Las Breas de San Felipe

Investigadores de los museos de historia natural de Cuba y de Estados Unidos descubrieron hace 25 años el yacimiento Las Breas de San Felipe, uno de los de mayor riqueza paleontológica del país en sus áreas de la costa norte de la provincia de Matanzas y de antiquísima utilización.

Desde entonces, se han practicado numerosos estudios en ese sitio, que se caracteriza por un enorme caudal de restos fosilizados de vegetales (semillas, hojas, ramas y troncos), invertebrados (coleópteros y crustáceos), y una gran variedad de aves, mamíferos y reptiles, algunos ya extintos, que habitaron la región hace unos 10 mil años como mínimo.

El académico y doctor en Ciencias Manuel Iturralde Vinent integró el equipo que despejó Las Breas de San Felipe, situadas en un terreno rodeado de colinas de poca altura, y escribió un relato sobre el interesante hallazgo que denominó Chapapote, vikingos y yunta de bueyes.

Iturralde Vinent ofreció detalles en exclusiva a la Agencia Cubana de Noticias acerca de su experiencia en las indagaciones del lugar, en el que se encuentra también la ciénaga de Majaguillar, cuyos habitantes mejoran su calidad de vida al aprovechar racionalmente los recursos que la naturaleza pone a su alcance.

Cuenta que de común acuerdo, profesionales de los citados museos cubano y estadounidense examinaron ese pequeño valle que se inunda en la actualidad, al igual que hace miles de años, cuando la costa y el pantano estaban más cerca, porque el nivel del mar era algo más alto.

“Por las grietas del terreno ascendía a la superficie un petróleo denso, que se derramaba desde varios manantiales y se acumulaba en las partes más bajas del relieve”, añade.

“Tales depresiones -prosigue- se llenaban de agua a la manera de lagunatos y pequeños pantanos, en los que crecían plantas espinosas y palma cana propias de estos terrenos de roca serpentinita, en los cuales vivían una gran variedad de jicoteas, cocodrilos, mamíferos, aves e insectívoros”.

La brea constituye una trampa mortal, debido a que cuando una planta cae en ella o algún animal trata de caminarla o andarla, por lo general quedan atascados y embarrados en esa especie mortal de aceite.

Así comienza un festín macabro, pues los primeros atrapados atraen la atención de los predadores y carroñeros (cocodrilos, jicoteas, gavilanes, halcones y aves de presa del tipo caracara), que acuden a comer y también son apresados.

En consecuencia, se convierten a su vez en alimentos y en señuelos para que acudan más animales hambrientos, razón por la cual es usual en sus áreas encontrar una cantidad grande de predadores y carroñeros respecto al número de animales herbívoros en ecosistemas naturales, donde hay pocos carnívoros.

Un ejemplo elocuente consiste en que los elementos que son retenidos en la brea por lo general se conservan muy bien, como son los casos de las semillas, la madera y los insectos.

Sin embargo, ese no es el destino de los animales, de los cuales apenas se preservan sus huesos, lo cual sugiere que la mayoría son descarnados por los predadores o se descomponen al quedar expuestos a la intemperie, pues tardan meses o años en hundirse en la brea.

La brea es un petróleo muy denso, plástico, de color negro, a veces lustroso, que se forma cuando la fracción gaseosa del hidrocarburo se evapora al quedar expuesto a la intemperie, y puede alcanzar gran dureza con el tiempo, pero se denomina grahamita al perder su fase gaseosa y se solidifica como un mineral negro.

Igual que hay manantiales de agua mineral, los hay de petróleo, que se conocen en la geografía nacional, cuyos derrames provienen por lo general de acumulaciones de hidrocarburos situadas a gran profundidad, que están contenidas en grietas y poros de las rocas.

Los aborígenes cubanos los utilizaron como aceite natural y pintura, para decorarse el cuerpo y realizar dibujos, mientras los colonizadores los detectaron en el fondo del mar poco profundo, de donde lo extrajeron para sellar los cascos de sus naves, y durante la república los utilizaron como combustible y para asfaltar caminos.

Uno de sus descubridores, el académico y Doctor en ciencia Manuel Iturralde Vinent, opina que puede retomarse aquella iniciativa.