DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA Y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO CONMEMORATIVO DEL XIV ANIVERSARIO DE LOS COMITES DE DEFENSA DE LA REVOLUCION, EFECTUADO EN LA PLAZA DE LA REVOLUCION "JOSE MARTI", LA HABANA, EL 28 DE SEPTIEMBRE DE 1974, "AÑO DEL XV ANIVERSARIO".

 

(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS

DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

 

Señores invitados;

Compañeros de la Dirección del Partido y del gobierno;

Compañeros de los Comités de Defensa de la Revolución:

Hace exactamente un año, en esta misma plaza, al conmemorarse un aniversario más de la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución, se realizó el gigantesco acto de solidaridad con el pueblo chileno y de homenaje al heroico presidente Salvador Allende (APLAUSOS).

Desde entonces el pueblo chileno ha soportado una de las más sangrientas y grotescas tiranías que recuerdan los tiempos modernos. Después del 11 de septiembre de 1973, decenas de miles de chilenos han sido torturados, asesinados, encarcelados o desterrados por el gobierno feroz y sanguinario que surgió del golpe militar fascista. Cientos de miles de trabajadores perdieron sus empleos. Las industrias nacionalizadas han sido devueltas en su inmensa mayoría a los antiguos dueños, y las puertas de Chile nuevamente se abrieron a la penetración y el dominio de los monopolios extranjeros. Por último como un servicio adicional al imperialismo, en días recientes la junta fascista violó desvergonzadamente los Acuerdos de Cartagena, concediendo privilegios especiales a la inversión extranjera y amenazando la propia supervivencia del Pacto Andino, en el que cifran sus esperanzas de desarrollo e integración económica numerosos países de América del Sur. La junta fascista dio de sí todo lo que podían esperar de ella sus amos imperialistas, y los amargos frutos que la opinión conmovida de todos los pueblos del mundo presentían de los funestos hechos.

La enorme ola de solidaridad en todas las naciones de la Tierra, engendrada al calor de la tragedia chilena, no se ha debilitado en el transcurso de los meses. Al cumplirse el primer aniversario de la muerte heroica del presidente Allende, su figura se agiganta ante los ojos de la opinión mundial, y los pueblos redoblan su condena y su desprecio a la junta fascista.

Ningún hecho realmente, en los últimos tiempos, hirió tanto la sensibilidad mundial y produjo repulsa tan unánime en todos los rincones del mundo. Ningún gobierno está tan desprestigiado y moralmente aislado como el gobierno fascista de Chile.

¿Y qué es lo que en estos días precisamente ha colmado la indignación de la opinión pública mundial? ¿Qué es lo que vuelve aún más grotesco y repugnante el papel desempeñado por la camarilla fascista de Chile? La confirmación plena y confesa de la participación del gobierno de Estados Unidos en el proceso que culminó en el derrocamiento y muerte del presidente Allende (EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, seguro, a los yankis dales duro!").

Las autoridades de Estados Unidos se apresuraron a negar entonces lo que todo el mundo sospechaba: la responsabilidad que le correspondía al gobierno de ese país en los sucesos de Chile. Al cabo de un año, se ha podido saber con lujo de detalles que la CIA intervino descaradamente en el proceso chileno por orden de las máximas autoridades de Estados Unidos durante 10 años consecutivos, a fin de impedir, primero, el triunfo de la Unidad Popular; obstaculizar la entrega del gobierno después del triunfo; y trabajar activamente, por último, en el derrocamiento del presidente Allende.

