No más violencia
La familia debe dar abrigo, no castigo. Brindar comprensión, no desatención. Fomentar amor, no desamor.

Un zarandeo, luego otro. La madre casi lo llevaba a rastras, el niño movía las piernas por pura inercia, y los gritos lo dejaban aturdido. Sufrí tanto la escena que el sentido de culpabilidad —por no haberme involucrado— duró días.

La violencia contra los niños y las niñas es un fenómeno visible en unas sociedades más que en otras. Pero al fin y al cabo es una realidad que lacera la sensibilidad y los sentimientos de quienes no solo la aborrecemos, sino sabemos de sus consecuencias.

Cuando un padre, tutor, maestro o adulto, le “levanta” la mano a un menor; lo aturde con regaños; le impone duros castigos; lo ignora; viola sus derechos más elementales o, simplemente, no lo tiene en cuenta, está dañando no solo al ser humano que es en ese momento, sino a su futura personalidad, a su posterior desarrollo.

No más violencia

Tales conductas se trasmiten de una generación a otra. Y si bien es cierto que ser madre y padre no se aprende en un lugar determinado, ante todo deben prevalecer los sentimientos, el amor —como el mejor antídoto— las actitudes juiciosas y racionales que permitan comprender cuándo y por qué actuamos de manera agresiva frente a nuestros hijos.

¿Qué derechos le asiste a un docente —porque no podemos llamarle maestro— cuando asume una de estas posturas ante un estudiante? ¿Por qué algunas familias consideran que “el golpe” es el método adecuado para enseñar o corregir comportamientos? ¿Por qué algunos adultos “disfrutan” el irrespeto hacia los niños, adolescentes y jóvenes, y lo expresan mediante palabras y modales groseros?

En el camino hacia una educación despojada de prejuicios y estereotipos, hacia una sociedad justa y equitativa, resulta imprescindible consolidar el respeto hacia este segmento poblacional: hoy chicos, mañana adultos.

Visibilizar la violencia es esencial para poder combatir sus consecuencias, cuyas huellas la mayor parte de las veces perduran toda la vida. 

La familia debe dar abrigo, no castigo. Brindar comprensión, no desatención. Fomentar amor, no desamor. Al mismo tiempo, la escuela —espacio donde los alumnos pasan la mayor parte del tiempo— además de instrucción está obligada a cumplir con su función educativa, donde fenómenos de este tipo no tienen cabida.

La escuela debe ser “sabrosa y útil”, según expresó Martí. Ello presupone amor y que los maestros conduzcan, orienten y amen a sus discípulos como a sus propios hijos.

En este trecho oscuro de la violencia las más perjudicadas son las mujeres y las niñas, vulnerables siempre, por tradiciones, culturas ancestrales, por el patriarcado del cual el mundo no ha podido desprenderse. Por eso tiene tanta relevancia la campaña que las Naciones Unidas viene llevando desde hace unos años a su favor.

Violencia niños
Dentro del segmento poblacional de la infancia, son las niñas las más violentadas.
 

En la era de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, de los más inverosímiles descubrimientos científicos; del auge de la biotecnología, la nanotecnología y la robótica —por solo mencionar algunos avances— la violencia continúa incidiendo negativamente al interior de las familias y núcleos poblacionales.

Hoy aún están presentes las relaciones abusivas de poder, la mutilación genital femenina, el castigo corporal como método de disciplina, el matrimonio precoz y hasta los llamados crímenes “por honor”.

No más frío para los niños, no más hambre, no más golpes, no más ignorancia, no más olvido. Ellos son pequeños, pero grandes de corazón. Y nadie, ¡absolutamente nadie!, tiene el derecho de violentarles la infancia con lágrimas, pesares y dolores.