DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA, EN LAS HONRAS FUNEBRES DE LOS COMBATIENTES CAlDOS EN EL ENCUENTRO SOSTENIDO CON EL GRUPO MERCENARIO QUE DESEMBARCO POR BARACOA, EN EL POBLADO DE LA MAQUINA, GRAN TIERRA, BARACOA, ORIENTE, EL 19 DE ABRIL DE 1970, “AÑO DE LOS DIEZ MILLONES”.

 

(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS

DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

 

Familiares de los combatientes caídos: 

Campesinos y trabajadores de Gran Tierra: 

 

Hoy, 19 de abril, se conmemora el IX aniversario de la aplastante derrota sufrida en Girón por los invasores mercenarios armados por el imperialismo.  Sin embargo, este año no íbamos a tener acto.  Y no íbamos a tener acto, puesto que nuestro pueblo en estos instantes estaba entregado por entero a la tarea de realizar la zafra de 10 millones, y todo lo que de alguna manera pudiera significar restarle un minuto a esa importante tarea lo hemos evitado.  De manera que incluso, entre otras muchas fechas, se había decidido no realizar la solemne velada de todos los años, conmemorativa de la victoria de Girón. 

Sin embargo, hemos tenido que realizar este acto porque precisamente un día como hoy, 19 de abril, nueve años después, tenemos el deber doloroso de dar sepultura a cinco valerosos combatientes caídos luchando también contra una nueva agresión de mercenarios; cuatro de ellos que murieron casi instantáneamente y uno de ellos que murió horas después, a consecuencia de las graves heridas recibidas. 

Es algo que ha venido ocurriendo a lo largo de la historia de nuestro país.  Los caídos en la lucha, los muertos heroicos han venido a ser algo como una tradición en las luchas de nuestra patria.  Tradición que comenzó en los años ya lejanos en ocasión de nuestras luchas por la independencia, algo que hemos tenido la penosa experiencia de vivir muchas veces. 

Recordamos los caídos en el Moncada.  Recordamos los caídos en el “Granma”, en la Sierra Maestra, en el Palacio Presidencial.  Recordamos los caídos en las luchas clandestinas.  Recordamos los miles de compatriotas asesinados por los esbirros, las torturas, los crímenes. 

Y después del triunfo de la guerra revolucionaria, a lo largo de estos 10 años, recordamos los caídos cuando la explosión de “La Coubre”, que costó la vida de decenas de obreros y soldados a consecuencia de aquel bárbaro sabotaje del imperialismo.  Recordamos los caídos en el Escambray luchando contra los bandidos, en el Escambray y en otras regiones del país.  Recordamos los caídos en Girón.  Recordamos a los que han dado su vida por la Revolución, prestando servicios a la patria en incontables esfuerzos.  Recordamos obreros que han perdido su vida como consecuencia de sabotajes de los criminales contrarrevolucionarios.  Y recordamos a muchos compañeros que dieron la vida cumpliendo el deber. 

Recordamos a los cubanos caídos luchando en otras tierras, ayudando a otros pueblos.  Y recordamos, entre ellos, a nuestro querido e inolvidable compañero, el comandante Ernesto Guevara, y a los numerosos oficiales que con él dieron su vida por la causa de la Revolución. 

Y hoy otra vez, una vez más, tenemos que vivir la dura y amarga experiencia.  Y los causantes de estas muertes son los mismos; los causantes de este dolor, de este luto, de esta sangre generosa derramada, son los mismos.  

Y los que en el día de ayer perdieron su vida, perdieron su vida en aras de la misma causa: luchado contra los mismos enemigos, contra los mismos que ocasionaron muchas de las víctimas mencionadas aquí, contra los mismos que asesinaron en el Moncada decenas de prisioneros, contra los mismos que asesinaron en las calles y en los campos de nuestro país millares de ciudadanos, los mismos que fueron responsables de las víctimas de “La Coubre” o de los que murieron en el Escambray o en Girón.  Son ellos, alentados del mismo perverso propósito, alentados de la misma criminal idea de esclavizar y explotar a un pueblo, armados por el mismo amo que armó a los de Girón, persiguiendo los mismos propósitos. 

En esta ocasión las intenciones de estos mercenarios eran las de entorpecer la zafra de los 10 millones. 

Ellos saben que la inmensa mayoría de nuestros combatientes, que una gran parte de nuestro pueblo está entregado ahora a esta tarea.  Creían que podían entrar impunemente, libremente y, además, que con ello habrían de interrumpir el épico esfuerzo que realiza nuestro pueblo; que nos veríamos obligados a movilizar a muchos de los que hoy están librando su batalla en los campos de caña. 

