DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN LA SEDE DE LA COMISION ECONOMICA PARA LA AMERICA LATINA, EN SANTIAGO DE CHILE, EL 29 DE NOVIEMBRE DE 1971.

 

(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS

DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

 

Doctor Raúl prebisch;

Doctor Carlos Quintana;

Dirigentes y trabajadores de la CEPAL;

Representantes de los organismos de Naciones Unidas: 

 

Cuando el doctor Quintana nos daba la bienvenida y nos decía que se alegraba mucho de tenernos aquí —eso fue cuando pasábamos por el vestíbulo—, le decía:  Pero realmente para mí implica un serio compromiso.  Porque en medio de la vorágine que he vivido en estos días, yo no he tenido ni un minuto para preparar y organizar de alguna manera las ideas y los argumentos para exponerlos aquí, o, en dos palabras, para darles alguna profundidad a los planteamientos que pudieran hacerse en esta institución. 

De todas formas, comprendo perfectamente bien, en primer lugar, el gesto, la amabilidad de invitarnos y, en cierto sentido, el simbolismo de nuestra reunión, precisamente por tratarse del representante en este momento de un país que ha vivido circunstancias especiales, que ha vivido algunas experiencias, que ha tratado de resolver sus problemas, y que ha tenido que tratar de resolverlos también en circunstancias especiales. 

y por tratarse en este caso de una institución que fue amistosa hacia nosotros, que en la época de las grandes restricciones, en la época de las grandes proscripciones, en la época en que se utilizaban todos los medios e influencias de la más poderosa potencia económica, política y militar del mundo, en esta institución se mantenían cordiales relaciones con nuestro país, y sus dirigentes tuvieron numerosos gestos amistosos. 

Conocemos, además, las tradiciones, las ideas y las tesis sostenidas en momentos en que incluso tales ideas y tales tesis estaban todavía muy poco en boga:  la defensa de determinados criterios que en los instantes en que se planteaban eran incluso tomados por criterios extremistas. 

Me imagino que más de una vez tomaron por extremista a la CEPAL y de milagro no la acusaron de comunista, sobre todo si tenemos en cuenta que incluso las cuestiones relacionadas con la reforma agraria, y otros cambios de estructura por el estilo, eran considerados cambios de carácter extremista.  Nosotros hemos recordado cómo por ejemplo, en Estados Unidos mencionar la palabra reforma agraria era prácticamente un sacrilegio. 

Espero que ustedes me, entiendan cuando yo me veo en la necesidad de utilizar algunos términos cristianos:  y tendrán en cuenta, además, que recientemente recibí el obsequio de una Biblia, que me puede haber permitido rememorar algunos estudios de la infancia. 

Recuerdo perfectamente bien que cuando en nuestro país se preparó o se habló de reforma agraria se decidió hacer una reforma agraria, una reforma agraria benigna...  Porque cuando ustedes lean nuestra Ley de Reforma Agraria descubrirán que no tiene nada de exagerada.  Incluso nuestra reforma agraria establecía un limite máximo de 30 caballerías, que traducido a hectáreas equivale a 30 por 13.34, el equivalente:  podríamos decir unas 400 hectáreas:  con límites superiores hasta de 100 caballerías, esto es:  algo más de 1 000 hectáreas para los casos de unidades altamente tecnificadas.  Después se hicieron proyectos de reforma agraria que establecían límites muy por debajo de esos. 

Sin embargo, en nuestro país ocurrió la circunstancia de que determinadas empresas norteamericanas poseían 10 000 caballerías, algunas hasta 15 000, de las mejores tierras:  algunas de esas empresas norteamericanas tenían mucha influencia en Estados Unidos.  Y cuando en nuestro país no se había hablado de socialismo ni de comunismo, cuando en nuestro país apenas se habían hecho algunas leyes que hoy podrían ser calificadas de leyes reformistas, se decidió...  Yeso nosotros lo sabemos, está históricamente comprobado, porque —como ustedes saben— en el gobierno de Estados Unidos por tradición, por ciertas añejas instituciones, las sinvergüencerías se publican cada 15, cada 10, cada 20 o cada 5 años, o en cualquier momento, según el caso.  Y ahí tenemos la reciente publicación, por ejemplo, de los documentos del Pentágono, que rebasaron la institucionalidad.  Algunas se dice que se publicarán dentro de 100 años.  Tal es el caso del sumario de la muerte de Kennedy.  De manera que nadie sabe de qué cosa nos enteraremos dentro de 100 años. 

Pero hemos sabido que desde que se acordó la Ley de Reforma Agraria cubana, se comenzó a organizar la expedición de Playa Girón. 

Todos sabemos —aun los más apolíticos— que cuando se hizo la Ley de Reforma Agraria en Guatemala, se organizó de inmediato el derrocamiento de aquel gobierno. 

En ambos países, United Fruit Company —ustedes me dirán si lo he pronunciado más o menos bien (RISAS)— tenía poderosísimos intereses.  De manera que ahí comenzó la historia de las agresiones, del bloqueo, de las proscripciones y de todos los medios para destruirnos.  Y comenzó por esa benigna reforma agraria. 

Luego la filosofía que precedió a la Revolución Cubana era una filosofía ciento por ciento retrógrada, reaccionaria, en los círculos políticos que prácticamente dominaban este continente y una gran parte del mundo. 

Con la Revolución Cubana tales círculos se decidieron a hacer algunas concesiones que tenían no un carácter progresista, ni mucho menos podían tener un carácter revolucionario.  Tenían un carácter antiprogresista, tenían un carácter contrarrevolucionario, puesto que tenían por objetivo justificar las agresiones contra Cuba, paralizar las posibles influencias de la Revolución Cubana y, sobre todo, de ser posible, aplicar algunos "remedios de mercurocromo" al cáncer económico y social de nuestros pueblos, ganar un poco de tiempo y ver qué pasaba después. 

