Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, durante el encuentro con representantes de la delegación deportiva que asistió a los Juegos Panamericanos de Winnipeg, el 13 de agosto de 1999.

  

Queridos atletas;

Queridos compañeros del Comité Olímpico y del INDER;

Queridos compañeros invitados:

Este es un acto pequeño en volumen, en el número de personas presentes, pero grande en su significado, y no porque ustedes hayan querido hacerme el honor de un homenaje con motivo del cumpleaños, sino porque, en primer lugar, me dan oportunidad de agradecerles este gesto tan amistoso, fraternal y cariñoso.

Como ustedes saben bien, a lo largo de mi vida revolucionaria, constituida por más de las dos terceras partes de mi vida, especialmente después que la victoria nos llevó a la dirección del país, nunca he celebrado públicamente los cumpleaños.

Esta vez me informaron que nuestros atletas querían invitarme a un sencillo acto. Vi la ocasión de expresarles una vez más mi gran admiración por las proezas que ustedes han sido capaces de realizar siguiendo las tradiciones del deporte revolucionario que se inició hace algo más de 40 años, y, en particular, la oportunidad de hablar sobre un tema que considero de mucha importancia, no de las glorias deportivas pasadas y presentes, sino de las glorias futuras.

Del pasado reciente, de lo que acaba de ocurrir en las competencias panamericanas, hablaron larga y brillantemente un grupo de compañeros a los que tuvimos la posibilidad de escuchar a través de los canales de nuestra televisión. No diré una palabra sobre todo lo ocurrido en Winnipeg; prefiero otra cosa, referirme a tres puntos que fueron ya anunciados en la mesa redonda del miércoles, sobre dos de ellos muy brevemente y con más amplitud sobre el tercero.

Allí los compañeros informaron tres cosas: Héctor, moderador del programa, trasmitió unas palabras que le dije durante una conversación en la que le expresé cuánta pena y dolor nos causaba que en los momentos más emocionantes de esas competencias, momentos de gran pasión patriótica, de enorme interés, durante los eventos, en los tiempos que se solicitaban en cada partido, o entre inning e inning, la atención se viese interrumpida por propaganda comercial en el más puro estilo capitalista, en el más puro estilo de las sociedades de consumo, algo que se produjo como consecuencia de la situación tan difícil en que nos vimos envueltos durante los peores años del período especial, en que si no buscábamos fondos a través de la publicidad, no era posible trasmitir los eventos deportivos a nuestro pueblo que, como ustedes conocen, son seguidos por millones de personas en nuestro país. En estas competencias, especialmente importantes, duras y difíciles, nos dolían aún más aquellos anuncios comerciales, cuando precisamente estábamos sufriendo allí, en Winnipeg, las más desagradables consecuencias de la comercialización de algo tan puro como es el deporte. Le dije que nunca más habría anuncios comerciales en la trasmisión de las competencias deportivas; esos minutos servirán para explicaciones, comentarios acerca del evento, del comportamiento de los atletas, sus méritos, que ayuden a enriquecer aún más la gran cultura deportiva de nuestro pueblo.

En segundo término, se anunció por el compañero Humberto, Presidente del Instituto Nacional de Educación Física y Deportes, que Cuba procedería de inmediato a crear un laboratorio, para apoyar el deporte y defender a nuestro país de cualquier trampa, de cualquier suciedad, de cualquier bajeza que nos puedan hacer en unas competencias cada vez más comercializadas; pero, además, proteger el honor de nuestros atletas y de nuestra patria, aun en el caso de que algún atleta o su entrenador cometiera el error de buscar ventaja con algún producto o sustancia anabólica, lo que no se corresponde en absoluto con la dignidad, el honor y el coraje de nuestros atletas, con los cuales realmente hemos ganado muchas medallas.

Un buen laboratorio nos protegería de cualquier contingencia de esa índole, serviría de apoyo a los hermanos países del Caribe, de Centroamérica y Suramérica, que no tienen o no disponen de ningún laboratorio que permita detectar tales sustancias y tienen que acudir a otros países muy desarrollados para pagar carísimo cualquier prueba. Nosotros, excepto cuando los panamericanos, en que arrendamos algunos equipos para esos fines, no disponemos de esos laboratorios y tenemos que enviar también las muestras al exterior.

Crearemos ese laboratorio y sin un gran costo, porque lo más importante son los técnicos y los científicos, de los que disponemos en elevadísimo número y de gran calidad. Los equipos de laboratorio serán muy modernos, nos ayudarán a ahorrar gastos que hacemos actualmente, y su valor o costo podrá irse recuperando progresivamente con servicios que prestemos a otros países a precios mínimos, muy por debajo de lo que les puedan cobrar en esos laboratorios del mundo desarrollado y rico.

Ellos contarán con muchos recursos financieros, pero nosotros tenemos un capital humano extraordinario, los científicos necesarios, seriedad y prestigio, como para que se tenga en nuestro país confianza plena, más importante, incluso, que la recuperación del costo de los equipos, que a pesar de la calidad de los mismos es bastante modesto. Estaremos protegidos contra canalladas y errores, las dos cosas. Uno que falle mancha en parte las glorias y los méritos de todos los demás, y sirve de material para infames y groseras calumnias.

El tercer punto que me falta, y en este me voy a extender un poco más, es la noticia informada ese mismo miércoles, al final de la trasmisión, por el compañero Fernández, Presidente del Comité Olímpico, comunicando que nuestro país comenzará la batalla para ser sede algún día de unas olimpiadas, y esa batalla la comenzamos desde ahora mismo, y con la vista puesta en el año 2008, puesto que ya la del 2004 está concedida a Atenas, de lo cual no nos quejamos ni mucho menos, porque allí mismo se inició, hace más de 20 siglos, la historia de los Juegos Olímpicos.

 

Allí nacieron. Pensamos que al cumplirse el centenario del resurgimiento de las olimpiadas en 1896, debió otorgársele a Atenas la sede de las mismas, si en el mundo imperara un poco de dignidad, honor y justicia; en cambio, fueron a parar a Atlanta, en el país rico, poderoso, donde las trasmisiones y la publicidad generan más fondos y más recursos. En consecuencia, recibieron la sede por cuarta vez en este siglo y relegaron a Atenas, a la cual finalmente se le hizo justicia.

Confiemos en que, aun en este mundo de tantas injusticias, la moral y la razón terminan por imponerse. Por ello aplaudimos la sede de Atenas; asistiremos a esa competencia con nuestros mejores atletas, cada vez más preparados, a luchar allí por un lugar de honor.