Desde hace rato conocíamos de tales planes, de tales ideas, de tales propósitos de producir este tipo de desembarcos para sabotear la zafra.  Forma parte de los planes del imperialismo contra nuestro país. 

Hay que decir que en Estados Unidos cínicamente, descaradamente, desvergonzadamente, en los periódicos, en las revistas, en la televisión, en la radio, se habla públicamente, sin el menor disimulo, de organizar ejércitos de mercenarios, de organizar agresiones, de organizar invasiones. 

En estos años de Revolución, de Estados Unidos han venido incontables hechos de esta índole.  Unas veces los responsables llevan el nombre de Eisenhower, otras llevan el nombre de Kennedy, otras llevan el nombre de Johnson, y otras llevan el nombre de Nixon. 

Este mismo Nixon que hoy funge como presidente de Estados Unidos, fue el mismo que apoyó, en contubernio con el entonces presidente Eisenhower, con el mayor entusiasmo, la criminal invasión de mercenarios en Girón.  Este mismo Nixon declaró en sus campañas políticas que les daría riendas sueltas a los mercenarios.  Y este mismo Nixon ahora ha asignado al Pentágono —funesta institución universalmente conocida por sus crímenes y fechorías en todo el mundo— la organización y el reclutamiento de mercenarios para nuevos planes agresivos contra nuestro país, utilizando para ello un testaferro que nadie conoce y que es incluso ciudadano de Estados Unidos, a quien han tomado como mampara para crear la fachada política de los planes agresivos de Nixon y del Pentágono.

y de eso hablan los cables, y de eso hablan públicamente los promotores. 

Cuando Girón dijeron que se les debió haber dado apoyo aéreo a los mercenarios.  Este mismo Nixon criticaba a Kennedy por no haberles dado apoyo aéreo a los mercenarios desde los portaaviones yankis anclados frente a nuestras costas. 

En aquella ocasión, en realidad, ya les habían dado apoyo de armas, les habían entregado un buen número de aviones.  Pero a pesar de que nuestra fuerza aérea era muy reducida en aquellos días, sus aviones y sus barcos duraron bastante poco tiempo.  Pero, además, aunque hubiesen tomado la decisión de darles apoyo aéreo desde los portaaviones, ya cuando ese apoyo llegara los acontecimientos se habían desenvuelto con tal rapidez, nuestros batallones, nuestros tanques y nuestra artillería habían avanzado tan arrolladora y fulminantemente, que cuando hubiesen llegado los aviones de los portaaviones, no habrían tenido ya a nadie absolutamente a quien apoyar. 

Esto significa que ahora los imperialistas estén posiblemente considerando que al repetir una aventura como aquella omitirían lo que ellos consideraban sus errores de aquella vez y vendrían tal vez dispuestos a darles apoyo aéreo y apoyo naval a ejércitos de mercenarios. 

Todo el mundo recuerda cuando aquellos mercenarios cobardes, desmoralizados, comparecieron ante la televisión y cómo todos decían que los habían embarcado, que los habían engañado, que les habían dicho que al momento de llegar —aquella pandilla de criminales, esbirros, explotadores, donde había cientos de hijos de los más grandes latifundistas de este país— el pueblo los iba a recibir como libertadores, con los brazos abiertos, que la milicia, los combatientes, inmediatamente les iban a entregar las armas y ponerse a su disposición. 

Y cuando desde el primer instante, con el primer miliciano que se encontraron, lo que sintieron inmediatamente fue la réplica enérgica, digna y valerosa, y lo que encontraron fueron tiros y cañonazos por todas partes, entonces dijeron que los habían engañado, que estaban embarcados. 

Después, cada vez que ha habido una incursión de mercenarios     —ustedes lo han oído reiteradas veces— siempre la misma palabra:  “No sabíamos, creíamos, pensábamos que los campesinos nos iban a ayudar, y lo que hacían, es que nos salían por todas partes y nos perseguían incesantemente, y no encontramos a nadie que colaborara con nosotros.”

Porque ya no es ni siquiera la primera vez que tratan de utilizar este territorio para esas fechorías.  Y ahora también los promotores de nuevas agresiones andan repitiendo las mismas idioteces y los mismos cuentos, las mismas peregrinas teorías, la ridícula, estúpida, increíble historia de que cuando lleguen a este país los van a recibir con flores, los van a recibir como libertadores. 

Y allá están reunidos batistianos, latifundistas, falsificadores, malversadores, esbirros, traidores de toda laya.  Reunidos en la misma mesa los que asesinaron a miles de compatriotas, los que poseyendo incluso enorme cantidad de armamento, cuando unos pocos hombres empezamos la lucha con unos cuantos fusiles, fueron incapaces de resistir la lucha de un pequeño ejército de cientos de hombres, y se rindieron después por millares y decenas de millares. 

