Las tortugas

Los quelonios son especies que se encuentra en peligro de extinción, y aunque las autoridades cubanas están comprometidas con la conservación de estos, algunas personas inescrupulosas insisten en atentar contra esas especies.

La primera vez corrimos por el risco para darle alcance a una enorme caguama que flotaba en el mar. Aquello parecía una fiesta, muchos niños estaban agitados ante la aventura, y los mayores eran conscientes de que esa captura representaba muchas libras de carne. Se acercaba a tierra y la misma ola la retiraba, hasta que otros “afortunados” pescadores de orilla la engancharon con un grampín. Con tristeza vimos cómo la devolvieron al mar, pues estaba putrefacta y con restos de trasmallo en la nuca. Conservadoramente calcularon que pesaba más de 200 libras y los más sabiondos afirmaron que era una tortuga verde. Cuánto sufrió ese anciano quelonio nadie lo sabrá, pero lo cierto es que murió ahogado en las profundidades de nuestra costa norte.

Esa fue mi primera mala experiencia con los quelonios que sufren la depredación. Sin embargo, como aficionado a la pesca deportiva he visto a lo largo de estos años numerosos ejemplares, no podría agenciarme la certeza de qué especie, flotando en las aguas del norte de la provincia de Matanzas, inflados y podridos después de ser liberados de las redes de enmalle.

No pocas veces han estado a escasos metros de nuestra embarcación cuando salen a respirar, y uno siente mucho alivio al apreciar cuánta vitalidad poseen esos ancestrales quelonios, amenazados tenazmente, en peligro de extinción, que se reproducen cada dos años, y como promedio anidan tres veces en cada temporada.

Un grupo de hombres se enfoca en revertir la situación, incluso muchas veces con inminente peligro para sus vidas: “Una mañana veo un tiburón tigre de alrededor de cuatro metros comiéndose una enorme tortuga verde que estaba enmallada, el carapacho sonaba entre las mandíbulas del escualo como una galleta tostada en la boca; subimos y no pudimos seguir en las operaciones, porque era un riesgo: el tiburón podía asustarse y huir, pero igualmente atacarte”, narra Lázaro Adrián Viera Garciarena, inspector de la Oficina Nacional de Inspección Estatal (ONIE) en Matanzas.

Tras historias como esta y de los esfuerzos cotidianos por proteger a los quelonios de los depredadores, Juventud Rebelde visitó al colectivo de 15 trabajadores de la Oficina Nacional de Inspección Estatal en Matanzas, quienes apuestan por el cuidado de esas especies que, inexorablemente, viajan hacia la extinción por causas naturales y fundamentalmente por la caza indiscriminada.

Esos son relatos dolorosos que se repiten, pues los episodios de depredación de los quelonios son recurrentes en nuestras costas.
Mar con “dueños”

Un pescador anónimo cuenta que se reparten los territorios y que hasta han ocurrido fuertes riñas por tomar las presas de otros paños de redes o calar trasmallos en áreas de otros “dueños”. El mar se lo han repartido los depredadores, y cuentan que hasta “alquilan” sus áreas a quienes quieran calar paños o trasmallos.

Las mallas atrapan a las tortugas

“Cada vez colocan los paños y trasmallos más lejos de la costa y a más profundidad”, dice un pescador submarino que lamenta cómo ha visto quelonios enmallados, desesperados por la asfixia, y debido a la mucha profundidad no ha podido hacer nada por salvarlos.

“En una ocasión mi compañero de pesca capturó con las manos un carey pequeño y tuve que quitárselo para soltarlo, porque es un crimen matar a ejemplares de esas especies en peligro de extinción”, cuenta otro pescador submarino.

Entre las violaciones del régimen de pesca, la más frecuente es la captura indiscriminada de los quelonios, ya sean tinglados, tortugas verdes o careyes. Para la caza indiscriminada con fines de lucro de estas especies protegidas a nivel mundial —específicamente en los meses de junio y julio, que es cuando ocurre el desove—, los pescadores furtivos crean barreras con sus redes y no dejan a los animales desovar.

“Los paños son máquinas de matar”, recalca Dagoberto Fernández Catalá, director de la ONIE en Matanzas, quien afirma que hay redes desde Bacunayagua hasta Corralillo, mientras que en el sur están en Girón y Guasasa, en la Ciénaga de Zapata.

“Cada vez que detenemos a un infractor le explicamos la importancia de preservar a estos animales para que las futuras generaciones los conozcan y por qué están protegidos internacionalmente. No obstante, la mayoría sigue cometiendo las fechorías, haciendo de esa manera un dinero fácil, y reincidiendo en la indisciplina”, asegura Fernández Catalá.