Vendrán luego los Juegos del 2008. Digo que la batalla se inicia desde ahora, ¡hay que iniciarla! Ya se inició el día en que se anunció nuestra legítima aspiración. No quiere esto decir que vaya a resultar fácil que se nos haga justicia en el año 2008, que la moral y la razón triunfen ese día; pero si no los alcanzamos en el 2008, los alcanzaremos en el 2012, y no creo que rebase el año 2016 si luchamos bien y continuamos esforzándonos. Casi podríamos afirmar que sería el plazo máximo para alcanzar la meta.

Quería explicarlo para que conozcan ustedes y conozca nuestra población qué significa luchar por ser sede de unas olimpiadas, batalla que se inicia ahora y que, para comenzar, girará en torno a la sede del año 2008.

¿Cuáles son los argumentos por los cuales nosotros estamos ya solicitando, aunque no se hayan realizado todavía trámites formales, la sede de las olimpiadas? Se los voy a explicar, y no creo que nadie, dentro o fuera del país, nadie en el mundo, pueda rebatir nuestros argumentos y nuestro derecho.

Les diré, en primer término, que ni en la segunda mitad de este siglo, ni en la primera, ni en alguna otra época de la historia, un país, y en este caso un país pequeño del Tercer Mundo y, además, bloqueado económicamente por la potencia más poderosa y más rica de la Tierra, hostigado, agredido de mil formas diferentes, hizo por el deporte ni alcanzó los logros que, en un brevísimo período de tiempo, hizo y alcanzó Cuba.

Desapareció el profesionalismo y dejó de ser el deporte privilegio exclusivo de elites minoritarias para convertirse en un derecho de todo el pueblo. Ese derecho y el de competir con dignidad y prestigio en la arena internacional lo defendimos con heroísmo, particularmente aquel día en que el gobierno de Estados Unidos nos negó arbitrariamente la visa para participar en una competencia centroamericana y caribeña que tenía por sede un vecino y hermano país colonizado, que es Puerto Rico. Aquella vez con nuestro valor consagramos ese derecho, escribiendo, realmente, una página de honor y de gloria.

Se masificó en nuestra patria la educación física y el deporte como en ningún otro país del mundo: llegó a todos los niños, de todas las edades, de todas las escuelas del país, a todos los jóvenes, a todos los trabajadores y a todo el pueblo. Quien no lo practicaba sistemáticamente, lo disfrutaba a plenitud como espectáculo emocionante, atractivo y sano.

Las pocas páginas de nuestros periódicos no alcanzan para hablar, por ejemplo, de los cientos de equipos de pelota que los trabajadores azucareros han creado y sus constantes competencias, en todas las fábricas de nuestra principal industria agrícola, y hablo de un solo sector y un solo deporte.

Cuba es hoy uno de los pocos países en el mundo, entre los de cierto desarrollo en ese campo, donde no existe la comercialización ni la profesionalización del deporte.

Cuba jamás ha competido utilizando atletas extranjeros, siempre ha competido con sus propios atletas, sin una sola excepción, a lo largo de 40 años.

Cuba jamás ha robado un atleta o un talento deportivo; por el contrario, hemos formado aquí profesores, atletas que han ido a competir por sus países. Recuerdo, entre ellos, un joven boxeador puertorriqueño que quería mucho a Cuba, se hizo aquí licenciado en educación física y deportes, era un buen boxeador, y al terminar sus estudios volvió a su tierra natal para competir con el equipo de su país, como era su deber.

En las muy numerosas competencias de carácter internacional, de las más diversas disciplinas, en las que Cuba ha sido sede, jamás un atleta, un miembro de la delegación o un periodista, ha sido agredido físicamente; por el contrario, han gozado de todas las consideraciones y absoluto respeto. Y tampoco un atleta o un miembro de alguna delegación ha sido nunca agredido moralmente, jamás ha recibido un insulto.

Un buen ejemplo es el hecho de que a pesar de ser Estados Unidos nuestro gran adversario en el terreno deportivo, cientos de atletas norteamericanos participaron aquí en los Panamericanos de 1991, y nadie en absoluto puede hablar de un solo insulto, de una sola ofensa a un atleta norteamericano, pese a diferencias políticas, diferencias ideológicas y los enormes agravios que hemos recibido de Estados Unidos. Somos un pueblo de pensamiento, un pueblo que razona, portador de una elevada conciencia y cultura revolucionaria, no un pueblo de ciegos fanáticos políticos; jamás de la boca de un ciudadano de nuestro país, para orgullo de nuestra patria y nuestra Revolución, ha salido siquiera una palabra ofensiva para un atleta o una delegación visitante.

Jamás nuestra prensa ha ultrajado o ha calumniado a un atleta norteamericano u otro atleta extranjero. Muchas veces he ido a saludar a un equipo de voleibol o a un equipo de boxeo o de pelota norteamericano, que han competido en la Ciudad Deportiva u otras instalaciones y he conversado e incluso felicitado a destacados atletas de esa nacionalidad.

Puede venir cualquier atleta a nuestro país, de cualquier nacionalidad, y sentirse tranquilo, seguro, sin que nada lo perturbe, sin que ocurran cosas tan repugnantes como el hecho que tuvo lugar en aquel partido en que se decidían las glorias de no se sabe cuántos años de ininterrumpidos triunfos en uno de los deportes que más distingue y apasiona al pueblo —porque es no solo un deporte nacional, sino que también sirve de recreación y entretenimiento a nuestro pueblo durante casi seis meses del año—, me refiero a la pelota y al partido decisivo entre los equipos de Cuba y Canadá en los últimos Juegos Panamericanos que acabamos de celebrar en Winnipeg, cuando se había cumplido el out 25. Y todos ustedes saben que en un juego en el último inning, que está 5 a 1, a favor de un equipo que exhibe una moral altísima y el pitcher dominando, en su momento más alto, en su mejor momento psicológico, cuando cae el out 25 no hay la menor esperanza para el adversario, enseguida viene el 26 y el 27, y detrás el anuncio: "¡Se acabó el juego!", que nuestros narradores deportivos anuncian, incluso, unos cuantos segundos antes de que la pelota de rolling fácil o fly elevado llegue a manos del shortstop, la segunda base o el fielder: "Fly alto; lo está esperando, ¡se va a acabar el juego!" Tal es su confianza. Y no recuerdo ningún fly que se haya caído en el out 27. ¿Qué ocurrió allí? Una descarada, planeada, consciente y tolerada provocación, en ese preciso instante, que realmente afectó al pitcher, al catcher y a otros atletas claves.

