DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA Y PRESIDENTE DE LOS CONSEJOS DE ESTADO Y DE MINISTROS, EN EL ACTO ESTUDIANTIL CON MOTIVO DEL XXXIV ANIVERSARIO DEL ASALTO AL PALACIO PRESIDENCIAL Y A RADIO RELOJ, EFECTUADO EN EL ANTIGUO PALACIO PRESIDENCIAL, EL 13 DE MARZO DE 1991.

(VERSIONES TAQUIGRAFICAS - CONSEJO DE ESTADO)

Queridos familiares de los combatientes del 13 de marzo;

Queridos compañeras y compañeros de la FEU, de la FEEM y de los pioneros:

Hoy teníamos reunión, como todos los miércoles; estábamos reunidos los miembros del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros. Claro, para nosotros las reuniones son como las clases, sentimos como una obligación estar allí. A veces he dicho que lo que más me gusta de las reuniones son los recesos (RISAS); pero después, por ese camino, llegué a la conclusión de que hay una parte de las reuniones mejor que los recesos, y es el final (RISAS).

De todas formas siempre tomamos con mucha seriedad nuestro trabajo de cada día y dio la casualidad que coincidió el miércoles con el 13 de marzo. Nosotros habíamos dicho: El miércoles tal, tal y más cual, y no nos dimos cuenta de lo que podría surgir. Entonces estábamos en la reunión cuando recordamos las invitaciones recibidas de ustedes y les pregunté a los compañeros: ¿Han recibido invitaciones para el acto del 13 de marzo?" Me respondieron casi todos que sí, que habían recibido invitaciones, y entonces propuse: "¿Por qué no hacemos un alto en la reunión y vamos a participar con los estudiantes en la efeméride del 13 de marzo?" (APLAUSOS)

Por muy importante que sea cualquier reunión, es mucho más importante recordar una fecha como esta. No creo que haya nada más importante en estos instantes que rendir tributo a los que se sacrificaron por la independencia y la dignidad de la nación.

Este es un día, no solo para ustedes los estudiantes, sino para la generación que participó directamente en los combates de aquellos años, que es imposible olvidar. Estábamos entonces en pleno corazón de las montañas —y no éramos siquiera un grupo numeroso— cuando, a esta hora aproximadamente, en las faldas de una de las más altas montañas de la zona de la Sierra Maestra donde nosotros nos movíamos, pusimos el radio y solo escuchábamos la señal de Radio Reloj, no se escuchaba una sola palabra. Comprendimos que algo grave, algo de gran trascendencia estaba ocurriendo en ese momento, puesto que no se explicaba aquella radio silenciosa; efectivamente, era que acababan de ocurrir dramáticos hechos, acababa de hablar José Antonio y de la estación solo quedaba en el aire su señal.

Esperamos impacientes hasta que empezaron a llegar las primeras noticias de lo que había ocurrido por la propia radio. También supimos rápidamente —no recuerdo exactamente después de qué tiempo, creo que fue la misma tarde— de la muerte de José Antonio.

Las noticias se iban conociendo fraccionadamente. Y, como siempre en estas circunstancias, algunos de los luchadores, cuando eran hechos prisioneros, morían asesinados. Aquel día fue un día de terror en la ciudad, donde asesinaron a distintas personas.

A José Antonio lo conocimos muy bien, hacía poco tiempo habíamos terminado los estudios en la universidad cuando llegó José Antonio. Desde el primer momento se caracterizó por su carácter alegre, amistoso, de ese tipo de persona que solo con su forma de ser y su comportamiento ya conquista la simpatía de los demás. Era muy activo. Lo recuerdo en los primeros meses después del golpe de Estado de 1952, en las manifestaciones y en las luchas de los estudiantes —todavía no era dirigente estudiantil, él era un jovencito de la escuela de arquitectura, si mal no recuerdo; le decían Manzanita porque era de tez rosada, una característica de su físico, procedía de Cárdenas—, y ya todo el mundo lo conocía, era popular desde los primeros momentos por su actividad constante, su energía, su participación en las primeras filas de las manifestaciones y su valentía. Esas eran características de José Antonio.

Con nosotros siempre fue realmente muy amable y muy amistoso, a pesar de que a veces hay esos fenómenos de que a los que llegan nuevos a la universidad no les gusta mucho la presencia de los que estaban antes; y cuando se producen acontecimientos como el golpe de Estado del 10 de marzo, había en la universidad personas que estaban en competencia con los demás y algunos nos veían a nosotros como rivales, que a lo mejor nos íbamos a convertir en jefes de la Revolución, y tenían un poco de celo. Esa es la verdad —de esas cosas casi nunca se habla—, pero nunca fue esa la actitud de José Antonio, ¡nunca, jamás!, sino todo lo contrario.

El se fue destacando y va ascendiendo, y en aquella lucha durísima, que se hizo mucho más dura después del 26 de julio de 1953, José Antonio va ascendiendo hasta que llega al cargo de presidente de la Federación Estudiantil Universitaria.

El imprimió a la Federación Estudiantil toda su energía y su espíritu, y creció mucho el espíritu de combate de los estudiantes, libraron tremendas batallas contra la policía. Recuerdo que nosotros estábamos presos y ellos en la calle en diversas manifestaciones de protesta y de lucha. Después, cuando nosotros ya habíamos salido de Cuba para preparar lo que después fue la expedición del "Granma" —entonces no había barco ni sabíamos cómo se llamaría—, los estudiantes también libraron grandes batallas, fuertes, fortísimas, contra la policía, eran batallas campales, y ahí estaba, en primera línea siempre, José Antonio.