Añade que han tenido jornadas en que han extraído 34 kilómetros de paño para capturar quelonios, especies que aguantan sin respirar aproximadamente 45 minutos, y si hay mal tiempo el pescador furtivo no se tira a revisar los paños y ni tan siquiera aprovecha la carne porque cuando la encuentra está echada a perder.

“Son peores que los tiburones, porque hasta emplean linternas subacuáticas para trabajar de madrugada y violar la vigilancia”, acusa Fernández Catalá.

Las zonas entre Matanzas y Varadero (Faro de Maya, Carbonera, Boca de Camarioca, La Conchita y El peaje), y la zona norte de la ciudad de Matanzas son las de mayor número de infractores y más multas impuestas.
Futuro incierto

Por la situación tan crítica se realizan estudios de las especies de quelonios, porque cada día hay menos poblaciones en nuestros mares y se lleva a cabo una fuerte ofensiva de monitoreo mundial en la que Cuba está involucrada.

Tan seria es la situación que los expertos aseguran que las futuras generaciones no van a conocer estas especies en la naturaleza, a no ser en museos, fotos, videos o acuarios.

Carey es una de las especies que más sufre

En la actualidad se pierden las playas, al subir las mareas que se roban espacios y se acercan a las raíces de la vegetación; entonces los quelonios no pueden profundizar en la tierra o la arena para depositar sus huevos, y al hacerlo cerca de las raíces, cuando el mar sube desentierra los huevos; a veces el hombre edifica construcciones en esas áreas de anidación, y cuando el animal viene se ve turbado y puede hasta morir con esa cantidad de huevos en su interior, poco más de cien como promedio.

Sin intervenir la mano del hombre, solo un porciento bajo logra llegar a adulto. Porque cuando salen a su medio la gaviota los azota, el cangrejo se los come, las raíces de las matas son un filo cortante para ellas en ese estado débil, cuando salen del cascarón con fuerza ellas mismas chocan con las raíces y salen picadas a la mitad o mutiladas y pierden alguna aleta.

Los quelonios son migratorios, ponen huevos y se marchan, y curiosamente vuelven de adultas a donde nacen  para anidar.

“Hemos encontrado hasta tres kilómetros de paños… Cerca de La Conchita y Carbonera, a varias millas del litoral, he extraído paños a 30 metros de profundidad; los ponen en esa hondura huyéndole al grampín y hay que bajar con acualones”, ejemplifica Viera Garciarena, inspector de la ONIE.

Asegura que a los 15 días de haber quitado el paño ya está puesto otro de nuevo.

“El modus operandi del furtivo es descuartizar el quelonio dentro del agua, lo que significa tremendo riesgo por los ataques de tiburones al estar rodeados de su sangre y grasa, pero la carne tiene tanto valor que desmiembran al animal y la suben limpia dentro de un saco, la atan al risco, salen, observan, y si no hay nadie prosiguen su camino”, argumenta Lázaro.

Los furtivos emplean tanques de oxígeno para bajar y descuartizar a los animales, limpiar las mallas tupidas por los sargazos, y para coser los huecos que causan animales grandes. También usan compresores criollos, que son peligrosos al no estar certificados. Existen lugares clandestinos lo mismo para llenar los tanques que para fabricar y vender los paños.

César Reyes Manso, oficial superior de Inspección, repudia estos actos de depredación y alerta sobre las redes de enmalle que durante el mal tiempo se pierden y van al fondo afectando los arrecifes coralinos: “Apelamos a la conciencia de la ciudadanía para proteger estas especies, que cuando están enmalladas sufren mucho porque poseen respiración pulmonar y en ocasiones no las podemos salvar”.

La Policía Nacional Revolucionaria (PNR) lleva a cabo un trabajo riguroso con los pescadores furtivos reincidentes, porque al multarlos con seis mil pesos se les asienta un expediente para presentarlo a fiscalía y se les pide sanción hasta de tres años de privación de libertad.

“He visto tortugas moribundas a las que hemos liberado; tú ves la desesperación por la forma en que te recibe, cuando bajas y enfrentas al animal ella trata de morderte con el pico, si está desesperada se defiende; si hace poco tiempo que se enmalló, se recoge. Es difícil verlas desesperadas por la falta de oxígeno;    a veces la malla es fuerte, de hilos resistentes, y el cuchillo no la corta fácilmente. Ella batalla cuando le falta el aire y eso atenta contra su vida porque aumenta el consumo de oxígeno. Nosotros durante el ascenso cada cinco metros paramos aunque sea un minuto para la descompresión. Uno le da un impulso por la parte de atrás para que logre llegar a tiempo a la superficie. En mi estadística personal he encontrado más quelonios muertos que los que he salvado; la última vez, de ocho quelonios, solo pude salvar a tres; cinco ya estaban muertos desde hacía varias horas”, cuenta Lázaro Adrián.