Uno de los que recientemente —en esta nueva aventura promovida por el imperialismo— hablaba de la creación de un ejército, era nada menos que el que mandaba 5 000 hombres en Santiago de Cuba, otro tanto aproximadamente en Bayamo, y más de 15 000 soldados en la provincia de Oriente.  Ejército que tuvo que rendirse a la acción de unos cuantos cientos de soldados rebeldes, relativamente mal armados.

Y ahora allá, desde Estados Unidos, habla de crear ejército.  Cuando aquí no son unas cuantas decenas, cuando aquí no son unos cuantos cientos, sino cuando aquí hay más de medio millón de armas; armas infinitamente superiores a las que tuvimos jamás en calidad cuando iniciamos la lucha revolucionaria en las montañas.  ¡Más de medio millón de armas!  Y un pueblo decidido a no ser jamás esclavo, un pueblo decidido a no dejarse jamás explotar, un pueblo decidido a no dejarse jamás gobernar por ladrones, malversadores, criminales, esbirros, sinvergüenzas y bandidos de todo tipo.  Un pueblo que no volverá jamás a permitir que venga nadie a adueñarse otra vez de nuestras tierras, de nuestras minas, de nuestros recursos naturales, del fruto de nuestro sudor; que no está dispuesto a permitir que nunca nadie más venga a privarnos del derecho a trabajar duramente por nuestro porvenir, para salir de la pobreza, para salir de la miseria, para salir del atraso. 

Un pueblo que no permitirá jamás que vuelva nadie a imponerle aquellas bochornosas condiciones de ignorancia, con millones de personas que no sabían ni leer ni escribir; cientos de miles de niños sin escuelas, sin un hospital siquiera en ninguna de las regiones de nuestros campos, donde vivía la mitad de nuestra población. 

En este mismo sitio que escogieron ahora para su fechoría, la última vez que estuvimos aquí era un acto diferente.  Fue aquel acto para inaugurar los círculos infantiles, para inaugurar esas magnificas escuelas, que se pueden contar entre las mejores del país; escuelas que, como decíamos en aquella ocasión, en el pasado no tenían ni los hijos de los millonarios; en aquella ocasión —cuando se arregló ese camino, cuando se instaló el acueducto, cuando se hicieron decenas de viviendas—, en esto aquí, que junto con la península de Guanahacabibes forman los lugares más apartados de nuestra patria. 

Pero es que la Revolución en todos los rincones del país...  si aun lo que se ha hecho es poco, si aun lo que queda por hacer es mucho más, infinitamente más que lo que se haya hecho, no hay, sin embargo, un rincón de esta nación donde no haya llegado un camino, o un hospital, o una escuela, o una obra de la Revolución. 

Los recursos han sido pocos.  Todos esos medios con que hoy a paso acelerado se desarrollan nuestros campos y se desarrolla nuestro país, son medios que se han ido adquiriendo en estos años, puesto que aquí no existían recursos de ninguna clase.  No se conocían más caminos en nuestras montañas que los caminos que hacían los madereros, talando los árboles, sin ocuparse jamás de plantar en su lugar un solo arbolito. 

Y decíamos que el lugar que escogieron en esta ocasión para sus fechorías fue precisamente la región de la Gran Tierra. 

Y cosa curiosa:  eluden encontrarse con los vecinos.  ¡Vaya libertadores que no se atreven a pasar por la casa de un campesino!, porque saben que en la casa de cada campesino hay un combatiente y hay un revolucionario.  ¡Vaya libertadores! 

¿A quiénes van a liberar mercenarios procedentes del país que reparte el crimen por todo el mundo?  A las pocas jutías que quedan por los montes, a los grillos, a los insectos.  Porque no se atreven a pasar ni siquiera por la casa de un campesino.  Y buscan los lugares despoblados:  mientras menos personas vivan, mejor para ellos.  ¡Vaya libertadores! 

Claro que desde Girón a hoy han pasado algunos años.  Desde Girón a hoy la Revolución es mucho más fuerte. Desde Girón a hoy nuestras armas se han multiplicado muchas veces y la experiencia de nuestro pueblo en el manejo de esas armas es mucho mayor. 