Hoy se conoce, por la divulgación del informe del director de la CIA, William Colby, ante la Subcomisión de Inteligencia de la Comisión de Servicios Armados de la Cámara de Representantes el 22 de abril de 1974, y por otras revelaciones de agentes de la CIA publicadas por la propia prensa norteamericana, que en las elecciones de 1964 la CIA entregó a la Democracia Cristiana 3 millones de dólares para apoyar a su candidato Eduardo Frei frente a Salvador Allende; que en las elecciones de 1970 la CIA invirtió cuantiosos fondos para entorpecer de nuevo el triunfo del candidato popular; que ese mismo año, después de las elecciones victoriosas de las fuerzas populares, invirtió 350 000 dólares para sobornar al Congreso de Chile, a fin de que no se ratificase la elección de Allende; que inmediatamente después de constituido el gobierno de la Unidad Popular, la CIA gastó 5 millones, entre 1971 y 1973, para perturbar y sabotear el gobierno de la Unidad Popular; que en las elecciones parlamentarias de 1973 la CIA gastó un millón y medio en apoyar a los candidatos de la oposición e influir en los medios de divulgación masiva; y, por último, que en el verano de 1973 la CIA financió las manifestaciones contrarrevolucionarias, las huelgas de camioneros y comerciantes en que participaron decenas de miles de fascistas, y otros hechos que condujeron directamente al golpe criminal y traidor del 11 de septiembre de ese año. Estas cuantiosas sumas de dinero se negociaron en bolsa negra, por encima de las cotizaciones oficiales, contribuyendo a la especulación y agravando las dificultades monetarias.

Sin entrar a considerar las estrechas relaciones del Pentágono con las Fuerzas Armadas chilenas, a las que continuaron suministrando armas mientras al gobierno popular se le suprimían todos los créditos en Estados Unidos y en los organismos financieros internacionales controlados por él, la CIA jugó claramente un papel decisivo en la creación de las condiciones y en la preparación del terreno para el golpe fascista que tanto luto, sangre y tragedia ha costado al pueblo chileno. Sobre la Agencia Central de Inteligencia y las máximas autoridades de Estados Unidos, que propiciaron y calorizaron esa política, recae directamente la responsabilidad de los miles de chilenos torturados, asesinados, encarcelados y desterrados, y de las espantosas condiciones de represión, desempleo y miseria que sufren hoy millones de personas en ese país hermano. ¡La sangre limpia, revolucionaria y heroica de Salvador Allende (APLAUSOS), asesinado el 11 de septiembre, mancha imborrablemente ante la historia a los gobernantes de Estados Unidos!

En la larga lista de las agresiones de ese país contra los pueblos de América Latina, que datan desde la invasión y ocupación de la mitad del territorio mexicano en el siglo pasado hasta hoy, pasando por el despojo de la zona del Canal de Panamá, las intervenciones en Cuba, Nicaragua, México, Haití, Santo Domingo, Guatemala, etcétera —pretéritas unas, actuales otras; abiertas o encubiertas—, para apoderarse primero y saquear después los recursos naturales de nuestros pueblos y someterlos a sus dictados e intereses, pocas tan repugnantes, sórdidas y pérfidas como esta impúdica injerencia en los asuntos internos de Chile.

Si es cierto que la responsabilidad de tales hechos recae sobre anteriores administraciones de Estados Unidos, el nuevo Presidente, con asombro y estupefacción de la opinión pública latinoamericana, ha declarado que tales hechos se llevaron a cabo en aras de los mejores intereses de Estados Unidos. Es decir que el gobierno de Estados Unidos, a estas alturas, proclama abiertamente el derecho a intervenir por cualquier medio —no importa cuán ilícito, sucio o criminal sea— en los procesos internos de los pueblos de este hemisferio, siempre que los intereses reaccionarios y mezquinos de ese país lo hagan aconsejable.

¿No está acaso en flagrante contradicción con todas las normas del derecho internacional y los principios fundamentales que rigen la Organización de Naciones Unidas? ¿No está contra los convenios y tratados internacionales impuestos por Estados Unidos a los pueblos de este hemisferio?

¿Qué dice de esto la desvergonzada OEA, la desprestigiada OEA, la prostituída OEA? (ABUCHEOS) ¿Puede alguien imaginar que quede siquiera un átomo de pudor o autoridad moral o razón de existir a esa ridícula y desventurada institución?

Digámoslo con entera franqueza: son en gran parte culpables de estos hechos los que fueron cómplices de Estados Unidos en su agresión contra otros pueblos de América Latina; los que toleraron, apañaron e incluso apoyaron hechos como el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, las masacres contra los estudiantes y el pueblo de Panamá en la zona del Canal y la invasión de Santo Domingo por la Infantería de Marina yanki en 1965.

¿Qué decir de la propia historia de las agresiones de Estados Unidos y la OEA contra la Revolución Cubana? ¿Qué decir del bloqueo económico, la invasión de Girón, los ataques piratas desde países centroamericanos y desde Miami; la subversión, el terrorismo y los sabotajes promovidos por la CIA contra nuestro pueblo durante muchos años?