Cuando estábamos próximos a regresar a Cuba —ya se había creado el Directorio Revolucionario—, una representación del Directorio nos visita en México, discutimos largamente los problemas de Cuba e hicimos un acuerdo de actuar unidos el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario. Para nosotros eso era de suma importancia, porque a la fuerza de nuestro movimiento se sumaba la fuerza del Directorio Revolucionario y se sumaban figuras de prestigio nacional, entre ellas, fundamentalmente, José Antonio. Hicimos lo que se llamó el Pacto de México, para actuar juntos en la batalla por el derrocamiento de Batista.

Entonces nosotros, de acuerdo con nuestros planes, organizamos la expedición y desembarcamos en la provincia oriental —entonces era una sola provincia—, desembarcamos por Las Coloradas, en el yate "Granma", después de peripecias que son conocidas y no vamos a repetir.

Esto se produce dos o tres días después del levantamiento de Santiago de Cuba, porque nosotros, en el propio movimiento, teníamos a veces nuestros puntos de vista no coincidentes. A decir verdad, éramos partidarios de desembarcar primero y que el alzamiento se produjera después. Lo hacíamos por una razón: nos considerábamos bien preparados y mejor armados. Considerábamos que nuestra fuerza no era numerosa —era de casi 100 hombres bien entrenados, realmente, para la lucha— y nuestra idea era que, al desembarcar, las fuerzas del ejército se dirigieran hacia nosotros, y después, cuando el grueso de las fuerzas se dirigieran hacia nosotros, en la retaguardia del enemigo se produjera el levantamiento de Santiago de Cuba.

Ese fue un tema que discutimos mucho con la dirección del movimiento que actuaba en Cuba. Yo creía que los había convencido, porque ellos querían simultanear, que el levantamiento fuera el mismo día de nuestra llegada, y llegamos con dos días de retraso, aunque, realmente, no teníamos ninguna culpa. En realidad, de marinería sabíamos muy poco, solo sabíamos que en un barco se llegaba a Cuba. Los recursos que teníamos para adquirir embarcaciones eran muy escasos, y compramos un yate, que es ese que está del otro lado de Palacio. Como ustedes ven, sirve para que una familia pueda dar una vuelta, pero no sirve para cargar una expedición, y nosotros no teníamos otra cosa y estábamos decididos a venir.

Habíamos proclamado una consigna ¡y cuidado con las consignas porque hay que cumplirlas!, y así como ahora decimos ¡Socialismo o Muerte!, ¡Patria o Muerte!, en aquella época dijimos: "En 1956 seremos libres o seremos mártires" (APLAUSOS). Y eso lo escribíamos en todas las proclamas.

Alguna gente, historiadores y otras personas, se han preguntado por qué lo hicimos y si era correcto eso de anunciar un desembarco a plazo fijo, por qué comprometerse. Yo diría que eso puede discutirse, no tengo ninguna objeción en discutir eso. ¿Pero qué elemento influyó? Influyó mucho el escepticismo que había en mucha gente sobre las posibilidades de una revolución en Cuba, unido a la propaganda enemiga de que todo eso era un cuento y que no se cumpliría ninguna palabra, que eso no era más que una consigna, y se hacía mucha campaña.

En realidad hay dos momentos: está el momento antes de que lanzáramos la consigna, que era el escepticismo puro, de que no, que nosotros no haríamos ninguna revolución, que había que seguir el curso legalista y electorero trazado por Batista, cuando lanzamos la consigna, entonces hicieron la campaña de que no cumpliríamos.

Aquella era una situación especial, nosotros estábamos decididos a cumplir e incluso cuando adquiríamos las armas, las movilizábamos y las guardábamos, siempre dejábamos un grupito de armas, 15 ó 20, porque yo dije: De todas maneras cumpliremos. Se podrá discutir, repito, si fue correcto o no, pero la promesa se ha hecho, ¡la promesa se ha hecho y hay que cumplirla! Y dijimos: Bueno, hasta un avión. Quizás nosotros hubiéramos sido secuestradores de un avión y habríamos aterrizado no se sabe dónde, pero cerca de alguna montaña. La cuestión era que nosotros antes del 31 de diciembre regresaríamos al país, lo habíamos dicho y estábamos dispuestos a cumplirlo.

Claro, deseábamos regresar con el mayor número de hombres posibles, en las mejores condiciones posibles. Al principio, cuando se concibió la estrategia —y ya la habíamos concebido desde las prisiones—, la idea era reunir 300 hombres con armas automáticas; teníamos en cuenta la aviación enemiga y ya desde entonces pensábamos que con el fuego de las armas automáticas, de cierta forma, podía neutralizarse la aviación enemiga desde tierra, lo cual fue demostrado después por los vietnamitas en su guerra, cuando disponían de muchas armas automáticas. Pero cuando nosotros veníamos en el "Granma", realmente, nada más traíamos un arma automática; en vez de 300 armas automáticas, una sola; los demás eran fusiles de cerrojo, no eran malos. Teníamos alrededor de 55 fusiles de mirilla telescópica, la gente había adquirido una buena práctica en aquello de disparar con mirilla telescópica, era capaz de hacer blanco a 500 ó 600 metros sobre un plato y, en ocasiones, sobre un plato de perfil —ya podrán calcular el nivel de puntería—, pero no eran armas, realmente, automáticas.