Y en el futuro esperamos que ninguno de estos mercenarios declare que lo embarcaron, que lo engañaron.  Esperamos que ninguno de estos mercenarios vuelva a decir que era cocinero y ayudante de cocina de las expediciones.  Que ninguno de estos mercenarios, después que derraman la sangre de los mejores hijos de nuestro pueblo; después que dejan hijos sin padre, madres sin hijos, mujeres sin esposos; después que obligan a nuestro pueblo a llorar a sus muertos; después que tenemos que pasar estas dolorosas y amargas experiencias; después que nuestros muertos heroicos estén enterrados, vengan diciendo que los engañaron, que estaban equivocados, y que se crean que van a esperar la menor contemplación, la menor consideración por parte del pueblo revolucionario. Porque desde que lleguen a nuestras costas —sean cuantos sean, vengan solos o vengan con los yankis, vengan con aviones o sin aviones, con barcos o sin barcos, con apoyo o sin apoyo— que no esperen del pueblo revolucionario la menor consideración. 

Y desde que pongan un pie en este país libre y dispuesto a defender su libertad, desde que pongan un pie en este país que solo podrá ser esclavizado cuando no quedara un solo hombre o mujer de vergüenza, un país al que solo podría volver a ponérsele el pie cuando no hubiera un solo hombre digno todavía respirando sobre estas tierras, un país donde solo se podría volver a poner el pie sobre las cenizas de todos nosotros; cuando pongan su miserable y asqueroso pie, su mercenario y traicionero pie en esta tierra, que peleen, ¡que peleen!  ¡Porque si no mueren peleando, van a morir en manos de los pelotones de fusilamiento, sentenciados por los Tribunales Revolucionarios!  (APLAUSOS)

Que lo sepan desde ahora y que lo sepan para siempre:  ¡que las leyes revolucionarias serán inflexibles!  ¡Y que cada vez que nos obliguen a coger el fusil, sepan que lo tomamos para combatir, que lo tomamos para pelear y morir si es necesario, pero no para tener generosidad y clemencia con los traidores, con los mercenarios, con los criminales que vengan a esclavizarnos, que vengan a derramar sangre buena y generosa de hombres que tienen en sus manos muchos callos de trabajar sobre la tierra, o de trabajar en las máquinas, o de cortar caña con un machete en la mano; de hombres que de la vida conocen su dureza, que de la vida conocen que solo con el esfuerzo y con el trabajo tiene el hombre el verdadero derecho a ganarse el pan; pan que no tiene derecho a quitárselo nadie! 

Sepan aquellos que quieran venir a comer otra vez el pan que se produce con el esfuerzo de otros, sepan los que quieran volver a tener esclavos en esta tierra:  ¡sepan que cada vez que nos obliguen a tomar las armas no habrá clemencia! 

No vamos a asesinar a nadie que cobardemente levante las manos.  Nunca hemos hecho eso.  Nunca haremos eso.  Pero para ellos están las leyes inflexibles y rigurosas, para ellos están los Tribunales Revolucionarios.  ¡Y para ellos está la voluntad del pueblo de que reciban el castigo más severo e implacable! 

Estamos trabajando duramente, construyendo el mañana, defendiendo nuestro derecho al presente, y aún más:  nuestro derecho al porvenir —porvenir que nos han obligado a construir con mucho sudor.  El sudor está bien:  ¡solo con sudor se puede crear el porvenir!  Pero nos lo han hecho también pagar constantemente a precio de sangre.  Sudor y sangre es el precio del futuro, ¡pero no lágrimas!  El dolor profundo en nuestros corazones cada vez que perdemos un compañero valeroso, el dolor profundo en nuestros corazones cada vez que vemos el luto en un hogar; pero a la vez nuestros espíritus se forjan, se fortalecen y se disponen a enfrentar siempre cualquier riesgo, cualquier agresión. 

Y de una cosa pueden estar seguros el señor Nixon y la pandilla de criminales que componen el Pentágono y la CIA, y los mercenarios todos aún no suficientemente escarmentados con las palizas que han recibido en Viet Nam, en Lao y las que les faltan, y que fraguan nuevos planes contra nuestra patria.  Y es que, sean cuales sean los medios que empleen, la fuerza que empleen, el apoyo que empleen, ¡van a recibir una derrota más bochornosa, más aplastante que la que recibieron en Girón!  Y que no encontrarán en este pueblo una gota de consideración, generosidad o piedad hacia sus criminales enemigos. 

En breves minutos se les dará sepultura a esos compañeros.  ¡Han caído en el cumplimiento del deber! 

Las balas pueden tronchar vidas.  Las balas enemigas y traicioneras pueden atravesar el pecho, pueden atravesar la frente, pueden atravesar la carne, pueden atravesar los huesos, pueden atravesar el corazón, pueden inmolar a un hombre.  ¡Pero lo que no podrán jamás esas balas criminales será inmolar las ideas, tronchar la causa, atravesar la bandera y la justicia que esos hombres defendieron con sus cuerpos! 

¡Los hombres podemos caer, pero las ideas que defendemos no caerán jamás! 

¡Patria o Muerte! 

¡Venceremos!

(OVACION)