Todo eso inspiró determinadas teorías y, sobre todo, más que teorías, determinadas acciones de carácter económico que en el fondo pretendían mantener los intereses prevalecientes, frenar de ser posible la Revolución, y a la vez mantener el sistema —sobre todo el sistema de penetración económica— de control de nuestros recursos, y mantener el statu quo político.  Y lo decimos con toda franqueza, y con todo respeto:  tales status quo no pueden mantenerse. 

Nosotros hemos escuchado las palabras del doctor Quintana.  Palabras amables, palabras respetuosas, palabras cuidadosas en que señala distintos puntos.  Nosotros vamos a basarnos fundamentalmente en esas palabras para exponer, con la brevedad de que disponemos, y en contradicción tal vez con la necesidad de debatir algo más largamente estas ideas, algunos puntos de vista. 

Cierto que hay tendencias integracionistas entre las grandes comunidades económicas dentro de lo posible.  Ha ocurrido el caso de Europa.  Hemos tenido los intercambios de Europa y Estados Unidos.  Hemos tenido incluso la penetración de Estados Unidos en Europa y también la tendencia de Estados Unidos de integrar a Europa dentro de la economía de Estados Unidos, para lo cual se valió —como es de todos conocido— de los cheques en falso que constituyen los 50 000 millones de dólares regados por el mundo que hoy no son convertibles en oro.  Incluso entre el campo socialista y el campo occidental se producen determinadas tendencias integracionistas de tipo económico, derivadas de los tremendos problemas actuales de carácter técnico y los enormes costos a la solución de determinados problemas, e incluso determinado por la racionalidad en el empleo de ciertos recursos.  Por ejemplo, se construyen gasoductos que, partiendo de la URSS, atraviesan los países socialistas de Europa Oriental y llegan hasta Alemania Occidental, Francia, Italia.  Se construyen además oleoductos.  La URSS es un país que cuenta con enormes reservas de tales elementos energéticos.  Se realizan y avanzan ciertas integraciones en la producción de energía eléctrica. 

Todos sabemos el famoso problema del "pico eléctrico".  Y nosotros lo sabemos más que nadie, porque lo vemos casi todos los días, y se traduce sencillamente en los apagones, no obstante que nuestro país ha triplicado virtualmente en 10 años las capacidades instaladas.  Esto, desde luego, unido a un mal mantenimiento, que decimos con toda franqueza que no nos ha permitido utilizar en el porcentaje máximo esas capacidades instaladas.  Pero que tales problemas de mantenimiento no constituyen, ni mucho menos, el problema fundamental, sino que ha crecido extraordinariamente el consumo eléctrico. 

Cometimos algunos errores inconscientes, tal como fue la adquisición de decenas de miles de cocinas eléctricas.  Un invento muy cómodo pero muy caro.  Y en un país donde se produjo el empleo pleno y abundante cantidad de circulante, una cocina eléctrica, con una electricidad barata, rebajada por la Revolución, pero con una escala que se rebajó tal como estaba, y la cual escala era una escala para estimular el gasto de energía y que cobraba muy caros los primeros kilowatts y muy baratos los últimos... 

De manera que si valían 10 centavos de dólar los primeros 50 kilowatts, y cuando pasaban, por ejemplo, de 200 valían cuatro centavos, en nuestra ley primaria —de carácter revolucionario a nuestro juicio, puesto que golpeaba cuestiones que eran muy sentidas por el pueblo—, simple y llanamente, como malos legisladores y peores economistas, rebajamos tales tarifas.  Y entonces, los primeros a cinco centavos y los otros a dos. 

Entonces, encima de eso, en comercio exterior, su trabajito ajeno por completo a estas realidades:  la importación de grandes cantidades, repito, de cocinas eléctricas, enormes gastos de electricidad; aumento del servicio a numerosas áreas en la ciudad y en el campo; aumento de escuelas, de hospitales, de instituciones sociales más el derroche consustancial de todo cambio revolucionario en condiciones de subdesarrollo y despojo de inteligencias, dieron como resultado nuestros "picos eléctricos". 

Perdóneme esta explicación sobre nuestros problemas eléctricos.  Simplemente para que se comprenda que todo país necesita disponer de capacidades para determinadas horas del día o de la noche.  Que algunos países han acudido a sus recursos hidroeléctricos que les permiten producir una energía barata y sin gasto de petróleo o de carbón.  Pero que nuestro país no tiene ni carbón, ni energía eléctrica, ni petróleo, tres grandes inconvenientes de orden natural. 

El petróleo tratamos de encontrarlo y vamos encontrando algo.  Pero todavía no hemos encontrado ningún mar de petróleo, lo cual habría sido bueno, sobre todo en una economía socialista, y que tal vez sea una gran desgracia en una economía monopolista, imperialista o feudal.  A veces estos recursos sirven para ayudar a las naciones, y otras veces sirven para corromperlas hasta la médula de los huesos. 

Sin embargo, en Europa ocurre lo siguiente:  cuando en Moscú son las 12:00 en las proximidades de Varsovia pueden ser las 11:00; o si van más lejos:  cuando en los Orales son las 12:00, en Moscú es otra hora, en Varsovia es otra hora; cuando llegan a Alemania ya estarán posiblemente en las 9:00 de la noche, cuando llegan a París están en las 8:00.  Y así por el estilo.  Interconectando sus sistemas eléctricos van pasando el "pico eléctrico" y van pasando las capacidades eléctricas. 

Imagínense qué inmensos ahorros y qué privilegios tecnológicos y qué ventajas de las naciones industrializadas integradas.  Para dar una idea. 