El número de hombres en el "Granma" era de 82, algunos restantes no pudimos traerlos. ¿Saben cómo hicimos al final la lista aquella de la selección? Por orden, por supuesto, de los que tenían más experiencia, más práctica, etcétera, etcétera, y al final había como 15, más o menos, en la misma categoría, y entonces dijimos: ¿Para llevar el mayor número qué hacemos? Y los escogimos por el peso y el tamaño: los más chiquiticos de toda nuestra tropa fueron al final escogidos, y se quedaron tres o cuatro gordos —se lo advierto—; esos no vinieron, y después no había quien los convenciera de por qué no los habían traído, y sencillamente no se habían traído porque donde venía uno cabían dos, y para llegar a 82 en el "Granma" tuvimos que hacer eso.

Estas fueron las condiciones en que se produce nuestro regreso a Cuba, muy difíciles. Los compañeros de Santiago de Cuba lanzan el levantamiento el día 30 porque, según los cálculos que habíamos hecho, llegábamos en cinco días; pero había un cálculo que únicamente alguno de ustedes, de los que estudian matemática o ingeniería naval o algo, hubiera podido hacer mejor que nosotros, porque es que probamos el barco en aguas tranquilas y, además, con poca tripulación. Nadie sabía lo suficiente como para darse cuenta de que al montar 82 hombres en aquel barco, que eran unas cuantas toneladas de hombres, más las armas, agua, combustible, alimentos, aquel barco iba a disminuir mucho su velocidad. No solo disminuyó su velocidad, sino que por poco se hunde porque, además, había una tempestad la misma noche que salimos, el 25 de noviembre, aquella era una cáscara de nuez bailando en el golfo de México. Y, efectivamente, se estaba hundiendo, empezó a hacer agua. Todavía nadie sabe bien cómo fue que se salvó el barco, y nosotros, desesperadamente, sacando agua, la cosa fue muy sencilla según comprendimos después, al hundirse más el barco con el peso, las tablas que quedaban normalmente fuera del agua estaban menos herméticas y empezó a entrar agua por allí, pero con la propia humedad del agua se fue cerrando la brecha al expandirse las tablas y, por fin, después de horas, ganamos la batalla de que el barco no se hundiera. Y así en esas condiciones se emprendió nuestro regreso, de noche, de madrugada.

Les cuento todo esto para que ustedes comprendan lo difícil que era en aquella época coordinar una acción entre México y La Habana. Pero el hecho es que nos tardamos dos días más, el barco navegaba a dos tercios de la velocidad calculada. Tuvimos la desgracia de que se nos cae un compañero como a las 2:00 de la mañana del 2 de diciembre y no queríamos resignarnos a que se perdiera aquel compañero. Dimos vueltas y más vueltas, hasta que al final hicimos el último esfuerzo y oímos unos gritos de: "¡Aquí, aquí!", en la noche oscura y en las aguas bastante movidas, y logramos rescatar al compañero. Aquello levantó mucho la moral, desde luego, por aquel esfuerzo que se realizó, pero nos hizo perder una hora y nosotros teníamos que haber llegado una hora antes. En realidad aquello fue un inconveniente, llegamos de día, en situación sumamente peligrosa, porque ya los aviones de Batista sabían que había salido un barco de allá y lo andaban buscando la aviación y la marina por todas partes.

Nosotros pasamos lejos del sur de Cuba, pero entramos directo hacia la actual provincia Granma, cerca del extremo suroccidental de la provincia, en las proximidades de Niquero.

Hubo muchas dificultades, la cuestión es que no pudimos desembarcar, porque el capitán que llevábamos —había sido un oficial de la marina— no tenía muchos conocimientos de aquel lugar, dio una vuelta, una segunda, una tercera vuelta. Le hice una pregunta al final —y no es que ignorara, porque algo de geografía siempre se aprende en el bachillerato—, le digo: "¿Tú estás seguro de que esa es la isla de Cuba?" (RISAS) Claro, podía haber un cayito, podía haber alguna cosa, y ese era el riesgo. Se veían ya algunas montañas, y digo: "¡Pues derecho, no se pueden dar más vueltas!" Ya quería dar la cuarta vuelta para orientarse, todo esto en pleno día. Tuvimos que encallar, desembarcar en condiciones muy difíciles; y no tuvimos la suerte, un poco más y habríamos desembarcado en un muelle como estaba calculado y desembarcamos en un pantano, ¡aquello fue horrible! Esas fueron las condiciones que precedieron nuestro regreso a Cuba.

No estaba coordinada la forma en que los estudiantes y en general el Directorio nos apoyarían. Eso iba a depender de los recursos que ellos tuvieran, de las armas que ellos tuvieran y de la forma en que decidieran apoyarnos.

Pero es el hecho de que cuando se produce el desembarco precedido por el levantamiento del 30 de noviembre, al no producirse la coincidencia —y ese era uno de los riesgos de tratar de seguir una táctica de coincidencia exacta, porque cualquier incidente te retrasa en el mar, y eso fue lo que nos pasó— nos retrasamos dos días y, en consecuencia, se produce el levantamiento dos días antes. Todo el ejército cayó sobre la gente de Santiago, y después que dominaron el levantamiento todo el ejército cayó sobre nosotros. De modo que no se logró la fórmula más feliz en esa coordinación.

Al desembarcar en un pantano no pudimos avanzar rápidamente hacia las montañas, como eran nuestros planes, posiblemente con la toma de uno de los cuarteles aquellos, a los que sorprendiéramos, y seguir hacia la montaña; no pudo ser, estábamos descubiertos ya y luego tuvimos que tratar de avanzar hacia las montañas en condiciones muy difíciles, sumamente difíciles: cercados por todas partes.

Eso, unido a determinado descuido por inexperiencia, dio lugar a que el ejército nos sorprendiera el 5 de diciembre, ya casi en horas del anochecer; nos distrajo con los aviones volando rasante y volando rasante. Nadie se percató de una tropa que se acercaba por tierra, y que atacando por sorpresa dispersó la expedición que con tanto esfuerzo y tanto sacrificio habíamos organizado; nos dispersa y nos reduce a un número insignificante de hombres.