Por la televisión no podíamos ver lo que pasó, porque la televisión, que era del país sede, no trasmitió una sola vista de lo que estaba ocurriendo. Nuestros canales solo podían exhibir aquella trasmisión, independientemente de que nuestros reporteros con sus cámaras estaban filmando. Aquello no apareció en las pantallas, no sabíamos cuándo entró el provocador, ni hasta dónde llegó, ni qué pasó, solo que se paraliza el juego y nuestros narradores que estaban allí hablaban, pero no veíamos nada. Solo después, en Cuba, gracias a nuestras propias cámaras de televisión que tomaron las vistas de lo que ocurrió, pudo el pueblo conocer todo lo que había pasado allí. Eso provocó a todo el equipo, lo apartó del juego, lo desconcentró: el catcher, que desempeña un papel tan importante, tuvo que ir allí en defensa del honor de su país y de su bandera, en respuesta a aquella grosera provocación, y el de segunda, el otro y todos. El pitcher que iba a lanzar para el out 26 y 27 tuvo que esperar veinte minutos o más, quién sabe cuánto duró aquello. Los árbitros estuvieron a punto de suspender a nuestro equipo, arrebatándonos la victoria, bajo la fuerte presión del manager del equipo de Canadá, mientras el público, compuesto en su inmensa mayoría por canadienses dignos, repudiaba la vil provocación y nos daba la razón.

Así fue como después se embasó un tipo en aquel partido que era decisivo. Si lo perdíamos quedábamos eliminados del primer lugar e igualmente eliminados de participar en Sidney; era peor perder el penúltimo juego que perder el último; en este caso, no perdíamos el boleto en este deporte para las olimpiadas, aunque jamás nos habríamos consolado si perdíamos el último (Aplausos).

Hubo que relevar al pitcher que estaba realizando hasta aquel instante una excelente labor. Al final, sirvió para mayor gloria, porque a pesar de eso vino el out 26 y el 27, hasta podíamos regalar un par de outs adicionales, sumar 29 y no llegaban a segunda, mucho menos a home. Lo sabemos, lo sabemos muy bien.

Eso jamás puede pasar en nuestro país. No hay un solo hecho semejante en 40 años de la historia de nuestro deporte. El respeto al atleta, la consideración máxima al atleta, a su integridad física y moral, que es parte esencial de nuestras mejores tradiciones deportivas, dice mucho de nuestro país, de nuestro pueblo, capaz de luchar valientemente contra cualquier injusticia o agresión a nuestros derechos deportivos, y capaz de rendir tributo al mérito de un atleta adversario y aplaudirlo; capaz de respetar lo máximo que pueda respetarse un atleta que nos visite.

Cuba ha desarrollado una verdadera y sana cultura deportiva, no es fácil que otro pueblo haya alcanzado tal nivel, en especial cuando el deporte se ha prostituido y mercantilizado, sin que importe para nada su papel como instrumento para la salud y bienestar del pueblo.

Como ustedes saben, nuestro pueblo en deporte sabe de todo, y las peñas deportivas lo demuestran, porque en cada una de ellas polemizan los más variados estrategas de béisbol, boxeo, voleibol y todos los deportes habidos y por haber. Es una realidad que todos conocemos, fruto de una gran cultura y pasión deportiva. Los aficionados conocen las reglas mejor que nosotros.

Nuestros atletas a lo largo de 40 años han escrito una hermosa página de desinterés material, han vivido modestamente, humildemente, apreciando por encima de todo el afecto y la admiración de su pueblo. Por sus méritos, por sus valores, por los servicios que prestan a nuestro país, por el placer que le ofrecen, por las glorias que le aportan, consideramos y estamos ya comenzando a aplicar una política de mayor atención al deporte y en especial a los deportistas.

Un día se me ocurrió preguntar cuánto recaudábamos en los estadios de pelota. Realmente, ustedes saben bien que lo que se paga por la entrada es puramente formal; un peso —Héctor, tú debes saber—, si lo cambian en una de nuestras casas de cambio, equivale a cinco centavos de dólar. Pregunté cuántos pesos recaudábamos, y comprendí que realmente lo que recaudamos neto, con lo que se cobra —yo pensaba que hasta podíamos aumentar un poquito el precio; pero aumentándolo un poco, hasta a 20 centavos ó 50 centavos más, es decir, a lo que equivaldría a 7,5 centavos de dólar, según esos cambios—, no daba para mejorar, en el grado que merecen, la vida de nuestros atletas en ese deporte, que participan sistemáticamente en las series nacionales.

Y, claro, nosotros no hacemos distinción, si mejoramos la vida de los atletas en una rama deportiva, debemos mejorar la de todas las demás, porque ese es el sentido de la justicia que debe reinar en nuestro país. A todos, a los que corren, a los que saltan, a los que practican arco y flecha, a los que participan de forma individual o colectiva en cualquier deporte, tenga o no tenga este la misma popularidad y divulgación que otros, porque todos son atletas que se sacrifican, que se entrenan con rigor, que dan el máximo por el país. Irá parejo siempre en lo que el país pueda hacer para mejorar las condiciones de vida material de los atletas que lo representan, sin diferenciar un deporte de otro. Pero entendemos y estamos muy conscientes, y cada vez más conscientes, de que la nación debe hacer más por sus atletas y ya venimos aplicando esa política.

He enumerado unas cuantas razones, pero faltan otras tal vez más contundentes.

Nuestro país ha graduado a lo largo de 40 años más de 50 mil técnicos y profesores de educación física y deportes, y dispone hoy de 32 mil 514 técnicos y especialistas trabajando activamente en ese campo; ningún país posee un número tan elevado ni que se acerque siquiera a los que posee Cuba con relación a la población total: 2 mil 932 técnicos y especialistas por cada millón de habitantes. Somos ampliamente el país con más técnicos, instructores, profesores y otros especialistas de educación física y deportes per cápita en el mundo: 1 por cada 341 habitantes. Habría que ver si alguien indaga quién ocupa el segundo lugar en esta olímpica competencia, y ver exactamente cuántos tiene. No creo que Estados Unidos se acerque a la cifra de 800 mil 630 especialistas en este campo, que serían los necesarios para equipararse a Cuba.

Habrá en los países muy ricos hasta instructores privados que entrenan o ejercitan a individuos ricos; a personas pobres, por supuesto, nunca. Aquí esos 32 mil 514 técnicos y especialistas, la inmensa mayoría jóvenes y con nivel universitario por haber cursado estudios hasta graduarse como licenciados en el Instituto Superior de Cultura Física, están en todos los rincones del país, al servicio de todos los ciudadanos desde que ingresan en la escuela primaria.

