Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en el acto inaugural de todo el programa de reparación, ampliación y construcción de las 779 escuelas primarias y secundarias de la Capital. Guanabo, Habana del Este, 30 de agosto del 2002.

Queridos constructores;

Queridos alumnos y maestros;

Compatriotas de la capital y de toda Cuba:

Hoy, como en los días gloriosos de Girón, cuando en menos de 72 horas nuestros bravos combatientes aplastaron a las fuerzas mercenarias que invadieron nuestra patria para destruir la Revolución, los obreros de la construcción, apoyados por el pueblo de la capital, han alcanzado una gran victoria.

En veinte meses se proyectó y ejecutó un programa que abarcaría 779 escuelas primarias y secundarias básicas de la capital del país, donde se inicia una profunda e inédita revolución educacional que será ejemplo para el mundo. De esta cifra, que equivale al total de las instalaciones de esos niveles de enseñanza, 734 serían completamente restauradas y ampliadas, 12 reconstruidas y 33 de nueva creación. El número de aulas requeridas para el programa ascendía a 3 287, incluidas las de los laboratorios de computación. El 27 de abril del 2001 se inauguraron las primeras 100 escuelas restauradas. El 26 de octubre del 2001 se habían restaurado 202; el 10 de abril del 2002 se inauguraba la restauración número 302; el 29 de junio se inauguró la restauración número 402. Faltaban ese día 377 escuelas por restaurar, reconstruir o construir. El programa debía concluir antes del primero de septiembre del 2002. Se disponía únicamente de 62 días para terminar a tiempo y con toda la calidad necesaria el programa de las 779, entre ellas las 33 nuevas, algunas de las cuales no se habían ni siquiera iniciado.

¿Por qué este apremiante esfuerzo? No había capricho alguno o deseos de romper récords. Simplemente las clases se iniciaban como es tradicional, los primeros días de septiembre; un enorme esfuerzo para la preparación de miles y miles de maestros emergentes se había realizado y se habían cumplido cabalmente los objetivos de su formación; todas las aulas poseían ya televisores y todas las escuelas, los laboratorios de computación; 1 200 profesores emergentes, que habían sido preparados en cursos intensivos para impartir esa materia, estaban listos. En realidad el hecho de contar con 20 meses para el programa de restauración y la creación de miles de aulas y demás edificaciones, parecía un tiempo perfectamente suficiente para cumplir la tarea sin grandes tensiones.

Como más de una vez ocurre, hubo excesiva confianza en algunos cuadros responsabilizados con la tarea, y el hecho real es que, próximo a finalizar el curso escolar, se pudo apreciar que el programa estaba atrasado, los cálculos de tiempo y esfuerzos necesarios, demasiado optimistas, y aunque durante el verano se podía trabajar día y noche, porque coincidía con las vacaciones, el calor excesivo y las lluvias podían constituir obstáculos no subestimables.

Al inaugurar la restauración número 402, un trabajo excelente en una importante y bella escuela de La Lisa, faltando 377 escuelas todavía y contando con apenas nueve semanas, nos percatamos de la necesidad de un esfuerzo titánico. Todos los materiales estaban disponibles. El programa había que concluirlo en el plazo indicado, llevarlo a cabo bajo el más estricto control de la calidad, y sin utilizar fuerzas de obras priorizadas por la importancia económica o el valor de los servicios llamados a prestar.

Se puso a prueba la extraordinaria capacidad de organización de nuestro Partido y la Unión de Jóvenes Comunistas, del pueblo de nuestra capital, de sus organizaciones de masas; se contó con el apoyo entusiasta de los ministerios y numerosas entidades y empresas que desde el principio habían apoyado con gran entusiasmo un plan que beneficiaría a todos los niños de la ciudad. Las circunscripciones, los consejos populares y el Poder Popular de cada municipio, consagraron todo el tiempo y apoyo necesarios al programa. De modo especial se destacó el aporte del personal docente y los directores de escuelas y responsables municipales de educación. Conmovedora fue la participación de los niños, que inyectaron alegría, emoción y coraje a todos, realizando labores a su alcance a cualquier hora del día e incluso a veces por la madrugada. Padres y madres con sus hijos se vieron igualmente de noche o madrugada.