No puede olvidarse que, en su política de agresión a Cuba, Estados Unidos compró la complicidad bochornosa de numerosos gobiernos, repartiendo entre ellos la cuota azucarera y los despojos de la economía cubana. ¿Qué tiene de extraño que con esa falta elemental de respeto y consideración que siente hacia nuestros pueblos, Estados Unidos confiese y justifique hoy la intervención en Chile, a la vez que amenaza a Venezuela y Ecuador —entre otros países petroleros— con represalias de hambre, y aun peores, si no se pliegan a sus exigencias de reducir el precio del petróleo? ¿Será acaso la OEA, instrumento de la peor forma de neocolonialismo, quien defienda a los pueblos de América Latina, los integre y los una políticamente frente a la prepotencia y el dominio de Estados Unidos? (EXCLAMACIONES DE: "¡No!")

Los países de Africa tienen su organización de Estados africanos en la que no está incluida Africa del Sur, Rhodesia ni Europa. Y esos pueblos africanos, recién arribados al mundo de la independencia e incomparablemente más pobres que los de América Latina, tienen sin embargo un concepto mucho más alto y más digno del sentido, las funciones y el papel, de una verdadera organización regional (APLAUSOS).

Estados Unidos por un lado, y los pueblos latinoamericanos y del Caribe por otro, forman dos mundos tan diferentes como Europa y Africa, no caben en la misma comunidad. Allá los separa Gibraltar, que es un minúsculo brazo de mar; acá nos separa el río Bravo y el estrecho de la Florida; en ambos casos un abismo tecnológico, y culturas absolutamente diferentes.

Estados Unidos es ya una gran comunidad; los pueblos de América Latina y del Caribe tienen por delante la tarea histórica de formar la suya, como condición inexcusable de libertad, desarrollo y supervivencia. Y eso no podrá lograrse jamás en indigna promiscuidad y mescolanza con Estados Unidos (APLAUSOS). Juntos nuestros pueblos, tendremos la fuerza suficiente para darnos la seguridad y la garantía que no han ofrecido jamás ningún TIAR y ninguna OEA frente al dominio, las agresiones e injerencias de Estados Unidos.

Mencioné hace un instante las amenazas de Estados Unidos a los países exportadores de petróleo —dos de ellos latinoamericanos: Venezuela y Ecuador—, exigiendo la reducción de los precios. Tal como ha sido planteada la cuestión, en términos inusitadamente duros, por el presidente de Estados Unidos y otros dirigentes de ese país, en las Naciones Unidas y en la IX Conferencia Energética Mundial que tiene lugar en Detroit —donde por cierto las autoridades yankis, al negar la visa, impidieron la participación de Cuba—, el asunto del petróleo adquiere perfiles dramáticos.

En una acción concertada y perfectamente elaborada, los dirigentes de ese país han exigido de las naciones petroleras la reducción de los precios, responsabilizándolas con la inminencia de una crisis económica mundial, y amenazándolas con posibles y variadas represalias. Las propias agencias cablegráficas norteamericanas se han encargado de acentuar especialmente el carácter dramático de esos pronunciamientos, y no les ha faltado la base para ello.

En Detroit, el Presidente de Estados Unidos dijo textualmente que "a través de la historia los Estados han ido a la guerra en disputa de ventajas naturales como el agua, los alimentos o rutas más accesibles por tierra o por mar; pero en la era nuclear, cuando cualquier conflicto local puede convertirse en una catástrofe mundial, la guerra crea riesgos inaceptables a toda la humanidad". Luego añadió: "En la era nuclear no existe alternativa racional a la cooperación internacional".

Más adelante expresó: "Las naciones soberanas tratan de evitar depender de otros países que explotan sus propios recursos en detrimento de otros Estados. Las naciones soberanas no pueden permitir que se les dicte la política que deben seguir ni que se decida su suerte por medio de la manipulación artificial y distorsión de los mercados mundiales de productos. Nadie puede vaticinar el alcance del daño ni el fin de las desastrosas consecuencias, si las naciones rehusan compartir los bienes que les dio la naturaleza para beneficio de toda la humanidad. La semana pasada dije en la Asamblea General de las Naciones Unidas que todo intento de un país de emplear un producto con fines políticos, inevitablemente tentará a otros países a utilizar sus productos en beneficio de sus propios fines". Al final del discurso concluyó que "es muy difícil hablar de los problemas energéticos sin caer en un lenguaje apocalíptico".

