Parte del discurso pronunciado por el compañero Fidel Castro en la Escalinata de la Universidad de La Habana el 4 de mayo de 1999, en acto multitudinario, donde se refiere a la guerra desatada en Yugoslavia.

 

Hay otro conflicto mucho más importante. En este momento en Europa se están produciendo brutales ataques aéreos, brutales y destructivos en pleno corazón de Europa, que siembran desolación, muerte y terror en una población de millones de personas. Agravó los conflictos religiosos y étnicos de manera tremenda, los que junto al terror de las bombas y la guerra han estado dando lugar a emigraciones masivas de cientos de miles de hombres, mujeres y niños. Lo cierto es que en vísperas del próximo milenio Europa, es decir, la OTAN y sus miembros, incluido Estados Unidos, están enfrascados en lo que se puede calificar, gústeles o no, de genocidio, porque cortarle la electricidad y la calefacción en pleno invierno, en una sola noche, a un millón de personas; cortar todas las comunicaciones, todas las fuentes de energía y de transporte; destruir los centros civiles que prestan servicios vitales a toda la población y convertir en ruina todos los medios de vida creados por una nación, a la vez que en su furia destructiva por error o irresponsabilidad matan directamente o hieren a miles de civiles, mientras destruyen sus medios de información e intensifican la guerra psicológica para tratar de rendirla a base de tecnologías y de bombas, es, sin réplica posible, un gran genocidio.

Europa está envuelta en un conflicto peligroso para la propia Europa y para el mundo. Se está sembrando un precedente gravísimo de desacato a las leyes internacionales y a la Organización de Naciones Unidas, complicando cada vez más la situación.

Nuestra opinión es que en esa situación solo es posible una solución política y no militar, sobre la base del respeto a los derechos de todas las naciones de esa región, sus religiones, sus etnias y sus culturas; una solución para serbios y para kosovares. Tengo la más absoluta convicción de que por la fuerza no se resolverá ese problema. Tengo la más absoluta convicción de que todas las tecnologías militares se estrellan contra la voluntad de resistencia de cualquier pueblo decidido a luchar. Tengo la convicción, como la tenemos con relación a nuestro propio país, de que a un pueblo dispuesto a luchar, ninguna potencia, por poderosa que sea, puede doblegarlo.

Los atacantes de Serbia creyeron que se trataba de un simple paseo, una aventura de tres días y que los serbios, después de las primeras bombas, se rendirían. Han pasado ya más de 40 días, se han lanzado miles y miles de bombas, y nosotros allí, donde hay tres representantes diplomáticos de Cuba, con un teléfono celular —la única comunicación—, para saber lo que está ocurriendo en Belgrado todos los días, y después de cada noche de dantescos bombardeos, no percibimos ningún síntoma de debilitamiento en su voluntad de lucha; nos explican la extraordinaria moral del pueblo serbio en general y del pueblo de Belgrado en particular, donde constantemente cruzan aviones a baja altura, atronando los cielos, sembrando el terror, traumatizando a niños —cientos de miles y millones de niños y adolescentes, tal vez para toda la vida—, jóvenes, mujeres y ancianos, por el ruido de las explosiones y los incesantes ataques que anuncian cada vez más violentos. Por esos caminos, reitero una vez más, no resolverán el problema. Es mi convicción que a todos no les queda otra alternativa que buscar la solución política, y es posible, usando un poco de sentido común y racionalidad.

Cuando nosotros vimos que se iniciaron esos ataques, comprendimos de inmediato que serían inútiles, que iban a provocar una catástrofe.

Conocemos la historia de la Segunda Guerra Mundial, la invasión de Yugoslavia por las tropas nazis y cómo resistieron durante años. Ahora los atacantes no quieren ni siquiera emplear tropas de tierra, porque creen que las bombas inteligentes y los misiles dirigidos resuelven el problema, y el problema no se resuelve con misiles, ni con bombas, ni con tropas de tierra, porque un pueblo decidido a luchar, lucha en todas partes y desde todas direcciones, cada casa puede convertirse en una fortaleza, cada hombre o mujer en combatientes aislados; no es cuestión de divisiones acorazadas, ni grupos de artillería, ni flotas navales y aéreas.

Nosotros sabemos muy bien cómo tenemos que llevar a cabo la lucha en nuestro país en condiciones similares, y aquí lo saben millones de personas, ninguno de esos procedimientos les serviría para nada. Este país no lo puede conquistar nadie, a ningún país dispuesto a luchar lo puede conquistar nadie. Es un error. Ya pasó con Viet Nam y solo se persuadieron de eso cuando perdieron 50 000 vidas, después de haber matado a 4 millones de vietnamitas. Pues bien, tienen una situación similar allí y que puede complicarse seriamente si los serbios de todas partes se solidarizan con los serbios de Serbia. La situación política de Rusia se haría insostenible en tales circunstancias, porque los vínculos étnicos entre ambos pueblos son fuertes.