En eso paró el movimiento en aquel momento. Ya Batista lo dio todo por liquidado, se basaba en lo que hoy un filósofo diría: datos objetivos. Si la expedición había sido dispersada, liquidada, era imposible por completo, según todos los cálculos, seguir aquella lucha.

Recuerdo que me quedo con dos hombres al amanecer del 6 de diciembre, éramos tres y dos fusiles: uno tenía muy pocas balas en aquel momento y el mío tenía la canana con 80 balas aproximadamente. Y nadie más, no veíamos a nadie más por todo aquello y una persecución terrible se desató para ir liquidando a cada uno de los combatientes aislados. Así pasó, muchos de los que murieron en la expedición del "Granma" murieron asesinados, cuando los capturaron por aquellos lugares, debido a la sed, el hambre, el desconocimiento del terreno, por distintas vías los capturaron; excepto tres grupos, que fueron los que pudimos continuar: el grupo de tres, el grupo de Raúl y un grupo donde estaban el Che, Almeida y otros compañeros.

Realmente, el número de fusiles que teníamos los que volvimos a reunirnos fue muy poco, como siete, más o menos, y decidimos proseguir nuestra lucha.

Para aquellos que se preguntaban si era posible o no la Revolución, o que decían que necesitaban un ejército para combatir el otro, o no sé cuántos millones, o no sé cuántos miles de armas, nuestra respuesta fue reanudar la lucha con siete fusiles, los que llevaba el grupo de Raúl y los que llevaba yo. El otro grupo había hecho acuerdos con unos campesinos, que les pusieron como condición pasarlos a ellos primero entre las líneas enemigas y pasar las armas después, porque no conocían absolutamente el lugar, y se perdieron aquellas armas. Por lo tanto, ese tercer grupo donde venían valiosísimos compañeros estaba desarmado. Pero nosotros, con siete armas, dijimos: "Sí, nuestras ideas son justas, nuestra estrategia es correcta, nuestra concepción es correcta, vamos a luchar en las montañas y vamos a liquidar el ejército de Batista." Creo que todo esto es muy importante, porque esto demuestra lo que puede el hombre frente a la teoría de las armas sofisticadas.

En el momento en que nosotros emprendimos nuestra lucha con siete fusiles, Batista tenía decenas de tanques, cientos de carros blindados, miles de camiones, decenas de aviones, cientos de cañones, miles de ametralladoras, todo tipo de armas automáticas y entre 70 000 y 80 000 hombres. Y nosotros con nuestros siete fusilitos. Después se recogieron algunas armas que se habían quedado dispersas. Y decidimos proseguir nuestra lucha porque estábamos convencidos de que nuestra lucha era justa, que teníamos la razón, que la táctica era correcta. Pero había que tener, sin duda, convicciones firmes: el tipo de convicciones que les pedimos a los revolucionarios, el tipo de convicciones que le pedimos a la juventud comunista, el tipo de convicciones que les pedimos a nuestros militantes del Partido, el tipo de convicciones que les pedimos a todos los jóvenes, a los estudiantes. Porque también había que tener mucha convicción para intentar asaltar este palacio como lo vimos en la tarde de hoy, al observar a los pioneros reproduciendo las escenas de aquella tarde. Pero esa convicción es lo fundamental, ¡lo fundamental en todo! (APLAUSOS) ¡No son las armas, es el hombre; no son las armas, es el pueblo lo que decide!, y con eso nosotros decidimos aquella batalla.

Por cada fusil con que decidimos continuar la lucha, Batista tenía 10 000 fusiles. Es muy bueno recordar esto, ahora que los imperialistas han hecho gran alarde de su tecnología y de sus aviones y sus bombas con rayos láser y todo eso. No nos puede venir a asustar a nosotros; a un pueblo como este no lo puede venir a asustar, realmente, eso (APLAUSOS).

Ya dije que a nosotros no nos preocupa lo que haya ocurrido en otras partes del mundo, porque nuestras concepciones son diferentes, nuestras ideas, en todos los sentidos, son diferentes. Este desde que comenzamos ha sido el camino de la Revolución, porque nuestro pueblo se ha preparado, porque tenemos hoy la doctrina de la guerra de todo el pueblo, que es cosa diferente.

Los imperialistas andan nadando en un mar de triunfalismo y hablan como dueños del mundo. Dueños del mundo no pueden ser, porque por lo menos dueños de nosotros no son (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: "¡Jamás!").

El mundo es muy difícil de gobernar; no habrá quien lo gobierne, además, porque en el mundo lo que hay son miles de millones de gente hambrienta, al lado de unos pocos cientos de millones de los países capitalistas desarrollados que han saqueado durante siglos a los pueblos del Tercer Mundo y hoy tienen riquezas; pero aun allí hay limosneros, aun allí hay niños abandonados, juego, corrupción, millones de cosas en esos países capitalistas desarrollados. El mundo es ingobernable.