Pero hay algo más sobre esta cuestión de la integración:  los países antiguamente desarrollados.  Ejemplo:  Inglaterra, otrora cuna de la revolución industrial, inventora de las tecnologías de producción de acero, descubridora de los grandes valores del carbón, constructora de máquinas textiles muy modernas, de barcos, de ferrocarriles, de industrias químicas:  otrora el poderoso y orgulloso imperio, hoy si se queda sola, se subdesarrolla.  Y virtualmente Inglaterra ha ido sudesarrollándose relativamente.  ¡La cuna de la revolución industrial!  (Valdría la pena meditar eso nosotros, que soñamos con el desarrollo como tales micronaciones —con perdón de los nacionalistas estrechos).  Y busca desesperadamente la unión económica con Europa, desesperadamente, con bastante disgusto de algunos clientes del Tercer Mundo, ¿verdad?  (RISAS.)

Y Europa, la Europa de las guerras feroces, la Europa en que durante los últimos cinco siglos han estado matándose sistemáticamente, la Europa que guerrea desde los tiempos de Julio César, que habla tan distintos idiomas —algunos muy latinos y muy dulces y otros muy guturales y muy ásperos—, busca desesperadamente la unión económica y buscará inexorablemente la unión política, porque de hecho tales uniones económicas son la base de las futuras uniones políticas.  Y a ello trata de unirse Inglaterra.  Sin que nadie pueda asegurar que a pesar de tales uniones no tenga que padecer en el futuro ciertos subdesarrollos relativos, porque otras comunidades, con más recursos todavía, con más impulso en el campo tecnológico, avanzan. 

Son conocidos los problemas derivados de la industria química moderna.  Son conocidos los problemas derivados de la electrónica y de la cibernética.  Algunos incluso trataron de hacer caudal político hablando de estas cosas.  Se conoció un librito que se hizo famoso porque traia algunos datos que al parecer entusiasmaron demasiado a su autor, en que hablaba de qué forma la industria electrónica y la cibernética en Europa dependían de las patentes y de las grandes máquinas norteamericanas:  que si querían podían paralizar las economías de esos países porque tales máquinas incluso no se vendían, se alquilaban con sus tecnologías.  Se hablaba de la capacidad de empresa, de dirección, de la ciencia de dirección norteamericana, que le permitía controlar la economía no sólo con cheques falsos, sino también movilizando los recursos de los países de Europa.  Y Europa no podía defenderse de la penetración norteamericana. 

Estos hechos clarísimos nos ponen ante la realidad de un futuro casi inmediato, un futuro real ya desde ahora:  las grandes comunidades humanas con sus poderosos recursos técnicos y económicos, con sus enormes avances, con sus enormes ventajas. 

Tenemos dentro del campo socialista la comunidad económica de la URSS y los países de Europa Oriental.  Tenemos la gran comunidad económica o la gran comunidad humana de China, ahora ingresada en las Naciones Unidas, que ha podido, a pesar de su pobreza, desarrollar algunas industrias e incluso desarrollar armas termonucleares.  Desde luego, todo eso era posible en este mundo de hoy por la presencia de un continente de más de 700 millones de habitantes.  De manera que aun ahí, país pobre, la escala, la magnitud de la comunidad, le permite la solución de problemas que ni soñarlos en un pequeño país. 

Tenemos la Comunidad Económica Europea, que se defiende con sus enormes tarifas arancelarias, que nos obliga a pagar los altos costos de muchos de sus productos industriales, derivados de sus altos ingresos, de sus altos estándares de vida.  De manera que si Cuba vende en algún momento carne, o vende en algún momento café; o vende en algún momento azúcar...  En ocasiones ha estado vendiendo el azúcar a menos de dos centavos, cuando en Europa cuesta siete, ocho, nueve o diez, no lo sabemos bien, tal vez el doctor Raúl Prebisch lo sepa con exactitud.  Pero es el hecho de que los aranceles que pagan nuestros productos sirven para subsidiar los productos agrícolas incosteables de la Europa del mercado común.  Los países superpobres subsidiando las economías de los países superricos. 

Tenemos la comunidad económica de Estados Unidos, con sus 200 millones de habitantes, con su gran desarrollo industrial, con sus criterios monopolistas, con sus grandes egoísmos nacionales y con sus tarifas arancelarias, ahora puestas de moda de nuevo, con el 10% y las amenazas de elevarse al 15%, y algunas esperanzas de eliminar algunos productos latinoamericanos, con los cuales no resolvemos nada.  Y además, para venir en un momento dado a pintarse de buenos y recibir el coro universal del agradecimiento. 

Esa es la situación del mundo. 

Dentro de esa situación debemos ver el cuadro de nuestros países.  Y por supuesto, el de Cuba, que no fue la cuna de la revolución industrial, que no tiene carbón, que no produce 25 ó 30 millones de toneladas de acero.  Y así por el estilo. 

Cualquier país de este continente que crea que por sí solo tiene alguna perspectiva en el mundo —no importa que las mujeres hayan traído más o menos criaturas al mundo, que las tasas de desarrollo sean mayores o menores, que crecieran más que otros, e incluso si algunos tienen ínfulas en esta hora tardía de sustituir el papel de los antiguos imperios o de los antiguos gendarmes (a buenos entendedores pocas palabras)—, ninguno tiene posibilidad con sus actuales recursos técnicos, con sus espantosos problemas sociales, con sus sistemas represivos, de llegar a ser nada y mucho menos de llegar a ser gendarme. 

En una hora en que el pueblo vietnamita ajustó cuentas con las tropas más equipadas del mundo, más tecnificadas, más electronificadas, y el pequeño país logró derrotar toda esa avalancha de recursos técnicos que lanzó sobre él el doble de toneladas de explosivos que se lanzaron en la Segunda Guerra Mundial; a estas horas pensar en sustituir tales misiones en el mundo es una pura locura.  Por lo tanto, no debe constituir siquiera una preocupación. 