Los demás pueblos sacarán sus conclusiones. Imagino que los rusos saquen las suyas de todo lo que les ha ocurrido y de todo lo que les puede ocurrir en el futuro, viendo cómo llueven las bombas de una alianza militar cada vez más arrogante, soberbia y enfurecida por la resistencia que no imaginaron. Europa y la OTAN se han convertido en rehenes de un factor subjetivo: la decisión que adopten o no los serbios, es de suponer que nada proclives a rendirse después de la destrucción total de su país, de resistir hasta el final. Para nosotros era obvio que iba a ocurrir lo que está ocurriendo. Y esto no significa estar contra los derechos de nadie, apoyamos tanto los derechos de los serbios como de los kosovares.

Cuando en fecha reciente se nos informó que iban a utilizar la base naval de Guantánamo para albergar a 20 000 refugiados de Kosovo, de inmediato, y creo que fue la única vez en la vida en que estuvimos de acuerdo con algo que haya hecho Estados Unidos en esa base; no es que solicitaran nuestra autorización o nuestro acuerdo, realmente tuvieron la simple amabilidad de informarnos que iban a hacer eso, y explicaron los propósitos, que se trataba de un tiempo limitado, mientras se resolviera el conflicto, etcétera, y lo que menos esperaban —no conocen este país— fue que les dijimos: No solo estamos de acuerdo en que se alberguen allí 20 000 refugiados de Kosovo, o más aún, sino incluso estamos dispuestos a cooperar en lo posible a la atención de esos refugiados, ofrecer nuestros servicios hospitalarios si hacen falta, médicos, cualquier cooperación que esté a nuestro alcance.

Por fin no los enviaron y fue inteligente rectificar aquella decisión, porque se iban a ganar muchas críticas, porque en realidad los de la OTAN, que tantas bombas han lanzado allí, ninguno quiere verdaderamente recibir refugiados. Hay mucha xenofobia y egoísmo en Occidente. Ofrecieron que iban a recibir 80 000 ó 100 000 y han recibido unos pocos miles, porque no quieren tener refugiados kosovares en sus propios territorios, no han hecho nada significativo. Era un error político; pero a nosotros se nos informó y dijimos: De acuerdo.

Les voy a decir algo más: hay una institución humanitaria internacional que se dedica a atender refugiados, se llama Comunidad de San Egidio, que tiene relaciones con la Iglesia Católica y trabaja mucho en actividades de apoyo cada vez que hay problemas de refugiados.

Nosotros, que condenamos enérgicamente los ataques brutales y genocidas que se realizan contra la población Serbia, sin embargo, compartimos los sufrimientos de aquellos cientos de miles de refugiados, resultado de una serie de factores, no solo históricos, de larga data, sino también de la desintegración de Yugoslavia, que vivió en paz durante 40 años después de la Segunda Guerra Mundial.

Los que desintegraron a Yugoslavia y atizaron los conflictos nacionales étnicos y religiosos son responsables, en gran parte, de lo que allí está sucediendo ahora; la responsabilidad que a Europa le corresponde en ese proceso es conocida por muchos de sus estadistas y hombres públicos. Los que ahora a la ligera acordaron utilizar toda su inmensa y sofisticada tecnología militar contra lo que quedaba de la antigua Yugoslavia, tienen una responsabilidad muy grande con lo que allí está sucediendo y los sufrimientos de esos cientos de miles de refugiados.

Cuando planteamos soluciones, planteamos soluciones para todos: para refugiados, para ciudadanos de Kosovo, los serbios que viven allí y otras nacionalidades, y para todas las naciones que constituyen lo que hoy queda de Yugoslavia. Es decir, desde el punto de vista humano nos solidarizamos con los sufrimientos de todos allí, y de tal modo es así, que a esta Comunidad, la de San Egidio, cuyos dirigentes nos visitaron hace varias semanas, a principios de abril, y nos explicaron lo que estaban haciendo por atender y auxiliar a aquellos sufridos refugiados, para lo cual contaban con alrededor de 30 médicos —bueno, no lo hemos dicho, y lo voy a decir aquí por primera vez, de esto hace semanas—, le dijimos: Miren, no tenemos muchos recursos, pero tenemos un capital humano. Si para atender a esos cientos de miles de refugiados que viven en precarios campamentos hace falta personal médico, nuestro país estaría dispuesto a cooperar con el aporte de 1 000 médicos de forma absolutamente gratuita para atender a los refugiados kosovares (Aplausos).

Sabemos, por larga experiencia, que el idioma no es obstáculo en estos casos. Un niño de seis meses no habla idioma alguno y, sin embargo, puede ser perfectamente atendido por un médico. Ese ofrecimiento se lo comunicamos a la dirección de la Comunidad de San Egidio exactamente en la noche del 5 de abril, es decir, 12 días después de iniciados los ataques de la OTAN.