Me acuerdo de que a veces conversando con algunos políticos norteamericanos que venían de visita, legisladores u otro tipo de políticos, que venían con su historia, la tragedia, la amenaza del comunismo y la teoría de que la URSS quería apoderarse del mundo, y yo les decía a aquellos políticos: "Miren, si ustedes creen que hay alguien tan loco en este mundo que quiera apoderarse del mundo, ¿por qué no se lo regalamos?" Porque el mundo no es Luxemburgo; el mundo es países con cientos de millones como la India. La India sola tiene 800 millones y crece cada año 10 millones; y hay que ver, tanto como Cuba es hoy crece en un año la India. Y todos los países de Africa, de América Latina y gran parte de Asia viven en una pobreza terrible, pero que, además, es una pobreza creciente, es una pobreza que crece, es una miseria que crece, un desempleo que crece, un hambre que crece, es una situación que empeora. Ese es el mundo. Digo: ¿Alguien se quiere apoderar de ese mundo?" Les ponía algunos ejemplos: "Es como si ustedes a nosotros nos acusaran de querernos apoderar de un país, con todos los problemas que tiene nuestro propio país. Esa es una teoría de la fantasía, es una teoría loca." Y hoy los yankis, en las condiciones actuales, no solo quieren apoderarse del mundo, se sienten ya dueños del mundo, de ese mundo de que hablo y que no podrá ser gobernado.

Permítanme decirles que en la imagen que utilicé tenía que haber puesto: Vamos a regalárselo excluyendo a Cuba. Pero podíamos incluirnos nosotros también, sí, nos podíamos haber incluido para estar con todos en la lucha. Claro que estoy dando una simple imagen.

Yo les decía: "¿Alguien quiere el mundo con todos sus problemas, con esa enorme montaña de problemas? Dénselo. ¿Ustedes creen que la URSS, realmente, que tiene que resolver muchos problemas propios, que tiene que trabajar en su propio desarrollo, pueda querer apoderarse de algún mundo?" Y yo les empleaba la imagen así, gráfica, como diciendo que era una locura y que eso no lo podía creer nadie, y que todas aquellas premisas del maccarthismo, de la guerra fría y del anticomunismo eran absurdas; que los países, en primer lugar, tenían que resolver sus propios problemas; que los países socialistas, en primer lugar, tenían que resolver sus propios problemas del desarrollo.

Ahora los yankis se creen dueños del mundo. Vamos a ver si este mundo se puede gobernar, es lo primero que hay que ver, porque se trata de una montaña descomunal de problemas y es una locura, realmente, ese afán de dominio universal que tiene el imperialismo. Ahora quieren establecer su orden y hay que ver los discursos del Presidente de Estados Unidos de un triunfalismo como no se vio nunca en la historia, como consecuencia de los sucesos de Iraq.

Me voy a limitar a decir sobre la guerra de Iraq dos cosas: las posiciones de Cuba sobre esto son muy conocidas, pero muy conocidas, además, muy valientes, muy dignas; realmente el prestigio de Cuba creció, porque condenamos lo que había que condenar, como la invasión y la anexión de Kuwait, lo que era inaceptable, y nos opusimos en el Consejo de Seguridad a lo que había que oponerse. Bloqueo total de alimentos, ¿a quién va a afectar? A millones de mujeres, niños, ancianos. Bloqueo total de medicinas, ¿a quién va a afectar? A millones de niños, de mujeres y de ancianos, en primer lugar, no a los soldados. Y nos opusimos a eso, nos opusimos a las acciones unilaterales de Estados Unidos, al bloqueo militar unilateral que decretó Estados Unidos, y nos opusimos, por supuesto, a aquella guerra declarada para el 15 de enero y dijimos: ¡Esto es inaceptable, inaceptable! Pero eso chocaba con una mayoría numérica de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, unos cuantos países plegados y sus aliados.

Las Naciones Unidas cometió una de las más grandes infamias de la historia, algo bochornoso, deshonroso que no se podrá olvidar nunca, porque ha decretado la guerra como solución y nuestra teoría era que aquel problema se podía resolver sin guerra, incluso con las medidas de aislamiento, ya no digo de bloqueo de medicinas y alimentos para niños y mujeres; el nivel de aislamiento, la situación política internacional hacía imposible que se pudiera resistir aquella situación.

Un dirigente norteamericano —creo que fue Carter— dijo con bastante sabiduría que era más caro un día de guerra que un año de espera. Pero los yankis estaban desesperados por probar sus armas nuevas, por demostrar su poderío, por hacer acto solemne de toma de posesión como jefes del mundo. Ustedes conocen cómo fue todo aquello, conocen la posición que tuvo cada país y conocen la posición que tuvo Cuba.

Ahora, ¿si hubiese sido un país con armas nucleares habrían decretado la guerra nuclear también? Cualquiera se da cuenta de que no; se trataba de un país del Tercer Mundo que había cometido un gran error, un gravísimo error, una grave falta política internacional que era inaceptable y que tenía que ser rectificada, esa era nuestra posición y en eso empleamos nuestro esfuerzo diplomático, argumentos. Por ahí están los documentos, que algún día se podrán publicar, de lo que dijo Cuba, de lo que hizo Cuba, con una gran autoridad moral para persuadir a Iraq de que se retirase de Kuwait, que rectificara aquel error que había cometido, que le iba a hacer un gigantesco favor a Estados Unidos, al imperialismo, que le iba a hacer un gran daño a los países del Tercer Mundo —todos los argumentos están ahí clarísimos e irrebatibles—; que esa no sería la guerra de Viet Nam o la de Corea, países que tuvieron una retaguardia en aquella época, que Iraq estaba totalmente aislado geográficamente y que no tendría ningún suministro logística, que no podía tener nada, que eran diferentes las circunstancias políticas en que se dieron aquellas guerras y esta, que el imperialismo había logrado hacer una gran coalición con sus aliados de la OTAN, con países musulmanes e incluso con países árabes, y que era un gran error los pasos que habían dado y que debían rectificar, que debían utilizar el valor para rectificar esos errores. Esa era nuestra posición.

En Naciones Unidas todo lo que nos pareció justo, repito, lo apoyamos y todo lo que nos pareció injusto lo combatimos, y creo que la historia se encargará de recoger esto.