La preocupación es lo otro:  la situación de balcanismo, la debilidad innata de los pueblos que tienen tantas cosas en común, como nuestros pueblos latinoamericanos, y que no tendrán otra condición de supervivencia en el futuro que la unión económica más estrecha y, consecuentemente también en un futuro, la unión política más estrecha, para formar una nueva comunidad que tendría dentro de 30 años 600 millones de habitantes (APLAUSOS).  Aunque desde luego, aun en esas condiciones, tendría que realizar descomunales esfuerzos para ocupar ese lugar en el mundo de mañana. 

No se trata de consignas, no se trata de clisés, no se trata de frases.  Son realidades que pueden ser comprendidas hasta por un analfabeto.  Ese es el panorama. 

Luego viene el cómo.  Problema harto delicado y difícil, sobre todo para ustedes que tienen que trabajar en estos organismos internacionales, pero no tan difícil para un invitado intruso (RISAS), que tiene una cierta mayor libertad de palabra en este caso, aquí en la CEPAL (APLAUSOS).  Y es el problema político, prerrequisito de las integraciones sobre bases que no sean integraciones para las industrias a escala de Estados Unidos de Norteamérica.  Prerrequisitos políticos que se necesitan para llegar a integraciones racionales de alguna forma planificada, que sirvan realmente a los intereses futuros de nuestros pueblos. 

Y aquí tienen el caso de Cuba.  Cuba está lista para integrarse.  Es decir, la voluntad política existe ciento por ciento.  Pero habría que preguntar cómo y con quién o con quiénes. 

Resulta sumamente fácil incluso el inicio de relaciones económicas con un país como Chile.  Y fue inmediato.  Inmediatamente nos preguntamos qué nos sobraba y qué nos faltaba.  Claro, descubriremos siempre que nos hagamos esta pregunta que nos sobra muy poco y nos falta de casi todo (APLAUSOS).  Y a los chilenos les sobraba madera, productos derivados de la madera, algunos metales, algunos productos de la agricultura, entre ellos pinos, cuyo sobrante no se sabe por cuánto tiempo durará —y no porque desconfiemos de la agricultura chilena, sino porque confiamos en los escudos chilenos, que han aumentado de manera considerable en los últimos tiempos, elevando el poder de consumo de las masas, y nosotros sabemos lo que son los poderes de consumo de las masas.  Algún poroto, que si no sobraba por lo menos estaba en condiciones de que sobrara.  Y como por suerte eran porotos negros, que no hay hábitos de consumo y dicen que han aumentado la producción, tenemos esperanzas de recibir algunos porotos. 

Pero rápidamente se encontró el camino, ¡rápidamente!  Por nuestra parte, el control del comercio exterior, que es sencillamente una piedra vital de la economía.  Ya no son intereses particulares comprando donde les convenga a sus cuentas o a sus ganancias.  Son los intereses nacionales, centralizando su política de comercio exterior e intercambiando sus productos allí donde convenga. 

Estamos listos para hacer programas de integración con Chile, estamos listos para hacer programas de integración con cualquier país latinoamericano.  Pero, ¿cómo?  ¿Cuáles son los demás que están listos?..  No tenemos que pedirle permiso a nadie, señores, para hacer cualquier programa de integración con cualquier país de América Latina.  Pero, ¿qué ocurre con muchos de los otros?  ¡Tienen que pedir permiso! 

¿Con países de igual sistema económico?  Sí.  ¿Y con países de diferentes sistemas?  Teóricamente sí, como expresión si se quiere de un deseo.  En la realidad, imposible.  Y en la teoría, también.  Porque, ¿con quién vamos a integrar?  ¿Con un monopolio norteamericano?  ¿Con quién vamos a integrar?  ¿Con intereses particulares?  ¿Cómo es posible esa integración? 

Nosotros admiramos los esfuerzos de ustedes, las luchas de ustedes.  Han realizado un importante papel en el campo de las ideas, de la divulgación de la realidades, de los conceptos que sirvan para tomas de conciencia de estas realidades, que sirvan a la vez para tomas de conciencia política, para llegar a la conclusión de que sólo bajo condiciones de cambios políticos, que sólo bajo condiciones de cambios revolucionarios se crearán los prerrequisitos indispensables para la verdadera integración de nuestros pueblos. 

Y que conste que no se trata de una teoría subversiva, ni mucho menos de una intervención en los asuntos internos de los demás.  Son sencillamente los prerrequisitos elementales de las condiciones de vida del futuro de nuestros pueblos. 

Es a esto a lo que nos referíamos nosotros cuando hablábamos de expresarnos con cierta libertad en esta cuestión. 

El panorama actual lo saben ustedes mejor que nosotros:  inversiones extranjeras entre 15 000 y 20 000 millones.  Yo no llevo la cuenta con exactitud, porque las únicas que nosotros conocemos son las que había en Cuba y hay que descontarlas, ya están descontadas —sobre todo inversiones norteamericanas, porque nosotros les dimos un tratamiento diferente a unos y a otros.  Los bancos canadienses fueron tratados de distinta forma.  Hay incluso la industria suiza de alimentos que está siendo indemnizada y algunas otras industrias. 

Deuda exterior.  Debe estar cerca de los 20 000 —ustedes deben estar mejor informados que yo.  Deuda exterior con organismos internacionales, casi todos controlados por Estados Unidos, y deuda exterior directa con el gobierno de Estados Unidos:  deudas que comienzan a pagarse.  Pero según datos, si se suman las inversiones del exterior más la deuda, los dividendos más los servicios de estas deudas, equivalen a un tercio de las exportaciones de este continente. 

Hemos leído en estos días que Chile debe más de 3 500 millones.  Se sabe que, por ejemplo, Uruguay debe algo más de 800 millones y que ese país tiene que pagar ya 80 millones por año:  exporta no sé si 190 ó 200, tiene que importar por lo menos esa misma cifra para un mantenimiento, ¡para un mantenimiento!, para un difícil mantenimiento en condiciones en que sus productos básicos tienen problemas en los mercados.  No sólo problemas de intercambio desigual, sino problemas incluso de mercados.  Se dice que la República Argentina debe unos 5 000 millones. 

