ASQUEROSAMENTE INFAME



Granma publicó ayer amplia información de todo lo relacionado con el segundo viaje de las abuelas de Elián a Miami para tratar de reunirse con su nieto. Pese a obstáculos, irregularidades, indiscreciones, mentiras y engaños de todo tipo, las valientes mujeres tomaron el avión con rumbo hacia Miami, cuando aún estaban pendientes de respuesta importantes cuestiones planteadas al Departamento de Estado y al INS.

Como se publicó ayer y se informó a las agencias internacionales, en el mensaje del padre, los abuelos y la bisabuela de Elián, enviado desde Cuba a las abuelas antes de que partieran de Washington, se decía en su primer párrafo: "Les van a llevar un teléfono celular por la mañana. Las vamos a llamar una hora después que estén con el niño en Miami. Si no podemos comunicarnos con ustedes a esa hora, entonces ustedes llaman. Porque queremos hablar con el niño allí cuando esté con ustedes enteramente libre." No había secreto alguno. Lo conocían millones de lectores y televidentes. ¿Quién podría cuestionar tan humano y elemental derecho?

A pesar de que prácticamente al llegar a Miami no se había resuelto ninguno de los problemas pendientes, los familiares más allegados residentes en Cuba las llamaron al aeropuerto de Opa-Locka, minutos después de llegar, para analizar la situación y, no obstante la forma humillante en que fue concebida la reunión con el niño, el propio padre de Elián, en nombre de todos los familiares, apoyó el criterio de las abuelas de presentarse en la residencia escogida por el INS, propiedad de una monja que es rectora de la Universidad Barry de Miami. La gran esperanza de que toda la familia se comunicara con el niño, mientras se encontraba con las nobles abuelas, fue factor fundamental en la decisión.

Trasladadas en helicóptero a las 5:15 de la tarde, ingresaron con gran dignidad en la lujosa mansión. Dos monjas, el responsable de la seguridad y otras autoridades las esperaban. La monja rectora las acompañó a una habitación en el piso superior, donde recibirían al niño. La señora Campbell las acompañó hasta allí. De inmediato la sacaron de la residencia.

Ocurrieron después dos cosas insólitas: Una señora rubia entró en la habitación llevando a Elián de la mano. Del otro lado lo acompañaba una monja. Según lo acordado, dos monjas lo llevarían al encuentro con las abuelas. El niño se lanzó en brazos de Mariela, que en medio de la emoción no se dio cuenta de quién había entrado con él en la habitación e incluso permaneció unos minutos hasta que Raquel se da cuenta. Era nada menos que la ya famosa e histérica Marisleysis, muy conocida por sus diatribas e insultos contra la verdadera familia de Elián que reclama al niño, hija de Lázaro, el tío-abuelo que en complicidad con la mafia contrarrevolucionaria se responsabilizó con el monstruoso y traicionero secuestro. Era una verdadera provocación. Mariela ordenó su retirada inmediata de la habitación.

Algo todavía más grosero ocurre aproximadamente veinte minutos más tarde. La familia, impaciente, llama a Mariela al número correspondiente de su celular. Juan Miguel saludó feliz a la madre, pasa luego el teléfono dos minutos a su padre, el abuelo Juanito, y de inmediato le ponen al niño al que saluda con particular emoción, y comienza ya un paternal diálogo con su pequeño hijo ausente. De repente, una monja abre la puerta de la habitación y les dice a las abuelas que no podían hablar por teléfono. Un policía les ordena entregarlos. Cada una de las abuelas pone en sus manos el que llevaba consigo. La conversación se interrumpe. Por el celular con que estaba hablando Mariela, sin duda activado todavía, Juan Miguel continuó escuchando voces de hombre en inglés. Es fácil imaginarse la amargura y el trauma familiar que produjo aquello.

Informados de lo sucedido, se movilizan de inmediato varios compañeros. En coordinación con Remírez, jefe de la Oficina de Intereses de Cuba en los Estados Unidos, se sucedieron incesantes llamadas a Shapiro, jefe del Buró Cuba del Departamento de Estado; a Wendy Sherman, consejera principal del Departamento de Estado, y a Vicki Huddleston, Jefa de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba. Remírez llama también a personalidades amigas en Washington. A través de Josefina Vidal, funcionaria de nuestra Sección de Intereses que permaneció en el aeropuerto con un celular, se le solicitó a la señora Campbell pedir una explicación a la monja rectora y al responsable principal del INS en el lugar del encuentro. Se realizaron y reiteraron sucesivas y urgentes llamadas. No se podía perder un minuto para tratar de restablecer la comunicación con las abuelas y el niño. Se insistía en que lo ocurrido era un acto de crueldad injustificable. Shapiro no sabía nada, la señora Wendy Sherman tampoco. Investigarían. La Meissner igualmente ignoraba todo sobre el asunto. Otro tanto dijo Vicki Huddleston. La monja rectora alegó que los teléfonos no habían sido objeto de negociación —curioso argumento sobre algo elemental que jamás fue mencionado por nadie. Más adelante, del Departamento de Estado llegó la explicación de que no hubo prohibición, sino un problema técnico del celular, que estaba siendo rápidamente reparado. Los familiares veían pasar el tiempo desesperadamente como una carrera contra el reloj.

Eran ya casi las 7 de la tarde, cuando Shapiro, Wendy Sherman, Doris Meissner y Vicki Huddleston informaron, en Washington a Remírez y al compañero Alarcón en La Habana, que teníamos la razón, y de una u otra forma coincidían en que era una injusticia, que se les debía dar la oportunidad a las abuelas de tener una comunicación por teléfono celular o uno directo con la familia en Cuba. La monja dominica, que preside la mencionada Universidad de Miami, en cuya residencia "neutral" se produjo la reunión, y el jefe responsable allí del INS, decían mentiras tras mentiras y no acertaban a dar una explicación coherente y lógica de aquella acción incivilizada y cruel.

Veinte minutos después de las siete, el padre, Juan Miguel, y el tío Tony, los abuelos, la bisabuela y otros familiares de Elián, ansiosos de comunicarse con él, escucharon por un canal norteamericano que la reunión había concluido.

En brevísima conversación, las abuelas, a la salida de la famosa residencia que fue cárcel y aislamiento para ellas, informaron que los celulares les fueron ocupados por un policía como algo prohibido. En numerosas ocasiones fueron interrumpidos por constantes entradas y salidas de personas aparentemente a su servicio, que llevaban jugos, meriendas y otras chucherías. Percibieron algo intencional y organizado, por los mensajes melosos que en nombre de familiares radicados en Miami, de dudosas actitudes con relación a la mafia contrarrevolucionaria, trataban de hacerles llegar.

La forma en que se puso fin a la reunión de las abuelas con el niño fue igualmente dura y desagradable. La señora rectora penetró repentinamente en la habitación, y en tono perentorio declaró que la reunión había concluido. Apenas contó con hora y media de tiempo neto.

Antes de que las abuelas partieran de Washington, el señor Shapiro, al preguntársele sobre la hora adicional solicitada por la familia, le había asegurado a nuestra Oficina de Intereses que las abuelas de Elián y el niño dispondrían de tiempo indefinido. Todo el que ellas y el nieto desearan.

Elián les dejó gratificador y entrañable recuerdo. Las besó cariñoso desde el primer instante, vio el álbum de fotos suyas y familiares que le llevaron y él hojeó con gran interés, haciéndoles comentarios y preguntas, los dibujos de sus compañeritos de aula dedicados a él, crayolas, un payaso de tela con tres pinceles para pintarlo, cuadernos de caligrafía y matemática de primer grado, y un librito de aventuras de Elpidio Valdés que el niño pidió a su abuela Raquel se las leyera,como tantas veces hizo cuando vivía con ella.

Mariela contó que, al despedirse con un abrazo para el padre y para ella, el niño la apretó tan duro durante largo rato, que creía que le iba a romper el cuello.

Engaños, mentiras, trampas, traiciones, humillaciones y un trato inhumano y despótico, fue el precio que el Miami de la mafia cobró en su guarida de La Pequeña Habana a estas abuelas tan amorosas como heroicas, por los éxitos alcanzados ante el pueblo norteamericano con sus convicciones profundas, su bondad, su inteligencia natural y su increíble valor.

Lo que aquí se ha dicho no es más que una breve síntesis de lo ocurrido. Mucho falta todavía por decir. Esperemos lo que cuenten la prensa y las propias abuelas.

Editorial Granma, 27.1.2000