En más de una ocasión el número de constructores, profesionales y voluntarios que laboraron en un día se elevó a casi 40 000 personas. Varias provincias enviaron constructores de refuerzo, personal escogido de gran moral y calidad. La confianza y la seguridad en el éxito no se abandonó nunca.

A las 9 de la noche de hoy iniciamos este acto, a sólo tres horas del plazo comprometido para finalizar el programa constructivo. Antes, a las 12 del día aproximadamente y a las 2:15 de la tarde, se terminaron las dos últimas escuelas. Un cronista deportivo diría que la competencia olímpica entre el tiempo disponible y el programa constructivo de las 779 escuelas fue ganado por este en un final de fotografía.

Cientos de miles de personas participaron de una forma u otra en el propósito común. Muchas jornadas se elevaron a 16 y 20 horas. Para los que durante julio y agosto participaron en la hazaña, hubo atenciones esmeradas dentro de lo posible. Entre desayunos, almuerzos, comidas y meriendas, se produjeron 30 millones de raciones alimenticias.

Los gastos totales del programa constructivo escolar, que se llevó a cabo en casi dos años, ascendieron a 25 millones 851 mil dólares en divisas convertibles y 215 millones 827 mil pesos en moneda nacional. El valor de los inmuebles preservados y ampliados o de nueva edificación, se puede calcular en no menos de dos mil millones de dólares. Su valor social y humano no podría medirse. Los 20 alumnos por aula en la enseñanza primaria colocarán a nuestro país muy por encima de todos los demás en el mundo en ese nivel escolar.

Y mientras esto ocurría en la capital, otros titánicos esfuerzos de constructores y pueblo continuaban la batalla por restablecer totalmente los daños y las destrucciones del huracán Michelle y cumplir igualmente en tiempo y con calidad las metas propuestas, cuyo costo es muy superior, pero igualmente ineludible.

Hubo en nuestra ciudad, como en todos los grandes empeños, contradicciones, deficiencias, discusiones, fuertes críticas, llamadas de atención y debates. Ello sin duda contribuyó a rectificaciones, reorganizaciones, estrategias y tácticas sobre la marcha, soluciones ingeniosas a diversos problemas y situaciones no previstas en las que se expresó el talento de nuestros ingenieros, arquitectos, técnicos de la construcción y jefes de obra.

Mucho se escribirá y miles de anécdotas se contarán sobre esta noble y abnegada epopeya que tan grandes beneficios aportará a la Patria. Las experiencias adquiridas serán de gran valor en otros planes y obras. El grandioso programa educacional de la Revolución continuará extendiéndose por todo el país.

Al concluir hoy estas palabras, sólo me falta expresar que la batalla ha sido ganada con gran dignidad y coraje. Podemos sentirnos orgullosos de la hazaña realizada.

Pero debe quedar establecido un principio fundamental. Todo está hoy muy bello en las instalaciones educativas, que han quedado cual si fueran nuevas. Como es habitual en cualquier obra, surgirán sin duda dificultades en algunas de ellas recién construidas, reconstruidas o restauradas. Debe haber fuerzas listas para resolver con urgencia aquellas que surjan en cualquier punto. Y lo más importante: deben organizarse sin perder un minuto los mecanismos pertinentes en la capital, a partir de municipios y consejos populares, para proceder a la inmediata reparación o reposición que cualquier escuela requiera. Hay que hacer los cálculos pertinentes, precisos, seguros y absolutamente racionales y económicos, con estricta conciencia del ahorro y protección de los materiales necesarios, a fin de que las 779 escuelas del programa constructivo concluido se mantengan siempre en el estado óptimo, alentador y bello con que las inauguramos hoy (Aplausos).

Una verdadera cultura de protección y preservación de las escuelas, sus recursos y equipos, debe desarrollarse en niños, maestros, padres, vecinos y todo el pueblo. Nada puede crearse más noble, humano, motivante y beneficioso que una escuela.

No permitamos jamás que lo que hoy nos alegra a todos sea mañana, por indolencia o irresponsabilidad, motivo de tristeza y frustración. ¡Cuidemos la obra! ¡Seamos dignos de las hazañas que hemos demostrado ser capaces de realizar!

¡Viva la Revolución! (Exclamaciones de: "¡Viva!")

¡Viva el socialismo! (Exclamaciones de: "¡Viva!")

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación.)