Cuba —como ustedes saben— cuenta con un sistema excepcional de juegos escolares que culmina en una gran competencia nacional, lo que constituye una fuente inagotable de atletas de alta calidad. Ignoro si algún otro país aplica un sistema integral semejante. Tenemos escuelas de iniciación deportiva en todas las provincias, donde la educación general básica se combina con la práctica intensiva del deporte, en las más variadas disciplinas, y centros de enseñanza de nivel medio y superior con jóvenes atletas de alto rendimiento que complementan la generalización de la educación física y el deporte entre niños y jóvenes y contribuyen a la forja de equipos juveniles y selecciones nacionales, cuyo nivel de calidad se mide en las competencias internacionales. Hay actividades en este campo que por su belleza constituyen a la vez deporte y arte de elevada calidad.

El sistema de formación de atletas en nuestro país se aplica de forma absolutamente gratuita y masiva, porque ni la educación básica general se cobra, ni la educación física y el aprendizaje deportivo se cobran, lo cual trae grandes beneficios al carácter de nuestros niños y jóvenes. El deporte requiere disciplina, y disciplina mucho al niño y al joven, lo enseña a ser resistente, estable, tenaz y valiente; influye en su carácter, ayuda a su salud y a su desarrollo físico y mental.

En nuestro país cualquier atleta que se destaque especialmente puede tener, en determinadas disciplinas, él solo un instructor. Imagínense, en Estados Unidos u otro país desarrollado, cuánto costaría un instructor dedicado a entrenar a un atleta destacado; cuánto le costaría a ese atleta, o a su familia, o a cualquier joven que quiera jugar bien tenis, practicar gimnasia, salto alto o largo, esgrima, pesa u otro deporte similar

de carácter individual que requiere instrucción especializada y constante. Su costo seguramente nunca sería menos de 50 mil dólares por año.

Si usted va a medir en dólares lo que cuesta en esos países el trabajo de nuestros 32 mil 514 técnicos e instructores de educación física y deportes, habría que buscar una computadora para calcular realmente cuánto costaría ese servicio en un país rico. Una razón moral adicional en favor de nuestro país al juzgar lo realizado por Cuba, sin otro recurso que la voluntad, la abnegación y el talento de sus hijos.

Mas aún, hemos dispuesto de instructores no solo para nuestros atletas, sino también para atletas de otros países. Sobre la base de cálculos —en este caso no he podido contar con los datos precisos necesarios—, basándome solo en estimados generales y apreciando el número de instructores cubanos que cooperan con otros países, podríamos afirmar que ningún país supera a Cuba en la cooperación con el desarrollo deportivo del Tercer Mundo. Por ejemplo, en este mismo año, solo en el primer semestre, cientos de técnicos de nuestro país cooperaron en la preparación de muchos atletas para los Juegos Panamericanos de Winnipeg, en que nosotros mismos íbamos a competir. Durante el semestre mencionado, un total de 733 especialistas cubanos prestaron sus servicios en 42 países del Caribe, América Central, Suramérica y de otros continentes; 39 de los 42 son países del Tercer Mundo, y solo tres países desarrollados tenían un número de técnicos cubanos. Más de 600 de estos especialistas lo hicieron en el área de nuestro hemisferio, con atletas que compitieron con nosotros en Winnipeg.

Ustedes pudieron ver, incluso —y Sagarra lo sabe muy bien—, cómo uno de nuestros mejores instructores, Sarbelio, cumpliendo allí su deber, con gran honradez y sentido del honor, nos arrancó en buena lid dos medallas de oro en el boxeo.

Esos dos atletas argentinos, hay que decir que son dos buenos atletas, en la semifinal eliminaron a dos de los nuestros y ganaron sus combates en la final. Su instructor es uno de los más apreciados, prestigiosos y experimentados técnicos cubanos. Así deben actuar nuestros especialistas que cooperan con otros países.

En los últimos Juegos Centroamericanos y del Caribe que se celebraron en Venezuela el año pasado, eventos en los que Cuba domina ampliamente, atletas entrenados por instructores cubanos obtuvieron 17 medallas de oro. En los Panamericanos de Winnipeg, 45 especialistas cubanos participaron con atletas de otros países que obtuvieron 26 medallas, entre ellas 8 de oro, y numerosas posiciones destacadas en esas reñidas competencias en las que Estados Unidos, Cuba y Canadá participaron con poderosos equipos. Cuando nos ganan medallas, en cualquier deporte, atletas latinoamericanos, centroamericanos, caribeños o del Tercer Mundo, nosotros tenemos que sentirnos satisfechos porque constituye una prueba de la dignidad, el honor, la seriedad y la honradez de nuestros especialistas deportivos. Podríamos preguntarnos cuántos especialistas enviaron dos naciones inmensamente desarrolladas y ricas, como Estados Unidos y Canadá, a esos países para preparar atletas que compitieran con los suyos, y cuánto les habría costado a dichos países esa cooperación.

Son muchas las cosas que honran a nuestro país en el campo del deporte. Le pregunté a Erick hace unos minutos cuándo había comenzado él la gimnasia, y me dice: "Cuando estaba en la escuela, a los seis años." Solo un joven que a los seis años comienza a practicar un deporte puede ganar cinco medallas de oro como ganó él, a pesar de que no pensaba ni competir porque se le reinició una linfangitis, al parecer curada, cuando viajó para las competencias. Al preguntarle cómo se las arregló, me respondió que lo trataron de nuevo con antibióticos y mejoró. Casi hasta el último momento creía que no podría competir, que iba a estar allí sólo para darles aliento a los compañeros.

Fíjense si es honrado ese atleta, que como yo había escuchado —no vi esa competencia— que habían favorecido al atleta georgiano que representaba a Canadá y algunos opinaban que lo habían favorecido, le pregunto a Erick: "Erick, ¿cómo fue esa competencia? ¿Fue limpia?" Dice: "Sí, fue limpia." El ganó en barras y estuvo por encima, quizás no con tantos puntos como le dieron, pero él ganó limpiamente esa medalla. Es un verdadero ejemplo de atleta honesto. Yo salí de mis dudas y me alegró. Me habría gustado que hubiera ganado las seis de oro, y fue el que con cinco de oro y una de plata más medallas de oro ganó en esas competencias.

Este mismo año es posible que Cuba alcance otra vez la cifra de más de mil especialistas en deporte cooperando en el exterior, ya la alcanzó en 1998; están preparándose muchos países para las olimpiadas.