Ignoro cuánto debe cada uno de ellos.  Pero lo que me pregunto es cómo van a pagar, cómo le van a pagar a Estados Unidos, cómo van a satisfacer la deuda exterior con ese poderoso país, y cómo van a satisfacer los dividendos, y cómo van a mantener un nivel mínimo de subsistencia y cómo van a desarrollarse.  Problema en la realidad muy serio, de hoy, o de mañana, o de pasado mañana.  Problema que nos lleva a la realidad de nuestros países.  Problema que nos lleva a la consideración de ese famoso GATT, ese famoso abismo, esa famosa diferencia, y que aumenta como aumenta la distancia entre un automóvil que marcha a 10 y uno que marcha a 100, o un automóvil que marcha a menos de 10 y otro que marcha a más de 150.  Realidades actuales de la economía y de la técnica. 

Que ya no es la época en que se inicia la revolución industrial, y espero que nadie piense que cada uno de nosotros la vamos a inventar ahora.  Porque en aquella época, un herrero con unos cuantos pequeños equipos y herramientas construía una industria mecánica, y era el inicio de una industria mecánica.  Lo que había que invertir en cualquier industria era mínimo, era ínfimo, y era entonces la más alta tecnología. 

Hoy las inversiones en cualquier industria, póngase por ejemplo una de fertilizante —y nosotros hemos construido algunas—, requieren unos 50 millones de dólares, sólo de moneda exterior.  Póngase una industria de cemento, póngase una industria termoeléctrica, donde las unidades tienen que crecer de 25, a 50, a 100, a 200. 

Cuando usted consigue los medios...  ¿Cómo los consigue con lo que cuestan?  ¿Cómo los consigue con las deudas que tiene?  ¿Cómo los consigue, cuando cada vez más esos equipos son más caros y cada vez más los productos suyos suelen ser más baratos?  Salvo las excepciones en que la naturaleza les ha dado algún producto natural superabundante, como el petróleo, que les permite a algunos países ir sobreviviendo y cavando la ruina del futuro. 

¿Cómo se resuelven tales problemas en esas realidades?  ¿Cómo les damos un mínimo de mantenimiento a nuestros pueblos y cómo, además, nos desarrollamos, con el costo cada vez superior del desarrollo, con poblaciones que crecen a gran ritmo, con economías que no crecen o crecen a un ritmo muy lento, frente a necesidades que crecen? 

Y ahí viene otra cuestión:  el crecimiento deformado y loco de las necesidades.

Porque los estudios revelan:  tantos analfabetos, tanta mortalidad infantil, tanta desnutrición, tantas epidemias, tantos problemas de vivienda, tantos problemas de empleo, tantos problemas de higiene, tantos problemas de agua potable.  Porque si los países industriales tienen hoy el problema de la contaminación del aire y del agua, nuestros países no tienen problemas de contaminación alguna:  sencillamente no tienen agua.  Y cuando la van a buscar, tiene otro tipo de contaminación.  No es la contaminación de la industria:  es la contaminación de la pobreza, donde todo va a parar al manto freático o al río, con sus virus, sus parásitos y sus bacterias.

Pero ocurren situaciones tales como la de nuestro país, en que al triunfo de la Revolución tenía 300 000 automóviles, ínfimos equipos de construcción, falta absoluta de caminos —por no hablar ya de otras cosas más "refinadas", como un hospital o una escuela—, y 5 000 tractores. 

Esos automóviles llegaban de Estados Unidos por la aduana, con bajos impuestos —ciertos sistemas arancelarios preferenciales—, o llegaban de contrabando.  Por muchos medios.  Y se creó el ansia del automóvil.  Y cualquiera compraba un automóvil, incluso barato, de uso.  Pero todos los años entonces tenía que traer los repuestos, las gomas, los metales, el combustible. 

Y en esa situación, no se sabe qué tanto por ciento de las exportaciones iba a parar sólo a automóviles. 

Pero ya se estaba entrando en la era de las demás cosas:  la televisión, las planchadoras, las lavadoras, las cocinas eléctricas              —algunas más indispensables, otras menos indispensables.  Los lujos de las sociedades industrializadas, las ansias de consumo. 

Porque las sociedades industrializadas, además de llevarnos nuestros recursos naturales, además de explotarnos, además de hipotecarnos, además de intercambiarnos desigualmente los productos del trabajo de nuestros pueblos, nos traían sus hábitos y sus ansias de consumo.  Y los sistemas sociales no podían responder a tales cuestiones:  la demagogia, la politiquería, la improvisación, la solución del problemita de hoy con motivo de talo más cual contienda electoral clásica. 

Se vivía en eso.  Funcionarios entreguistas, sin ninguna voluntad de servir a la nación, viabilizaban todas estas situaciones.  Las capitales se veían hermosas, bellas, iluminadas, llenas de automóviles.  Pero los que transitaban en aquellos automóviles, por ejemplo, en nuestro país, no eran los 500 000 obreros que con bajísima productividad producían las divisas con que el país adquiría esos automóviles.  Aquellos no tenían ni escuelas, ni hospitales, ni caminos, ni transporte de ninguna clase, ¡no tenían ni siquiera carros funerarios para llevarlos a enterrar! 

La capital, bella.  Y los anuncios lumínicos, y todos los medios de divulgación masivos despertando las ansias de consumo:  ¡Adquiera un Cadillac, adquiera un Oldsmobile, adquiera tal cocina y tales muebles y más cuales:  adquiera tales aparatos y más cuales:  adquiera la última tela, adquiera la última moda!  Que si el vestido se puso largo, que si el vestido se puso corto, que si el vestido se puso por la rodilla.  Hay que ponerse con la moda, o de lo contrario hacer el ridículo social, ser despreciado.  Y aquí tienen:  una venta a plazos, a crédito, con entrada o incluso sin entrada.  Y aquí tienen:  las rifas, los premios:  si compra pasta de dientes, se puede sacar una casa (APLAUSOS). 