Las formulaciones del Presidente de Estados Unidos fueron complementadas por declaraciones similares del Secretario de Estado y del Secretario del Tesoro de Estados Unidos.

La estrategia de Estados Unidos es bien clara: agrupar estrechamente bajo su dirección a los países capitalistas desarrollados, dividir a las naciones del Tercer Mundo y aislar a las naciones productoras de petróleo con el objeto de imponerles sus condiciones. Para ello amenaza no solo con represalias alimenticias, sino incluso con la guerra.

No es justo, en primer término, culpar a los países petroleros de la inflación mundial y de la crisis monetaria internacional. La responsabilidad de tales problemas recae fundamentalmente en los propios Estados Unidos. Ellos impusieron a la comunidad de naciones el sistema monetario que daba al dólar una posición privilegiada frente a todas las demás monedas; ellos inundaron el mundo y las reservas de los bancos centrales de casi todos los países con billetes norteamericanos que excedían con mucho su cobertura en oro; ellos bloquearon y alejaron a la comunidad socialista del comercio internacional; ellos iniciaron la guerra fría, ellos desataron la carrera armamentista; ellos y sus aliados en los pactos militares invirtieron durante un cuarto de siglo cientos de miles de millones cada año en armamentos; ellos promovieron la guerra de Viet Nam que costó más de 150 000 millones de dólares.

El presupuesto de guerra de Estados Unidos sobrepasa la cifra de los 80 000 millones anuales, y la CIA sola gasta cada año miles de millones. Es en esta funesta política imperialista donde están las raíces de la inflación y la crisis monetaria que surgió bastante antes de los aumentos de los precios petroleros. Ellos implantaron, en fin, la sociedad de consumo y el despilfarro sin límites de los recursos naturales de los pueblos. La elevación de los precios del petróleo, en todo caso, agudizó una situación de crisis desatada ya por la propia sociedad imperialista.

En segundo lugar, la Organización de Países Exportadores de Petróleo surge como una justa reacción de los países productores que pertenecen al mundo subdesarrollado, para defenderse de los precios injustos, el intercambio desigual y las exorbitantes ganancias de las grandes compañías multinacionales, que son esencialmente norteamericanas. Los que inventaron los precios monopólicos del petróleo muy por encima de los costos de producción, no fueron los países productores sino las grandes compañías petroleras que con ello obtuvieron fabulosas ganancias en beneficio de la metrópoli imperialista.

El petróleo sufrió durante muchos años la misma suerte que todas las materias primas que produce el mundo subdesarrollado. Pero el petróleo es una materia prima especial, porque el hierro, el aluminio, el estaño, el cobre, el níquel, el uranio, el cromo, el manganeso y otros muchos productos son consumidos casi únicamente por los países desarrollados; el petróleo en cambio es un producto que necesitan consumir, en mayor o menor grado, todos los pueblos del mundo. Entre todas las materias primas, es la más esencial y la más imprescindible. En ello radica la fuerza y también la debilidad de los países que lo producen, en esta confrontación con el imperialismo.

Tan pronto como los precios del petróleo subieron después de la última crisis en el Cercano Oriente, los países capitalistas desarrollados incrementaron vertiginosamente los precios de los equipos, las tecnologías y los productos industriales, muy por encima de lo que el costo de la energía incrementaba los costos de producción. A los aumentos del petróleo respondieron de inmediato aumentando los precios de sus exportaciones. Ellos disponen de ese recurso para afrontar sus dificultades; pero hay muchos países en el mundo que no son industrializados ni poseen petróleo, y cuyos productos agrícolas o materias primas no compensan en sus precios el tremendo incremento de los productos industriales y de la energía.

Es por ello que la estrategia imperialista toma en cuenta que en los oídos de muchos países pobres la exigencia de reducir los precios del petróleo puede sonar grata. Esto pudiera traducirse en una tremenda división de los países del Tercer Mundo y, con ello, en la derrota de los exportadores de petróleo; derrota que sería a la larga la de todos los productores de materias primas y significaría el empeoramiento del intercambio desigual que ha impuesto a nuestros pueblos el imperialismo.