Y muchas de las naciones del mundo, aunque no lo dicen en voz alta ni mucho menos —¿quiénes son los que se atreven a hablar hoy en voz alta? Son muy pocos en el mundo los que se atreven a hablar en voz alta—, nos lo dicen a nosotros, que admiran nuestra valiente posición y que sienten envidia de no haber podido hacer el papel de Cuba. Y allí sucedió lo que nosotros sabíamos que iba a pasar y se lo dijimos a la propia dirección iraquí, que le iban a hacer una guerra técnica, con armas sofisticadas y con el menor número de bajas humanas posible.

Sobre lo que sucedió en el golfo, lo que pienso, en esencia, es lo siguiente: Las guerras nunca se deben provocar, es decir, las guerras no deben provocarse, eso en primer lugar; en segundo lugar, las guerras, después que se desatan, hay que hacerlas bien hechas, y, en tercer lugar, ¡las guerras no se pueden terminar sino con la victoria o la muerte! (APLAUSOS PROLONGADOS)

De esto se deduce perfectamente nuestra realidad: En primer lugar, no provocaremos guerras, no lo hemos hecho en más de 30 años de Revolución; es decir, si hay una guerra no será provocada por nosotros; si hay una guerra aquí es porque nos la impongan, está claro. En segundo lugar, si nos imponen una guerra nosotros sabremos hacer una guerra bien hecha (APLAUSOS), y para eso hemos venido preparándonos durante muchos años. En tercer lugar, si nos imponen una guerra, esa guerra no terminará sino con la victoria o la muerte (APLAUSOS). He dicho principios generales, ahora viene el nuestro particular: ¡Terminará con la victoria, cueste lo que cueste! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel!, ¡Fidel!" Y: "¡Para lo que sea, Fidel, para lo que sea!")

En una guerra de ese tipo, el pueblo no estará mirando los acontecimientos como desde un estadio, igual que se observan los partidos entre La Habana y Henequeneros o Serranos y Vegueros; en una guerra esto no serían los Panamericanos, sería el pueblo participando activamente. En los lugares donde últimamente los imperialistas han hecho sus aventuras militares, en Granada, en Panamá, en Iraq, nos encontramos que en Granada se habían suicidado con la división, con el asesinato de Bishop se había dividido, autodestrozado el proceso, si no incluso en aquel pequeño país les hubieran podido ofrecer una gran resistencia; en Panamá no había ningún pueblo preparado para defender al país, y en Iraq tampoco. Un gran ejército convencional, muchos tanques, muchas cosas; pero no un pueblo preparado para la guerra, no había la doctrina de la guerra de todo el pueblo. Se trataba de la guerra convencional, y la guerra convencional es más vieja que Maricastaña (RISAS). Como concepción militar es inconcebible que usted se ponga a elaborar la estrategia de una guerra convencional contra Estados Unidos. Esa es la realidad.

Tampoco usted manda a todos los soldados para una esquina del escenario de guerra. El cerco de cualquier ejército que se ha ubicado en una esquina es tan viejo también como las guerras; la idea de darle una vuelta, eso ocurrió en la Primera Guerra Mundial, y, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, táctica clásica. Estaba completamente seguro de que la maniobra imperialista sería desgastar primero, y atacar después envolviendo las fuerzas terrestres de Iraq, esto fue lo que ocurrió y en ese momento el mando iraquí da orden de retirada de sus fuerzas, con miles de aviones en el aire. Se habían ubicado mal las tropas, aun dentro de esa guerra convencional, porque hasta dentro de la guerra convencional se pueden utilizar mucho mejor los medios y las tropas, eso lo sabe cualquiera; sin embargo, se cometió un gran error de esa naturaleza y después la retirada.

Allí masacraron. La inmensa mayoría de las decenas de miles de muertos iraquíes fueron en las carreteras, mientras las caravanas de civiles, militares y de todo el mundo se retiraban bajo una lluvia de aviones, una multitud tremenda de aviones y helicópteros de ataque. En esas condiciones se libraron aquellas batallas. Eso no se parece en nada en absoluto a nuestras concepciones militares, a nuestras formas de lucha.

Ahora, ¿qué trataban de impedir los yankis? El choque de hombre a hombre; es decir que trataban de reducir a toda costa las bajas humanas propias, porque la politiquería no permitía aceptar un número determinado de bajas.

Es increíble que, con un poderío tan fabuloso y una superioridad de fuerza como la que contaban en tierra, en aire y en mar contra una tropa mal ubicada que podía ser envuelta rápidamente, las fuerzas de la OTAN y de Estados Unidos se hayan tardado un mes en atacar. No querían topar con el enemigo por tierra, a pesar de la gigantesca superioridad con que contaban: la superioridad en helicópteros, la superioridad en aviones, en artillería, en información, los satélites vigilando constantemente e informando de todo.

Pasó un mes y no atacaban. Ya los yankis quisieran hacer la guerra allí donde no hubiera nadie, y ganarla, además, mediante el terror.

A nosotros no nos causa ninguna inquietud particular la cuestión de los acontecimientos del golfo. Si los yankis topan con nosotros —ojalá eso no ocurra, porque no tenemos por qué estarles dando lecciones a un alto precio; ojalá no ocurra, ya que tendríamos que pagar un precio muy alto—, verán qué distinto es todo. ¡Qué distinto es tener que topar con el hombre, con ese hombre de las cargas al machete de Antonio Maceo y de Máximo Gómez! (APLAUSOS) ¡Con ese hombre de los 10 años de lucha por la independencia sin el suministro de una sola munición! ¡Ese hombre que tanto luchó por la independencia contra una de las potencias militares más poderosas de la época, con este pueblo que derrocó la tiranía sin armas! Entonces verán lo que es el hombre. Ahora, ¿dónde va a estar ese hombre? ¡Ni se imaginan dónde va a estar ese hombre!