Enormes espacios en los medios de divulgación masivos dedicados a eso. 

Y cuando los países estaban superhipotecados, cuando tenían enormes necesidades humanas, enormes y elementales necesidades humanas, cuando tenían imperiosamente que desarrollarse, todo un adoctrinamiento, toda una deformación masiva por todos los medios:  porque responde a las realidades sociales creadas sobre la base de intereses individuales y egoístas, sin ninguna valoración de los factores humanos y morales. 

Sin embargo, eran las sociedades de los derechos humanos, las sociedades libérrimas, que algún día la historia condenará como hoy condena la época de los gladiadores romanos, de los cristianos asesinados en aquellos estadios o en aquellos circos:  que condenará como condena la Edad Media y la esclavitud pasada y la esclavitud contemporánea, barbaridades que han ocurrido en las sociedades a lo largo de la historia. 

Y no pretendemos decir que hayamos encontrado las formas superiores, pero las buscamos.  En nuestro país las buscamos:  el uso de todos esos medios, las valoraciones humanas por encima de todo, la participación de las masas por encima de todo.  E incluso —como decíamos— ya en nuestro país nosotros no podemos tomar, desde un punto de vista moral, decisiones sobre leyes fundamentales sin ir a consultar al pueblo.  Y ya cuando una ley tiene que discutirse en todos los centros de trabajo, en todas las organizaciones de masas, tiene que ser una ley incuestionablemente justa, tiene que ser incuestionablemente útil.  Y aun cuando transitoriamente afectara a los propios que la aprueban, hay suficiente educación y suficientes medios para enseñar a pensar, no inculcándoles determinadas ideas en el subconsciente, no creando reflejos. 

En nuestro país no se crean reflejos.  En nuestro país se trata de desarrollar la inteligencia.  En nuestro país se trata de enseñar a pensar, enseñar a razonar.  Y los actos de nuestro pueblo no son hijos de la fe sino hijos del pensamiento y de la razón.  ¡Y todos los medios y los recursos los empleamos para eso! 

Pero como no intentamos hablar de este tema, les quiero decir, para que no haya pesimismo, que existe un infinito campo donde la inteligencia humana puede encontrar fórmulas mucho más humanas de vida, de participación y decisión de las masas, para que no nos creamos que lo viejo fue el último y más supremo invento.  Porque no hay último ni supremo invento en la historia de la humanidad. 

Nosotros dedicamos grandes recursos de los medios de comunicación de masas no a estimular el ansia de consumo:  campañas de salud, campañas de educación, lucha contra los accidentes del tránsito.  En nuestro país no se apologetiza el crimen, no se estimula el crimen.  En nuestro país hay preocupación por la sicología del pueblo, por la sicología de los niños, por la sicología de todos. 

Vean en este mundo mercantilista cómo no hay ni películas para los niños, ni en el cine ni en la televisión.  Y todos aquellos que tienen problemas con la sicología de sus hijos saben que sin permiso de ninguna clase, a cualquier hora del día o de la noche, llega el maestro mercantilizado a exhibir el programa no que educa sino que produce ganancias, a debilitar, a reblandecer, a corromper y a despertar ansias de consumo en nuestros pueblos, que son hábitos que nos llegan del exterior, de las naciones industrializadas.  Problemas muy serios, un problema más entre los muchos que tenemos, pero que todos tienen el mismo origen de irracionalidad en la economía y en la política. 

Unido a todo eso, la sustracción de las inteligencias más destacadas. 

La naturaleza creó al hombre.  Seguramente, y ya casi nadie lo duda, la inteligencia fue resultado de la evolución humana.  En un principio debe haber obrado u obró en virtud de leyes naturales.  Al parecer, los más inteligentes tuvieron también más oportunidades de sobrevivir, según los principios darwinianos.  Después, la sociedad humana puso fin de una manera justa a las leyes ciegas de la selección natural.  Entonces, aquella inteligencia potencial del hombre se desarrolló por el dominio de la ciencia, la técnica, el desarrollo de los medios de comunicación, que primero fueron por seña y después fueron de palabra.  Parece que los que más hablaban tuvieron tal vez alguna posibilidad mejor de sobrevivir (RISAS).  Es lástima que en esta época no haya tales posibilidades (RISAS). 

Después vino la educación.  Como hemos dicho en otras ocasiones, lo que crece son los conocimientos, las posibilidades de desarrollarse la inteligencia.  Aumentan cuantitativamente los conocimientos.  Aumenta cuantitativamente el número de inteligencias, el cultivo de esas inteligencias, los medios de enseñanza, la pedagogía, los medios auxiliares de la inteligencia, las máquinas computadoras, etcétera.  ¡Y quién sabe por ese camino a dónde llegaremos!  Menos mal, porque hasta ahora no hemos llegado todavía tan lejos, por lo menos en el orden social. 

En esa situación cada país produce un número de inteligencias destacadas.  Nosotros procuramos esas inteligencias destacadas cultivarlas, observarlas:  los alumnos sobresalientes tratar de orientarlos para el empleo más pleno de sus capacidades.  Y en nuestros países las inteligencias destacadas las sustraen, las despojan.  Y el país que ha acumulado mayor número de científicos y de investigadores nos quita a nuestros incipientes científicos, nuestros investigadores.  Nos los lleva.  Los compra —que esa es la palabra.  Prevalece el interés económico, o incluso a veces el interés vocacional al tener una posibilidad de investigar, ¡y adiós al país donde nací! 

Claro que a Cuba le dieron un tratamiento diferente.  Le trataron de llevar hasta los obreros calificados, e incluso se los llevaron. 