Los ejemplos que he mencionado sobre el trabajo de nuestros instructores deportivos les dan gran prestigio. Añado que en solo siete años, entre 1992 y 1999, más de 5 mil técnicos y especialistas cubanos han prestado servicios y han ayudado al desarrollo del deporte en decenas y decenas de países llamados emergentes. No sé si algún otro país puede decir lo mismo. Nuestros técnicos han contribuido al desarrollo del deporte a nivel mundial, precisamente allí, donde los pueblos no poseen los recursos económicos, y, salvo casos muy excepcionales, cooperando fundamentalmente con países del Tercer Mundo.

¿Y cuáles han sido los resultados deportivos en nuestro propio país del esfuerzo realizado en estos años? Aquí tengo una hoja, solo una hoja, con datos sobre los Juegos Olímpicos, el tema central sobre el cual estoy argumentando, y el objeto de nuestra solicitud.

Vean:

En este siglo que termina el año próximo —desde el año1900 hasta el año 2000—, solo tres olimpiadas se suspendieron: una a raíz de la Primera Guerra Mundial, la que corresponde a 1916, y dos durante la Segunda Guerra Mundial, las de 1940 y 1944; en ambas ocasiones se reanudaron a los dos o tres años de finalizar la contienda. Incluyendo la próxima, en Sidney, serán 23 sedes de olimpiadas concedidas a lo largo de 100 años. A Francia le concedieron dos veces la sede: en 1900 y en 1924; a Estados Unidos, cuatro veces: en 1904, 1932, 1984 y 1996; a Inglaterra, dos veces: en 1908 y 1948; a Suecia, en 1912; a Bélgica, en 1920; a Holanda, en 1928; a Alemania, dos veces: 1936 y 1972; a Finlandia, en 1952; a Australia, dos veces: en 1956 y 2000; a Italia, en 1960; a Japón, en 1964; a México, en 1968; a Canadá, en 1976; a la Unión Soviética, en 1980; a Corea del Sur, en 1988; a España, en 1992.

Como puede apreciarse, en la segunda mitad del siglo, a medida que se comercializaba el deporte y se abandonaba el amateurismo, en solo un período de 12 años, entre 1984 y 1996, le concedieron dos veces casi consecutivas los Juegos Olímpicos a Estados Unidos.

Ustedes saben cómo son esas competencias. Si se celebran en Tokio hay que estar conciliando los programas de juegos con el horario de Estados Unidos a fin de garantizar mayores ingresos por la publicidad comercial. En las competencias de más atracción, el horario que prevalece es el más conveniente para el público norteamericano, sea cual sea la sede. Nosotros, desde luego, no tendríamos ese problema, porque tenemos, más o menos, el mismo horario.

Cifra total: 23 olimpiadas en este siglo, incluyendo la del año 1900. Bien, 13 de esas 23 olimpiadas tuvieron su sede en Europa —es decir, el 56,5% de las olimpiadas—; 5 en Estados Unidos y Canadá, el 21,7%; 4 en los países más desarrollados y ricos de Asia; 2 —incluida la del próximo año— en Australia; 1 en Japón y 1 en Corea del Sur, el 17,3%; y 1 de las 23 en un país de Latinoamérica, de los de mayor riqueza y desarrollo económico e industrial en nuestra área: la Olimpiada de 1968, en México, que significó el 4,3% de las sedes concedidas, de lo cual nos hubimos de alegrar mucho no solo por su condición iberoamericana, sino por su tradicional política de amistad con Cuba, frente a una hostilidad generalizada contra nuestro país que Estados Unidos logró generar desde la frontera sur de México hasta la Patagonia.

En su conjunto, Europa, Estados Unidos y Canadá han sido sedes del 78,2% de las olimpiadas de este siglo; si se añaden las de los más ricos de Asia, suman el 95,6% de las sedes concedidas. El restico que quedó, fue para el país latinoamericano mencionado. Vean cuánta "justicia" ha existido en este mundo.

La otra cara de la moneda: el Caribe, Centroamérica y Suramérica, con 403,7 millones de habitantes —según datos oficiales del Fondo de las Naciones Unidas para la Población, de diciembre de 1998—, jamás han sido sede de una olimpiada. Africa, con 778,5 millones de habitantes, jamás ha sido sede de una olimpiada. China, con 1 255 millones de habitantes, jamás ha sido sede de una olimpiada. Un conjunto de países de Asia que fueron colonias y hoy anhelan y luchan por el desarrollo económico y social, cuyos habitantes suman 3 mil 398 millones, jamás ha sido sede de una olimpiada.

Dieciséis países de los más ricos del mundo, excepto México, que aunque ocupa el puesto 15 de la economía mundial tiene ingresos per cápita más reducidos por su numerosa población, con 1 073,7 millones de habitantes, han sido las sedes del ciento por ciento de los 23 Juegos Olímpicos de este siglo; el Tercer Mundo completo, con 4 mil 718 millones de habitantes, 4,4 veces más que aquellos 16, ha sido sede del cero por ciento de esos juegos. A ninguno de esos países le ha correspondido nunca ese derecho.

Profundizando aún más en el tema y viéndolo desde otro ángulo, solo países conceptuados como los más desarrollados y ricos, todos los cuales, con excepción de la Unión Soviética, que no perteneció a ella, pero en 1980 cuando Moscú fue sede de una olimpiada era una potencia desarrollada e inmensamente rica, son miembros de la OCDE, institución que agrupa precisamente a los países de mayor riqueza y desarrollo en el mundo, han sido privilegiados de forma exclusiva a lo largo del siglo con las sedes de los Juegos Olímpicos.

Cinco países entre los más ricos de la OCDE: Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y Australia, con una población de 491,5 millones de habitantes, que equivale al 8,3% de la población mundial, han sido sedes de 12 Juegos Olímpicos, el 52,2% de los 23 juegos realizados.

Entre esos países ricos de la OCDE, el Grupo de los 7, los más ricos de todos, que en conjunto alcanzan casi el 70% del producto bruto mundial, han sido especialmente privilegiados en materia de concesión de sedes olímpicas. En orden progresivo, recordemos que a Italia se le concedió una vez; a Japón una vez; a Canadá una vez; a Francia dos veces; a Inglaterra dos veces; a Alemania dos veces; a Estados Unidos cuatro veces, de modo que este grupo de solo siete, los más ricos de Europa, América del Norte y Asia, obtuvieron la sede de los juegos 13 veces.