El petróleo goza de una posición privilegiada entre todas las materias primas; es por lo que juega un papel de vanguardia en esta lucha. Pero ello impone una inmensa responsabilidad a los países de la OPEP. Si se quiere que todos los países subdesarrollados hagan suya la batalla del petróleo, es imprescindible que los países petroleros hagan suya la batalla del mundo subdesarrollado (APLAUSOS). No es invirtiendo los ingresos del petróleo en los países capitalistas industrializados o en los organismos financieros internacionales controlados por el imperialismo, como se puede lograr el apoyo del mundo subdesarrollado. Esos recursos deben ser invertidos esencialmente en el Tercer Mundo, en la lucha contra el subdesarrollo, para que la batalla del petróleo sea realmente una bandera y una esperanza para todos los pueblos marginados de la Tierra. De lo contrario, gran parte del mundo subdesarrollado no tendría nada que ganar en esa lucha, sino pagar los productos manufacturados y la energía más caros, y resignarse a un empobrecimiento mayor en una situación ya de por sí crítica.

Ni los petroleros, ni el resto de los pueblos subdesarrollados se pueden permitir el lujo de perder esta oportunidad histórica. Es la hora en que todos los países del Tercer Mundo deben unir sus fuerzas y enfrentar el reto imperialista. Si los países petroleros se mantienen unidos y firmes (APLAUSOS), si no se dejan intimidar por las amenazas de Estados Unidos, si buscan la alianza del resto del mundo subdesarrollado, los países capitalistas industrializados tendrán que aceptar como inevitable la desaparición de las condiciones bochornosas e injustas de intercambio que han impuesto a nuestros pueblos.

Los países No Alineados podrían reunirse y dar una respuesta firme, unida y categórica a las amenazas y presiones de Estados Unidos (APLAUSOS). Frente a la estrategia imperialista de división, es necesaria la unión más resuelta (APLAUSOS). Así, la imprescindible cooperación internacional no se impondría en los términos que exigen los imperialistas, sino en base a las aspiraciones y los intereses más legítimos de todos los pueblos del mundo.

El gobierno de Venezuela ha respondido con energía y dignidad al discurso del Presidente de Estados Unidos (APLAUSOS). Sin embargo, solo unos pocos países latinoamericanos, varios de ellos productores de petróleo o exportadores potenciales en el futuro, le han dado su respaldo. Muchos gobiernos han guardado silencio. Cuando Venezuela nacionalice el hierro y el petróleo en un futuro próximo —como lo ha proclamado su gobierno—, es de suponer que la política imperialista hacia Venezuela se endurezca. ¡Esta es la hora histórica en que Venezuela necesita el apoyo de los pueblos de América Latina, y América Latina necesita de Venezuela! (APLAUSOS) ¡Debemos ver en su batalla una batalla de todos nuestros pueblos!

A la vez, Venezuela, con los extraordinarios recursos financieros que pueda movilizar como fruto de una firme y victoriosa política petrolera, podría hacer por la unión, integración, desarrollo e independencia de los pueblos de América Latina, tanto como lo que hicieron en el siglo pasado los soldados de Simón Bolívar (APLAUSOS).

Cuba, que con la ayuda generosa de la Unión Soviética (APLAUSOS) no ha conocido de crisis energética, y cuyo desarrollo marcha adelante a pesar del bloqueo imperialista y la cobarde actuación de muchos gobiernos de este continente, no vacila en proclamar su apoyo al hermano pueblo de Venezuela (APLAUSOS) y al gobierno de ese país, en su justa posición frente a las pretensiones de Estados Unidos.

Sírvales a los venezolanos de experiencia el propio ejemplo de la Revolución Cubana, que en las más increíbles condiciones de bloqueo, soledad hemisférica y aislamiento resistió a pie firme y sin vacilación alguna las embestidas del imperialismo (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, seguro, a los yankis dales duro!") y después de 15 años emerge, victoriosa e invicta, como un hecho irreversible en este continente.

Venezuela no estará sola en este hemisferio como lo estuvo Cuba (EXCLAMACIONES DE: "¡No!"). ¡Y quizás el destino reserve de nuevo al pueblo del ilustre Libertador un rol destacado y decisivo en la independencia definitiva de las naciones de la América Latina!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)