Llevamos muchos años trabajando en todos los sentidos, no solo en un sentido militar, sino también en un sentido moral, una educación patriótica, unos conceptos, una convicción muy profunda de la justeza de la causa que defendemos, y hoy más profunda, porque hemos quedado entre los pocos privilegiados defensores de las ideas más justas, entre los pocos privilegiados defensores del sistema social más justo (APLAUSOS), entre los pocos a los que, si se les habla de capitalismo, sienten sencillamente que se les revuelve el estómago; porque quien sepa lo que es el capitalismo, quien lo sepa de verdad, no puede sentir más que repugnancia, asco de lo que es ese sistema.

Ayer lo veíamos cuando se inauguraba el evento de salud en Cuba, los datos, las cifras. Es realmente impresionante qué porquería de sistema es el capitalismo, que no le puede garantizar ni a su propia gente empleo, no le puede garantizar salud, la educación adecuada; que no puede impedir que la juventud se corrompa con las drogas, con el juego, con los vicios de todas clases.

Entonces, ¿qué es lo que le ha dado el capitalismo al mundo? Cuatro mil millones de seres humanos hambrientos y que constituyen un volcán que no se sabe cuándo, ni cómo, ni por dónde va a reventar. Eso es lo que le ha dado el capitalismo en cuatro siglos: una pobreza espantosa para gran parte de la humanidad. Han envenenado los mares y los aires; han ido produciendo con su derroche de combustible y de recursos una catástrofe ecológica que no se sabe qué consecuencias tendrá.

Ahora imagínense una sociedad que se basa en el concepto de que cada individuo tenga un automóvil. Imagínense cada chino con un automóvil (RISAS), quiero que se lo imaginen por un minuto, y cada indio con un automóvil. Después no habría más que hacer una pregunta: ¿Cuántos días dura el petróleo?, ese petróleo tan caro ya. Ese concepto aplicado al Tercer Mundo como modelo de sociedad es un disparate, es una locura.

Si el resto del mundo viviera como viven esas sociedades de consumo, el petróleo no dura un año, y la contaminación que eso traería haría imposible la vida sobre la Tierra.

El capitalismo no tiene porvenir como modelo de sociedad, como nada; es un disparate de cabo a rabo, es una injusticia de cabo a rabo, es el imperio del egoísmo, es la ley de la selva, y todavía hay idiotas por ahí que creen que van a resolver el problema con el capitalismo (APLAUSOS).

Hay idiotas que no saben que para construir el capitalismo, no solo hacen falta capitales, sino, además, capitalistas y ni eso tienen. En eso de explotar ahí a la gente, los capitalistas son campeones. ¿Van a venir a competir con ellos? Todo eso es una gigantesca locura.

Pero en medio de la locura universal, nosotros tenemos que saber ser ecuánimes y sabios; en medio de la locura universal, nosotros tenemos que estar claros y tener un pensamiento claro de lo que hay que hacer. Por eso digo hoy que nuestro pueblo tiene responsabilidades especiales.

Nosotros tenemos programas priorizados en período especial, pero entre esos programas está la defensa, que no descuida ni un segundo la preparación del pueblo para la guerra, la protección del pueblo, no solo de las unidades militares, sino también del pueblo. En eso viene trabajando el país intensamente y no disminuirá un ápice el esfuerzo que venimos haciendo en esa dirección.

Nadie pidió tan altas responsabilidades como las que han caído hoy sobre nuestra Revolución y nuestro pueblo; pero, sencillamente, debemos saber cumplirlas. No importan los problemas, no importan las dificultades: nuestro pueblo y nuestra Revolución sabrán cumplir sus sagradas obligaciones, y tenemos que elaborar toda la filosofía en torno a esto.

Voy a decir algo, con el deseo de que ninguno de ustedes lo olvide. La Revolución, la independencia del país, la libertad del país, el honor del país, la fuerza del país no es nadie, sino cada uno de ustedes.

Yo digo que esta idea es muy importante. Cada uno de ustedes debe decir: ¡Yo soy la Revolución!, ¡yo soy la independencia del país!, ¡yo soy el honor del país!, ¡yo soy la fuerza, el ejército del país!, dondequiera que esté, solo, aislado, o en un grupo, o en una patrulla, en un pelotón, en un batallón, o solito. Ustedes deben decir como dijimos nosotros, aquel grupito que perseveró: "Nuestra causa es justa, nuestra causa triunfará; no importa las ventajas de armas del enemigo, nuestra causa triunfará; no importa el poder del enemigo, nuestro pueblo triunfará" (APLAUSOS).

Este concepto es muy importante, porque mientras exista un hombre o una mujer habrá Revolución, habrá independencia, habrá patria, habrá fuerza, dondequiera que se encuentre, en una montaña, en un sótano, entre las ruinas de un edificio derrumbado, en una trinchera, en una calle, detrás de un árbol, al lado de un tronco en las montañas; mientras haya un hombre y una mujer con esas ideas y con esa convicción, habrá patria, habrá Revolución (APLAUSOS).

Es eso lo que deben saber los imperialistas yankis, para que sepan quiénes somos y cómo somos, y a qué pueblo tendrían que venir a hacerle la guerra, a qué pueblo tendrían que venir a tratar de dominar y sojuzgar.

Creo que esta debe ser la lección número uno de todas; esta debe ser la ley primera de nuestra educación política revolucionaria, de nuestra educación marxista-leninista, de nuestra educación comunista, esa idea y esa convicción en cada hombre y mujer de nuestra patria. Con esas convicciones se construyeron los cimientos de nuestra Revolución a lo largo de toda la historia, antes del triunfo y después del triunfo.