¿Quién decide la concesión de la sede para unas olimpiadas? El Comité Olímpico Internacional (COI). ¿Todos los países son miembros del COI? ¡No! Ningún país es miembro del COI.

El COI nombra ante los comités olímpicos nacionales, según sus criterios y libre albedrío absoluto, a un número de personas que lo representan, que en la actualidad se elevan a 104. Estas son las que adquieren voz y voto en el COI desde el instante en que son designadas y pasan a integrar ese comité. No representan a los comités olímpicos nacionales, ni representan al país en el COI, representan al COI en el país y ante el Comité Olímpico Nacional. No en todos los países hay representantes del COI, al contrario, la mayoría de los países no tienen representantes del COI. Existen, por otro lado, no pocos casos de países que cuentan con dos y hasta más representantes del COI. Naturalmente son los países que más influyen en las decisiones de esa institución. Por ejemplo, aquellos que han sido sedes de olimpiadas tienen por lo menos dos y a veces tres representantes del COI que, como miembros plenos de este, participan en sus decisiones fundamentales.

Ya hemos hablado de los excepcionales privilegios que disfrutan los países más desarrollados y ricos en el Movimiento Olímpico Internacional. La gran mayoría del resto de los países no cuentan con un representante del COI, ni tienen la posibilidad de hacer llegar sus criterios y puntos de vista, o expresar sus intereses al Comité Olímpico Internacional a través de ese representante del COI, que suele ser un ciudadano destacado asociado o amante del deporte del país donde ejerce su representación.

A su vez, los países que tienen el mayor peso en el seno del COI coordinan posiciones y elaboran políticas comunes.

El cuadro actual es el siguiente: existen 200 comités olímpicos nacionales y solo 79 tienen representantes que son miembros del COI; 21 de ellos están presentes por duplicado o triplicado en ese comité, es decir, cuentan allí con un mayor número de votantes. Los otros 58 tienen un único representante que en la realidad representa al COI en el país y al país en el COI. Ciento veintiún países no tienen representantes del COI. En nuestro hemisferio, de 42 países con comités olímpicos nacionales, 22 no cuentan con representantes del Comité Olímpico Internacional. Por supuesto, Estados Unidos cuenta con 3 —si se incluye a Puerto Rico, territorio ocupado y colonia suya, que tiene un representante del COI— y Canadá con 2.

En Africa, de 53 países, 40 no cuentan con representantes del Comité Olímpico Internacional.

En Asia y Oceanía, con 57 países, 36 no tienen una representación del Comité Olímpico Internacional.

En Europa, como es fácil suponer, con 48 países, disponen de 47 representantes del COI, especialmente debido al hecho de que muchos países europeos tienen dos o más representantes del Comité Olímpico Internacional, sumando así el 45,2% de los 104 miembros que tienen derecho al voto en el COI.

Tres pequeños Estados europeos: Luxemburgo, con 417 mil habitantes y 2.586 kilómetros cuadrados, Mónaco con 32 mil habitantes y 1.81 kilómetros cuadrados, Liechtenstein con 31 mil 300 habitantes y 157 kilómetros cuadrados, cuentan cada uno de ellos con un representante del COI sin que nadie haya escuchado nunca una sola palabra sobre la actuación de sus atletas en unos Juegos Olímpicos. No tendría sin embargo objeción alguna y me parecería muy justo si tal participación se concediera a todos los Estados independientes, grandes o pequeños, igual que en Naciones Unidas.

Mientras tanto en Africa, Etiopía, con grandes atletas en carreras de fondo, Tanzania y Madagascar, que suman entre los tres 110 millones 600 mil habitantes y 2 millones 630 mil kilómetros cuadrados, equivalente 230 veces a la suma de la población de los pequeños Estados europeos mencionados y 958 veces más superficie, no cuentan sin embargo con un solo representante del COI que hable por ellos en el Comité Olímpico.

En Suramérica, Bolivia, Ecuador y Paraguay, con 25 millones 400 mil habitantes y una superficie de 1 millón 788 mil 894 kilómetros cuadrados, no tienen un solo representante del COI en ninguno de los tres países.

En Asia, Irán, Bangladesh y Viet Nam, con 275 millones de habitantes y una superficie de 2 millones 124 mil 998 kilómetros cuadrados, tampoco tiene ninguno de ellos un representante del Comité Olímpico Internacional.

En la Unión Europea, al tener Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Portugal y Luxemburgo, cada uno de ellos, una representación del COI; Reino Unido, Suecia, España, Grecia, Alemania, Austria, Bélgica y Francia 2 representantes; Países Bajos 3 e Italia 4, ninguno de los 15 países miembros de la Unión Europea carece de representación del COI, juntos suman 28 representaciones y han sido sede de 13 Juegos Olímpicos.

Si Europa en su conjunto, con 48 países, cuenta con 47 representantes del COI, la región caribeña, centroamericana y suramericana, con 39 países, cuenta con 13; África, con 53 países, cuenta con 13; Asia y Oceanía, con 57 países, cuentan con 24. Los países de la OCDE, más Rusia que suman 30, disponen de 64 votos en el COI, mientras 149 países del Tercer Mundo cuentan con solo 40. El conjunto de los países de la Comunidad Europea y el resto de Europa cuentan con una fuerza aplastante en el COI. Es difícil que sin ellos se pueda tomar una decisión, no solo por el número de votos en ese comité, sino también por su enorme peso político y económico. A esto se une la fuerza e influencia en el Comité Olímpico Internacional de Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia. ¿Con qué cuenta el resto del mundo?

Así está repartido no solo el mundo de las riquezas sino también el mundo del deporte, símbolo de paz y de amistad entre los pueblos, que por no tratarse de un recurso natural o una riqueza material, sino un bien humano, cultural y social, no sería difícil hacer accesible su disfrute a todas las naciones.

Por no existir ese elemental sentido de equidad y de justicia se explica lo ocurrido con las olimpiadas que han tenido lugar en este siglo. Es una pesada herencia histórica.

Las relaciones de Cuba con el Comité Olímpico Internacional son normales. Hay aquí un representante suyo. Visité la sede central de esta institución en Lausana y un excelente museo olímpico. Fui amablemente atendido todo el tiempo por su Presidente. Lo apoyamos sin vacilación a principios de este año frente a lo que, a nuestro juicio, constituía una franca y turbia conspiración promovida en el Senado de Estados Unidos contra él. Lo citaron para ser investigado en una audiencia convocada por el Comité de Comercio y Transporte del Senado norteamericano, sin derecho alguno para hacerlo, a lo cual se negó con justa indignación. Detrás de todo, con el pretexto del escándalo de corrupción que se produjo con la concesión de los Juegos de Invierno del año 2002 a Salt Lake City, en Estados Unidos, estaba el propósito de adquirir el control del Comité Olímpico Internacional, trasladar su sede de Lausana a Estados Unidos y apoderarse del fabuloso negocio de la comercialización del olimpismo.

