarde a 53 campesinos, en una sola tarde?  ¿Qué general español, cuándo en la historia de Cuba, incluso durante la época de España, se cometió jamás semejante crimen de asesinar 53 campesinos indefensos, inocentes, en una sola tarde?  Porque esos campesinos nunca habían visto a un rebelde.  ¡Ah!, pero a cinco o seis kilómetros de alIí las fuerzas de la dictadura habían sufrido una derrota y había que desquitársela.  Reunieron a todos los campesinos de un lugar conocido por El Oro de Guisa y los asesinaron a todos, ¡a todos!  Y entonces dijeron al otro día que era una gran victoria:  53 rebeldes muertos, un cabo y un soldado heridos”.  ¡Siempre había un cabo herido...!  (RISAS.)

Entonces, a una madre en esa ocasión, a una madre que tenía siete hijos y el esposo; bueno, pues le mataron siete hijos y el esposo, ¡los siete hijos y el esposo!  Cualquier madre que haya perdido un hijo podrá tener...  y hasta la que no ha perdido ningún hijo, pero que se horroriza ante la idea de perderlo, podrá imaginarse lo que es que una señora pacífica, que vive, que ha criado siete hijos, que los ha cargado, que los ha amamantado, que les ha lavado la ropa, que los ha hecho hombres, ¡que en un minuto la ráfaga de ametralladora de los asesinos de la tiranía les arranquen la vida a aquellos siete muchachos y le asesinen al esposo!

¿Cómo dejaron a aquella madre?  ¡Yo llevaría a esa madre ante el Congreso de Estados Unidos para que le respondiera al congresista aquel que habló a favor de los esbirros...!  (APLAUSOS.)  ¿Cómo quedará una pobre mujer a la que arranquen todo lo que tiene en la vida, y en un minuto?  Porque todavía, la que va a perder un hijo de enfermedad, y lo piense, y se lo imagine, y se va resignando, y sin embargo, no encuentra consuelo; calculen que esté tranquila y en una tarde cualquiera, y todos los hijos se los asesinen.  ¡Pues a ella le asesinaron siete, y a otra le mataron los cuatro hijos, y a otra le mataron los tres, en distintos lugares!  ¿Por qué?  ¡Tres, y en otro treinta, y en otro trescientos, señores, porque llegan a veinte mil las víctimas de la tiranía!

Y a un pueblecito pequeño, a un pueblecito pequeño como Las Minas de Bueycito,  allí, en un pueblecito pequeño, asesinaron a 450 campesinos.  Recuerdo cuando pasamos por  allí, hace unos tres meses, ya en nuestra ofensiva final, cuando las fuerzas de la dictadura iban en retirada, aquella mezcla de alegría por la liberación y la tristeza infinita que se observaba en aquella atmósfera.  No había lugar, no había campo, no había colina por aquellos alrededores, que no albergase un montón de cadáveres, de campesinos asesinados sistemáticamente para sembrar el terror.

Hay un niño combatiente en nuestra columna, un niño que ingresó en las fuerzas a los 13 años, porque estando en la escuela organizó una huelga en protesta contra aquello, y lo fueron a buscar para asesinarlo, y se fue y se unió a la tropa, y peleó.  Es uno de los soldados más jóvenes del Ejercito Rebelde (APLAUSOS).  Antes, antes le habían asesinado al padre a aquella criatura, ¡antes le habían asesinado al padre!  Era lógico que aquel niño hiciera la huelga y cuando lo fueron a asesinar se alzara también.

Sí, porque hasta los niños aquí son capaces de tomar un arma para defender sus derechos (APLAUSOS).

Así que los hechos perpetrados son suficientes para que no se olviden jamás.  Y yo decía que aquí, en esos siete años, no hubo madre, no hubo hermana, no hubo padres, no hubo hijo que viviera tranquilo.  No había ciudadano que pudiera pasar por la calle sin el temor de que en cualquier esquina lo asesinaran, lo golpearan.  Es que la mera presencia de las perseguidoras, con los esbirros dentro, era una tortura, ¡era una tortura!, porque miraban a los ciudadanos con cara de quien le perdona la vida y todos los días le perdonaban la vida a uno.  Casi era preferible morir, y por eso han muerto tantos cubanos, a soportar todo aquello.

Por eso aquí todo el mundo estuvo dispuesto a hacer los sacrificios que fueran necesarios, los hombres y mujeres de todas las clases sociales.  Y todo el mundo se llenó de valor, porque cuando se trata de una situación como esa, no hay cobardes, los cobardes desaparecen; cuando el pueblo está viendo constantemente un ejemplo de heroísmo, y un ejemplo de valor, se llena también de valor y se acabaron los cobardes.

Pero hemos vivido siete años que no los podremos olvidar jamás.  ¿Y qué es lo que quiere el pueblo?  Que eso jamás vuelva a ocurrir en nuestra patria; que ni esta generación ni nuestros hijos, ni nuestros nietos, ni las generaciones venideras, tengan que pasar por el horror que ha tenido que pasar la nación cubana en estos siete años.  Y como no quiere que se repita, por eso quiere que se castigue a los asesinos (APLAUSOS).

¿Saben ustedes por qué hubo tanto crimen?  Estoy seguro de que muchas veces ustedes decían:  ¿Pero será posible que se trate de seres humanos los que realizan estas cosas?  ¿Pero será posible que hayan nacido en Cuba los hombres que hacen estas cosas, que se jactaban de sus crímenes?

Yo quiero que ustedes sepan que hemos encontrado en los archivos de los jefes de policía fotografías de cadáveres torturados; fotografías que se exhibían en las fiestas y en las bacanales de los asesinos.  Porque disfrutaban del espectáculo de los destrozos que les hacían a los hombres en las cámaras de tortura, y luego, allá en medio del ron y del alcohol exhibían con placer sádico el producto de sus crímenes.  Y así hemos podido obtener fotografías que no se pueden publicar, porque son impublicables.

Y muchas veces nosotros nos preguntamos:  ¿Pero cómo es posible que haya seres humanos que puedan hacer eso, que sean tan despiadados?; cuando el hombre, generoso y noble, se duele hasta de ver un ave, un animalito, un perro que le destroce una pata un automóvil en la calle.  Eso hace compadecer a cualquiera; y se siente piedad por el animal.

¿Cómo concebir aquellos hombres que asesinaban todas las noches, que torturaban todas las noches, y que lejos de cansarse cada día eran más asesinos, más desenfrenados y más despiadados?  Esa era la pregunta que nos hacíamos nosotros.  ¿Cómo era posible?  ¿Y saben por qué?  Les voy a decir por qué.  Sencillamente porque aquí nunca hubo...