Antes del triunfo, unos meses después de nuestro desembarco, los compañeros del Directorio, que habían hecho un acuerdo y todavía no habían podido participar en la lucha armada, se sintieron en el deber de cumplir aquel acuerdo que hicieron con nosotros en México, y cuando nosotros éramos un puñado de hombres en las montañas, ellos asaltaron el Palacio para cumplir su compromiso; asaltaron el Palacio para hacer su aporte, asaltaron el Palacio para apoyarnos a nosotros, que luchábamos en muy difíciles condiciones.

Hay que tener convicción —como dije antes— para venir con un grupo de hombres, en unos pocos automóviles, y penetrar en este edificio para liquidar al tirano. Era muy difícil que en tan desventajosas condiciones pudieran alcanzar sus objetivos, pero no vacilaron en el intento.

Por eso hoy, en este 13 de Marzo, ustedes se reúnen, con tanto respeto y devoción, a recordar este hecho heroico en que se derramó la sangre de patriotas, se derramó la sangre de estudiantes. Un día como hoy era necesario reflexionar sobre estos ejemplos que he mencionado de nuestra historia, cómo no nos pudo detener nada en el esfuerzo de regresar al país. Cumplimos la palabra. ¿Qué habría pasado si hubiera sido imposible? Imaginemos que el barco se quemara, imaginemos que las armas se perdieran todas —y por poco se pierden todas, porque al final salimos de México en medio de una persecución tremenda y una búsqueda intensa de nuestros combatientes; estaban buscando el barco, las armas, todo. Sin embargo, no vacilamos en proclamar nuestro compromiso, y qué no habríamos hecho para cumplirlo. No nos detuvo la tempestad, no nos detuvo el riesgo de aquel barco hundiéndose, porque ni siquiera cuando aquel barco se iba hundiendo apartamos el rumbo de Cuba. Podíamos hundirnos en el camino. ¡Aceptado!, hundidos, está bien, pero no íbamos a retroceder.

Sobre todo, creo que, de aquellas páginas de la historia, la lección que más nos puede ser provechosa en este momento es cómo nosotros cuando poseíamos un fusil contra 10 000, un hombre contra 10 000 hombres, no vacilamos, no perdimos la confianza, no dudamos en nuestra decisión de seguir adelante, precisamente por nuestras convicciones.

Esas fueron las convicciones de los hombres desde que se empezaron las luchas de independencia en este país: fueron las convicciones de Maceo en Baraguá, fueron las convicciones del 26 de Julio, fueron las convicciones del 13 de Marzo, fueron las convicciones del 30 de Noviembre —que ya había ocurrido en Santiago de Cuba—, fueron las convicciones de Girón. Nuestros hombres combatieron frente a la flota yanki; estaban allí de testigo, esperando una orden de intervenir, portaaviones, acorazados, y los hombres nuestros no descansaron ni un minuto, ni habrían vacilado en proseguir el combate contra los yankis, si desembarcan. Decenas de aviones estaban volando en las proximidades de Girón, ¡aviones yankis!

Esa fue la convicción de los que combatieron en Girón, la convicción de los que enfrentaron la Crisis de Octubre, cuando la cosa parecía que iba a terminar en guerra nuclear. Y hay que decir la verdad, nadie pestañeó, no recuerdo haber visto a nadie que pestañeara. Es cosa admirable, hace falta mucha convicción.

Esa fue la convicción de nuestros combatientes internacionalistas, cuando fueron a cumplir misiones en Angola y en otros países; era la convicción de nuestros soldados en Cuito-Cuanavale, que fueron condecorados allí mismo antes de terminarse la batalla, ¡vean si estábamos convencidos o no de que allí se iba a estrellar la fuerza del enemigo!; era la convicción de nuestras tropas que avanzaron por el suroeste de Angola. En cada una de las páginas de nuestra historia ha estado presente esa convicción.

Hoy hace falta esa convicción más que nunca; hoy, después del derrumbe de los llamados países socialistas del este de Europa; hoy, después de la crisis del socialismo en un país tan grande e importante como la URSS; hoy, cuando nuestra Revolución se enfrenta a un período especial, difícil, pero que puede llegar a ser mucho más difícil a medida que puedan seguir evolucionando de forma desfavorable los acontecimientos en la URSS.

Hay que estar con el periódico todos los días viendo qué noticias llegan, porque, bueno, se mantienen todavía importantes relaciones económicas e intercambios entre la URSS y Cuba. Pero eso no dependerá solo de la voluntad de los dirigentes, eso no dependerá solo de la voluntad de un grupo de hombres, sino de la capacidad de manejar la propia situación interna; porque si hay huelgas por aquí, huelgas por allá, si hay productos que tienen que llegar y no llegan, si la cosa se hace más grave internamente en ese país, la situación nuestra se agravará también considerablemente, y es entonces que necesitamos esa convicción.

En la paz —si es que se puede llamar paz a esta circunstancia en que tienen que vivir nuestros pueblos— o en la guerra, es tan importante, tan decisiva esta convicción que recordamos hoy en este histórico 13 de Marzo; eso que debemos recordar siempre, lo que dije y repetí hoy: ¡Yo soy la Revolución!, ¡yo soy la independencia de la patria!, ¡yo soy el honor de la patria!, ¡yo soy la fuerza, el ejército de la patria!, ¡yo soy la victoria de la patria!

¡Viva eternamente el ejemplo del 13 de Marzo! (EXCLAMACIONES DE: "¡Viva!")

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)