Cuándo y cómo cambiará la situación actual, es difícil de predecir. ¡Cuánto podría hacer el movimiento olímpico por la humanidad, si a sus extraordinarias posibilidades y a las prerrogativas y privilegios que disfrutan unos pocos tuvieran acceso todos!

¿Cuál ha sido el papel de Cuba en los Juegos Olímpicos? ¿Qué ha hecho? ¿Cuál ha sido el fruto de nuestro esfuerzo en favor de un deporte sano y limpio? A partir de 1972, en que ocupamos el lugar 14 entre 122 países, en las restantes olimpiadas en que hemos participado, en Montreal, Canadá, en 1976 —Juantorena recuerda muy bien eso y nosotros también—, con la participación de 88 países, ocupamos el octavo lugar; en 1980, en Moscú, con la participación de 81 países, ocupamos el cuarto lugar; en 1992, en España, con la participación de 169 países, ocupamos el quinto lugar, y en Atlanta, en 1996, con la participación de 197 países, ocupamos el octavo lugar. ¿Alguien podría negar esos datos?

Hay que añadir algo más. En todas las últimas olimpiadas mencionadas con el octavo, el cuarto, el quinto y de nuevo el octavo lugar alcanzado, Cuba ha sido el país con mayor número de medallas de oro per cápita entre todos los países participantes.

En estos Juegos Panamericanos, en que medimos fuerzas con grandes potencias deportivas, Estados Unidos, superrico, superpoderoso, con atletas que viajaban con aire acondicionado, que no paraban en las barracas de la base aérea sino que se hospedaban en lujosos hoteles con mucho aire acondicionado, y que llevaban el alimento, el agua, los refrescos, quedó en primer lugar por el número total de 108 títulos que le proporcionaron 108 medallas de oro, con una población de 275 millones de habitantes; obtuvo 0,39 medallas de oro por millón de habitantes.

Canadá, con 64 títulos que otorgaron a número igual de medallas de oro, y 3,2 millones de habitantes, obtuvo 2,11 medallas de oro por millón de habitantes.

Cuba, con 69 títulos de oro reconocidos, equivalentes a 69 medallas de oro que en la tradición olímpica determina siempre el lugar correspondiente a cada país participante, y una población de 11,1 millones de habitantes, obtuvo 6,22 medallas de oro por millón de habitantes. Francamente, faltarían solo 11 centésimas de punto para afirmar que fue el triple de las medallas de oro per cápita que obtuvo nuestro poderoso competidor canadiense, que quedó en tercer lugar. Y con relación a Estados Unidos, 12,5 veces más por millón de habitantes. El ciento por ciento de los atletas que participaron por Cuba son cubanos, nacidos y formados en Cuba. En los equipos de Estados Unidos y Canadá, participaron en cambio 54 atletas extranjeros, algunos de los cuales no hablaban el idioma. Habría que ver cuántos títulos y sus correspondientes medallas de oro obtuvieron.

Algo más: Cuba fue el primer y único país de América Latina y el Caribe en obtener el primer lugar por encima de Estados Unidos en una competencia regional en los Juegos Panamericanos, que tuvieron lugar en nuestro país el año 1991.

No se le cobró un solo centavo a la población por participar en los eventos deportivos de esa competencia. Aquellos Juegos Panamericanos que tuvieron lugar en nuestro país, fueron un ejemplo de organización, hospitalidad, facilidades deportivas en excelentes instalaciones, atención y respeto a todos los atletas participantes.

 

Es por ello que nuestro país solicita y demanda el derecho a ser sede de unas olimpiadas, porque nuestra limpia historia, nuestros extraordinarios éxitos en el desarrollo del deporte en Cuba y los alcanzados en eventos internacionales, tanto regionales como olímpicos, nuestra cooperación en el desarrollo del deporte en el Tercer Mundo, hacen a Cuba y a su pueblo acreedores a ese derecho.

No lo estamos reclamando solo por Cuba, lo estamos reclamando por todas las islas del Caribe. Sede de esa olimpiada sería, más que Cuba, el Caribe. Y estoy seguro de que si trabajamos tenazmente y cooperando con las demás islas de nuestro Mar Caribe, Cuba y las islas del Caribe podrían ocupar el segundo lugar en esas olimpiadas, sin contar ya las muchas medallas que podrían ganar Centroamérica y el resto de América Latina, donde nunca ha habido unos Juegos Olímpicos.

Lo solicitamos pensando en los pueblos del Tercer Mundo, a los que jamás se les ha concedido el derecho a ser sede de una olimpiada. Reclamamos ese derecho para 4 mil 718 millones de habitantes que han sido ignorados y desconocidos, colonizados primero y neocolonizados después.

¿Cuáles serán sus esperanzas deportivas con la profesionalización, cuando se paga cualquier dinero por un atleta, cuando se les arrebata a base de dinero y de promesas a sus atletas, cuando se importan jóvenes de ese mundo para nacionalizarlos en los países desarrollados y ricos, con los cuales pueden obtener medallas de oro en las competencias, o alquilando por unos meses atletas extranjeros para alcanzar más medallas en las mismas?

La concesión de la sede para unas olimpiadas en un país determinado debe apartarse del método que se ha ido estableciendo progresivamente de sacar a subasta la sede, donde el país que tiene más dinero y ofrece más cosas tiene posibilidad de alcanzar la misma. Forma parte de la subasta competir en ofrecimientos. Los países más ricos compiten ferozmente entre sí: "Damos esto y lo otro, haremos esto y lo otro", y muchas de esas promesas ni siquiera se cumplen.

Es así, no se toman en cuenta méritos, factores morales, factores históricos; no se toma en cuenta ni un elemental sentido de la equidad y la justicia; uno tiene derecho a preguntarse: ¿Con este sistema de subasta, cuándo un país del Tercer Mundo será sede de unos Juegos Olímpicos? ¿Cuándo un país cualquiera de aquellos, en los que viven 4 mil 718 millones de habitantes, que no son industrializados y ricos, ni pertenecen a la OCDE o al Grupo de los 7, tendrá posibilidad de ser sede de una olimpiada?