En nuestro país no existía una conciencia nacional sólida, no existía una conciencia patriótica sólida.  Aquella sociedad próxima, con todos sus desarrollos y sus lujos y sus cines y sus revistas y sus libros y su cultura, que nada tenía que ver con los intereses ni las tradiciones de nuestro pueblo, había creado el ansia incluso de vivir en aquella sociedad.  Y abrió de par en par las puertas después de la Revolución para despojar al país de médicos, de técnicos, hasta de obreros calificados.  Y lo hicieron.  Y nosotros aceptamos ese desafío.  El precio sin duda fue alto. 

Hemos dicho que de 6 000 médicos se llevaron 3 000.  Ahora tenemos 8 000.  Dentro de cinco años tendremos de 12 000 a 14 000.  Por lo menos —¡por lo menos!— 12 000 para 1975.  Tenemos médicos para nuestras necesidades, y en ocasiones hemos podido ayudar a otros pueblos.  Si no tuviésemos limitantes en el ingreso a las universidades, tendríamos más.  Hemos tenido dolorosamente que poner limitaciones en las matrículas —1 500 por año— porque hemos tenido que atender otras áreas.  No tenemos todavía una gran masa de graduados. 

¡Pero qué problemas diferentes!  Nos encontramos en Chile 90 000 pugnando por ingresar en las universidades.  Y nosotros en nuestro país suspirando porque se gradúen para llevarlos a las distintas áreas universitarias. 

Es claro que un mínimo desarrollo, el intento de resolver problemas educacionales, problemas sanitarios, problemas médicos, conduce necesariamente a una gran demanda, sobre todo cuando el país depende de un producto como el azúcar, donde la productividad por hombre es baja y donde la mecanización es un camino largo y difícil. 

En nuestro país sólo en la educación y en la salud pública, en esas dos ramas, trabajan 300 000 personas hoy día.  Estamos tratando de recuperar tiempos perdidos.  Hemos combatido con éxito y hemos erradicado numerosas enfermedades.  Hace años no muere un solo niño de poliomielitis, por ejemplo.  Muchas otras enfermedades infecciosas las hemos erradicado.  Y ya virtualmente la tuberculosis está desapareciendo, ya van quedando libres capacidades de los numerosos hospitales antituberculosos que teníamos y que hoy podemos dedicarlos a otras cosas.  El parto institucional es casi el ciento por ciento ya en nuestro país. 

Hemos ido logrando pequeños y modestos avances en nuestras difíciles condiciones.  Hemos tenido y tenemos los mismos problemas que los demás países, y aun más, porque hemos dependido de un producto, como decíamos, del azúcar.  Durante años enteros el precio estuvo al nivel de dos centavos, la mitad de su precio de costo.  Durante años hemos tenido que emplear hasta 300 000 hombres sobre las armas para defender al país de peligros injustificables, incalificables, de los poderosos.  Hemos tenido que resistir el bloqueo.  Nuestra flota mercante —que es ya una flota mercante— apenas puede transportar el 7% de lo que entra y sale del país, porque sus recorridos medios son de 14 000 kilómetros. 

Esas son realidades.  No las que se divulgan, no la mentira sistemática de todos los días. 

Todo eso es substrátum.  Todo eso se oculta:  los esfuerzos que hicieron por arruinarnos y por hundirnos, sencillamente por el delito de querer cambiar, de querer crear una comunidad más racional para nuestro país en la hora presente, de abrir nuestras puertas al porvenir, de abrir nuestras puertas a la integración y a la unión de nuestros pueblos. 

Hemos tenido que pagar un alto precio.  Nos ha servido de gran ayuda, como hemos dicho, la solidaridad internacional.  Si no, ¿cómo habríamos podido sobrevivir cuando nos quedamos de la noche a la mañana sin el mercado azucarero, que era el 80% de nuestras divisas; cuando nos quedamos de la noche a la mañana sin una tonelada de petróleo, cuando gastábamos ya a nivel de unos 4 millones de toneladas; cuando nos amenazaban con invadirnos con mercenarios o con fuerzas regulares, y nos obligaron a emplear gran número de jóvenes que hoy tal vez serían ingenieros o médicos?  Que tuvimos que sacarlos de los institutos tecnológicos para llevarlos a aprender allí la electrónica, pero no la electrónica de la producción sino la electrónica de las armas, de las armas defensivas tierra-aire y de los distintos equipos; enviar la elite, lo mejor de nuestra juventud, lo más entusiasta, lo más combativo, allá a prepararse para defender al país. 

Hemos tenido también que emplear así los mejores:  selecciones a la inversa desde el punto de vista de la ciencia y de la economía, selecciones a la inversa, como han hecho con las inteligencias latinoamericanas.  Porque eso se llama selección a la inversa, en una nueva forma deliberada:  de un modo o de otro, recursos dedicados a eso. 

Esas son nuestras realidades, expresadas con palabras claras y sin intentos de propaganda.  Porque quienes quieran oír críticas que vayan a nuestro país —es decir:  quienes quieran oír autocríticas—, quienes quieran que les enseñen errores que vayan a nuestro país.  Porque era el pueblo humilde quien tuvo que hacerse cargo de todo, y dirigir una gran industria muchas veces hombres con un nivel de 5to grado y de 6to grado. 

Pero hemos persistido en el camino.  Hemos sobrevivido.  Y hoy tenemos fórmulas, y cada día encontramos más fórmulas para resolver distintos problemas, de una manera o de otra, como el mismo problema de la vivienda, que hoy en nuestro país los propios obreros lo están resolviendo con plustrabajo, en las zonas residenciales preparadas con los equipos que pone allí el Estado para crear las condiciones de calles, los movimientos de tierra.  ¡Y ello en horas extra!  Los obreros de las fábricas mandan brigadas de constructores.  Los que quedan en las fábricas realizan el trabajo de ellos, y los que van allí en nombre de la fábrica a veces trabajan hasta 14 y 15 horas.  Y ya lo hacen por el entusiasmo, ya lo hacen por las soluciones.  Ya no sólo construyen las casas:  hacen alcantarillas, escuelas, centros de recreación, policlínicos.  Todo lo hacen.  Y se desarrolla un fuerte movimiento de plustrabajo.  Porque nos detenía la falta de brazos, que se originó después de la Revolución cuando progresivamente se empezaron a atender determinadas necesidades, entre ellas las de la defensa, la educación, la salud pública, las construcciones.

En nuestro país se realiza hoy un enorme trabajo de infraestructura.  En nuestro país hay más de 150 brigadas de caminos y carreteras trabajando simultáneamente, 14 brigadas de presas, numerosas brigadas de sistemas de riego, tratando de crear la llamada infraestructura para enfrentarse a la sequía que de cuando en cuando nos azota, y a veces violentamente:  las inundaciones, los ciclones, que de todas esas cosas padecemos.  Todos tenemos algún padecimiento:  unos son los terremotos, otros son los ciclones.  Crean nuestros problemas específicos, que nos interrumpen el trabajo de las construcciones, que nos interrumpen el trabajo de la agricultura. 

En nuestro país —por ejemplo— en este momento, en la ciudad de La Habana, cuando nosotros vinimos había ya 300 edificios construyéndose, 300 edificios multifamiliares construyéndose simultáneamente por los obreros.  Y vamos buscando soluciones y más soluciones.  A veces hemos tardado tiempo en descubrir las realidades, a veces hemos tardado tiempo en tomar conciencia de nuestros problemas.  Hemos tardado tiempo en encontrar soluciones, ¡pero las vamos encontrando y las seguiremos encontrando! 

No pretendemos presentarnos como modelo.  Cuando hablamos de los ejemplos de cuba, decimos:  tomen de nosotros los errores, tomen en cuenta las equivocaciones que cometimos para que no las vayan a repetir en este campo o en el otro campo.  Más bien tratamos de exhibir nuestras faltas que nuestros aciertos.  Pero eso forma parte de la moral de nuestro pueblo.  Ya esa moral colectiva se puede observar por cualquier visitante. 

Quien vaya en plan de ver letreros lumínicos y fachadas de lujo, quien vaya en plan de ver automóviles nuevos, es mejor que no visite nuestro país.  Los automóviles son muy viejos.  Pero quien vaya con determinados criterios morales, quien vaya con determinados criterios humanos, quien tenga ya en su conciencia determinados patrones de conducta social y los sepa valorar, que visite nuestro país y que vea nuestro esfuerzo. 

Recordamos que tuvimos el honor de recibir la visita del doctor Prebisch.  Algunas cosas le mostramos.  Estamos seguros de que si él visitara hoy de nuevo nuestro país vería muchas más cosas nuevas. 

Nosotros no ocultamos nuestras dificultades ni nuestros problemas.  Pero hemos logrado crear una sociedad sólida, unida, con una alta conciencia moral, con una alta cultura política con la cual nos enfrentaremos al futuro. 

Tenemos una sociedad sólida que ya no depende de hombres, que ya depende de las masas.  Ya ninguno de nosotros resultamos, afortunadamente, indispensables en nuestros países.  Porque ya no son hombres, son pueblos los que avanzan.  Ya no son las ideas de unos pocos, sino las ideas de millones de personas. 

Esa es nuestra realidad de hoy, con todos los problemas que puede tener un país pobre, pero donde el hombre se siente algo, se siente parte.  Porque los cambios sociales empiezan dando no precisamente bienes, y los bienes que dan no son los bienes a los que están habituadas las sociedades industriales:  van primero a resolver los problemas educacionales, los problemas de formación de técnicos, los problemas de salud, los problemas que tienen que ver con el hombre, antes de ir a resolver otras cuestiones. 

Atendemos las necesidades materiales, procuramos mejorar, pero seguimos un riguroso orden de prioridades. 

Pero, además, el hombre se siente hombre. 

Y hay algo que hay que tener muy en cuenta:  nuestros pobres países, cuando hacen los cambios, tienen muy poco que dar en el orden material.  Y si quisieran dar mucho en el orden material, no pueden.  Y si convirtieran lo material en la motivación principal, fracasan.  Porque, desde luego, hay algo que se lleva en el orden moral:  el hombre se siente dignificado, se siente parte de la vida de su país.  Surgen nuevas, poderosas y profundas motivaciones.  Toma conciencia y está psicológicamente preparado para trabajar para el futuro, porque no tenemos ningún paraíso. 

Hemos conocido lo que es el espejismo de las vitrinas llenas:  esa idea de que hay infinitos bienes porque los hay en las vitrinas y no podemos adquirirlos, pero que cuando se tiene un poco de poder adquisitivo se vacían las vitrinas, y se vacían rápidamente.  Conocemos esos espejismos, conocemos esas realidades, y trabajamos para el futuro.  Es lo que hacemos en nuestro país. 

Perdónennos la referencia.  No intentamos cambiar imágenes.  Las imágenes también son producto de la historia.  No son ni supremas ni son eternas.  Tampoco las malas imágenes que se quisieron hacer sobre nuestra patria.  No nos preocupa.  Es un problema sencillamente histórico. 

Las referencias a nuestro país sirven solo para ilustrar las ideas que hemos querido referir aquí. 

Y sepan ustedes, que han trabajado, que tal vez muchas veces añoraron mayor ritmo, que en el fondo de sus corazones vieron, sintieron el deseo de cambios más profundos, que en las racionalidades de sus inteligencias vieron con claridad matemática esas realidades y las únicas soluciones:  sabemos que se enfrentan a esas realidades y tienen que seguir luchando pacientemente con ellas.  Pero sepan que nuestra patria está abierta a la integración y a la unión, que nuestra patria está abierta a la cooperación en la medida de sus fuerzas y sus recursos:  a la cooperación material y, sobre todo, a la cooperación moral de los hombres que estudian, investigan y trabajan para encontrar soluciones a los graves problemas de nuestros pueblos. 

Muchas gracias (APLAUSOS).