Los trabajadores luchan por cambiar el destino de las especies

“Trabajamos en parejas, llevamos escopetas y un arpón para azorar a los tiburones. A veces colocan las redes a 30 metros de profundidad y cerca del fondo; las mantienen durante toda la temporada; tienen de tres a cinco metros de alto y a veces más de 200 metros de largo”, explica Lázaro Adrián, quien insiste en que son un grupo de personas sin conciencia, que ven un modo de subsistencia en estos hechos.

“Los infractores que he entrevistado me han dicho que el mar no es de nadie y les explicamos que eso es un bien estatal y que estamos inmersos en un programa de protección de estos animales marinos”, dice Lázaro Adrián.
Reiteradas infracciones

La pesca sin licencia y el uso de las artes pesqueras no autorizadas son las principales infracciones. En Matanzas hasta el 11 de abril de este año se habían aplicado 73 multas, con un monto de 22 450 pesos; se ocuparon 760,96 kilogramos de langosta; 311,54 kilogramos de pescado, y 19,6 kilogramos de quelonio, además de 1 290 metros de redes, una atarraya, 22 medios navales y 20 medios de pesca submarina.

El 19 de abril le aplicaron a un artesano en Varadero mil pesos de multa por vender objetos artesanales con conchas de carey y recientemente en el punto de control de la PNR en Bacunayagua fue detenido un infractor con 19,6 kilogramos de carne de quelonio. “Es reiterativo; la carne de quelonio la compran en Matanzas a un precio menor y la venden en La Habana a montos exorbitantes”, asiente Pedro Neyra Bueno, oficial inspector de Pesca, quien reconoció la labor del punto de control de la PNR en Bacunayagua.

El año pasado se multó con 6 000 pesos a una persona del barrio de Versalles que tenía una casa en la zona industrial. En esta se encontraron recursos de varios caguameros, acualones, carne y se le decomisaron muchos artículos de pesca.

José Benito Barrios López, oficial inspector de Pesca, sostiene que las tropas guardafronteras han sido incondicionales desde que comenzó la Tarea Vida: “A veces participan buzos del cuerpo de rescate y salvamento en la provincia y gracias a eso hemos minimizado los delitos en la zona de Carbonera a Varadero”.

Por ejemplo, en enero de 2017 se aplicaron 15 multas con 34 100 pesos, mientras que en marzo se decomisaron 1 505 metros de redes y 74,92 kilogramos de quelonio; en mayo 1 075 metros de redes y 44,10 kilogramos de carne de quelonio, y en junio 470 kilogramos de quelonios, 110 metros de redes y 620 kilogramos de langosta.

Se le impone una sanción al que incurra en la captura, transporte, consumo de huevos y tenencia de animales vivos, muertos o la carne.

A todos los queloneros les llevamos un récord, un expediente regulado, comenta Lázaro Adrián. Si se le encuentra la carne, que no se confunde con otra, se sanciona de 400 a 4 000 pesos, de acuerdo con el Decreto Ley 164, en su artículo 51, inciso 1-b.
Misiones de la ONIE

Dagoberto Fernández Catalá ratifica que la misión de la ONIE es propiciar, a partir de la inspección, las buenas prácticas en el proceso y la elaboración de los alimentos, así como hacer cumplir las regulaciones pesqueras: “Para ello sumamos a nuestra labor a todos los que de una forma u otra puedan contribuir a su realización”, acota.

También el control de las vedas establecidas, el enfrentamiento a los infractores que se dedican a la pesca furtiva de especies tales como quelonios, cocodrilos, manatíes, manjuaríes y otras endémicas del país que están protegidas por las leyes, y especies protegidas internacionalmente.

El trabajo de enfrentamiento cuenta con el apoyo y cooperación de la PNR, Tropas Guardafronteras, el Cuerpo de Guardabosques y otras entidades de la región.

La Dirección Nacional de la ONIE y el Ministerio de la Industria Alimentaria trabajan en un programa de recuperación del transporte terrestre y naval y de las instalaciones, en el mejoramiento de las comunicaciones, reordenamiento de la plantilla, cumplimiento dinámico del plan de inversiones y en asegurar tanto el avituallamiento como las embarcaciones.