Nosotros, por nuestra parte, nos atrevemos a decir aquí que podemos ser sede y organizar una olimpiada ejemplar. No puede ser sobre la base de promesas de tipo financiero; con el número considerable de técnicos y especialistas de elevada calidad que Cuba dispone —que si fuera sede de unos juegos olímpicos en el año 2008 ó en el 2012 contaría posiblemente ya con más de 40 mil en activo trabajo—, podría realizar una enorme contribución al desarrollo del deporte en el Tercer Mundo, que por tratarse de capital moral, de capital humano, no podría ofrecer ningún país rico y desarrollado del mundo; que no podrían ofrecer tal vez ni siquiera todos ellos juntos. Eso puede Cuba ofrecerlo fácilmente.

¿Cuántos hoteles tendrá nuestro país en el año 2008? Ya contamos con una capacidad no desdeñable; en estos últimos años hemos multiplicado la capacidad que disponíamos hace apenas 10 años, en ocho o nueve años más duplicaremos las capacidades actuales con hoteles cada vez más confortables y modernos, y en el año 2012 con seguridad las habremos triplicado, independientemente del desarrollo económico que esperamos ir alcanzando en otros campos a lo largo de los próximos años.

Experiencia en el desarrollo del deporte mayor que la de Cuba no es fácil encontrarla. Ejemplos de un país que a partir de recursos muy escasos y, además, bloqueado y hostigado ha sido capaz de impulsar esta actividad en un grado que todos reconocen en el mundo no son fáciles de encontrar, y los méritos de Cuba en ese heroico esfuerzo no son fáciles de superar.

En las últimas Olimpiadas de Atlanta participaron alrededor de 10 mil atletas, instructores y auxiliares. Vamos a suponer que participen para entonces una cifra igual y aún mayor, habría que hacerse una pregunta: ¿Cuántos serán los atletas e instructores del Tercer Mundo? Algunos países desarrollados y ricos irán con el número total de atletas que clasifiquen para competir en casi todas las disciplinas. No parece posible que las delegaciones de países pobres y por desarrollarse puedan por ahora hacer lo mismo. Pero para nosotros sería perfectamente fácil recibir y albergar gratuitamente a los atletas y personal auxiliar y técnico de los países del Tercer Mundo que lo necesiten para participar en esa olimpiada, alojados en villas con todas las comodidades que tuvieron los que nos visitaron en los Juegos Panamericanos de 1991, o en hoteles de cuatro y cinco estrellas, si lo desean. Estoy hablando de los atletas del Tercer Mundo. Los atletas de los países inmensamente ricos no necesitan alojamiento gratuito.

La alimentación, para los atletas del Tercer Mundo, los días que dure esa competencia, aunque fuesen tres semanas, Cuba la puede ofrecer gratuitamente. No estoy hablando de grandes ofertas ni mucho menos, estoy hablando de cosas justas, razonables, que cooperen realmente con la participación de aquellos que lo necesitan. Una cooperación de orden moral y material que a nadie ofenda, que no pretenda sobornar ni comprar a nadie, sería nuestra línea de conducta. A diferencia de lo que ocurrió recientemente en una importante competencia internacional, que fue puesta en manos de empresas privadas ansiosas de obtener ganancias, sería ridículo no ofrecerla gratuitamente a todos los que la necesiten.

El transporte interno, por ejemplo, para los atletas del Tercer Mundo que participen podemos ofrecerlo gratuitamente.

Servicios médicos inmediatos y de alta eficiencia, por contar nuestro país con una excelente medicina deportiva y especialistas de alto nivel en todas las ramas de la salud, los ofreceríamos gratuitamente a los atletas de los países del Tercer Mundo y a todos los atletas participantes; para Cuba es algo fácil y asequible. Y, reitero, algo a mi juicio de una gran importancia: la más amplia cooperación con personal especializado en la preparación de los atletas de los países emergentes en un volumen y nivel de calidad que difícilmente puedan ofrecer muchos de los países del mundo rico y desarrollado. Para ello hace falta el hombre capaz de prestar su colaboración en cualquier rincón de la Tierra. Y Cuba dispone abundantemente de ese capital humano.

No vamos a entrar en la subasta, porque sería indigno, estoy hablando en términos de justicia, de ayuda a los que más lo necesiten, que son nuestros hermanos; no estamos hablando en términos de pagar hasta los pasajes a todos los que participen y cosas por el estilo. Existen otras formas de cooperar en ese aspecto. Hemos realizado congresos en los que han participado muchos miles de maestros, o médicos, o jóvenes, y hemos ideado formas de reducir los gastos de los visitantes en nuestras líneas aéreas. También hemos sido sede de un festival mundial de jóvenes. Nuestro país ha demostrado que puede hacer cosas dentro y fuera de Cuba. Lo testimonian —y lo conocen muchos pueblos— los 25 mil médicos que han prestado servicios de salud gratuitamente a otros países, en períodos prolongados de tiempo.

Es el país que hoy ofrece miles de médicos a Centroamérica, Haití, el Norte del Africa Subsahariana, donde la mortalidad infantil es la más alta del mundo. Los países ricos no podrían ofrecer médicos voluntarios a trabajar allí, en las más difíciles condiciones, donde pueden ir en cambio, gustosa y resueltamente, miles de médicos de este hermano pueblo. En el mundo rico están todos tan acostumbrados a la vida cómoda que por ningún dinero van allí donde pueda haber mosquitos, víboras, incomunicación, falta de luz eléctrica, donde solo reciben noticias de su país y de su familia por un pequeño radio de onda corta, alimentado por pequeñas baterías.

Poseemos el capital humano extraordinario de que les hablaba en muchos campos, no solo en el deporte, no solo en la educación. Ofrecemos becas a jóvenes del Tercer Mundo para que se hagan técnicos y especialistas deportivos. Me pregunto si otros ofrecen lo mismo.

Es por ello que, con una elevada moral y una confianza extraordinaria en nuestro pueblo, en su capacidad de hospitalidad, su capacidad de organización, sus recursos científicos y humanos, su tradicional espíritu hospitalario y su hermosa tradición de respeto a cuantos atletas visitan a nuestro país, Cuba puede organizar con la más alta calidad y eficiencia unos juegos olímpicos. En nombre de esas razones y argumentos que he expresado aquí, ante ustedes, valientes y gloriosos atletas, ratificamos la decisión después de explicar las razones por las cuales solicitamos a la opinión pública mundial y a todos los comités olímpicos, especialmente de los países del Tercer Mundo, que se apoye el derecho de Cuba a ser sede de una olimpiada.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación)