La vida de Yamilé vida está atada por completo al ferrocarril. (Foto: Oscar Alfonso/ Escambray)

 

Ni porque la mole de hierro que conduce hace más de 27 años está llena de polvo y grasa o la picapica acaricia su rostro cada vez que el viento sopla en contra durante su arribo al centro de limpieza de la caña donde espera para llevar los coches repletos hasta la barriga del central Melanio Hernández en época de zafra; ni tampoco por las noches de insomnio o los días con sol y calor, Yamilé, la única mujer maquinista del ferrocarril en la provincia, siente que escogió el oficio equivocado.

Desde sus recuerdos de infancia, sentada en el portal de la pequeña morada donde nació y aún vive, situada justo frente al taller donde se reparan los vagones ferroviarios, mira en retrospectiva las locomotoras de vapor, que en épocas pasadas movían las cargas en el patio interior del central de Tuinucú y luego a las de diésel, sin imaginar que un día, siendo muy joven, subiría la escalerilla de una de ellas para convertirse, primero en auxiliar y luego de mucho esfuerzo y preparación, en maquinista.

Desde 1993 Yamilé es maquinista del central Melanio Hernández, de Taguasco. (Foto: Oscar Alfonso/ Escambray)
 

Graduada de técnico de nivel medio en Veterinaria, esta mujer escogió este oficio, sin desestimar el amor que siente por los animales, consciente de que al vivir en un batey cañero resulta imposible ignorar el trasiego de trenes cargados de caña, miel, azúcar, alcoholes, torula o cualquier otro producto.

“Mi padre fue mecánico de calderas en el ingenio y luego, segundo administrador en la Destilería —confiesa Yamilé—, pero a mí nunca me permitían acercarme a los trenes por el temor de que algo me pasara, así transcurrió mi infancia y parte de mi juventud, hasta que un día, estando como operadora de planta de radio y teléfono en el central, me enteré de la convocatoria para un curso de auxiliar de maquinista y, por fin, en 1990 me subí a un tren.

“Fueron años duros, de intensa preparación, éramos un grupo de ocho mujeres de esta zona que comenzamos la capacitación en Jatibonico, siempre vinculadas a la actividad cañero-ferroviaria; después nos llevaron a Santo Domingo, en Villa Clara, para completar el riguroso entrenamiento, con muchas horas de práctica y exámenes escritos hasta que obtuve mi licencia de conducción y en el 93 ya era maquinista”, refiere Yamilé.

En tiempo de zafra, cuando ella se sube a la máquina de hierro, pasa hasta 12 horas continuas dentro de su máquina. (Foto: Oscar Alfonso/ Escambray)
 

La locomotora rusa TGN-4 se desplaza lentamente por los 15 kilómetros de vía que conforman los distintos tramos dentro del patio de operaciones del central, un recorrido que se multiplica decenas de veces durante cada turno de trabajo, no importa que sea de día o de noche, cuando ella se sube a la máquina de hierro, pasa 12 horas continuas, con solo pequeñas paradas para ingerir alimentos.

En la pizarra de la locomotora una flor ya marchita por el calor del día indica que estamos ante una mujer especial, sus manos cubiertas por guantes para no dañar la pintura de las uñas, sus labios con el color del creyón que la maquilló en las primeras horas del día y la forma en que toca cada parte de la estructura metálica demuestran que para Yamilé no hay imposibles.

“Estuve fuera del trabajo tres años —explica— para cuidar a mi mamá hasta que falleció, después me incorporé a otro puesto dentro del propio central, pero siempre con la añoranza de volver a mi oficio. Durante ese tiempo escuchaba el sonido del motor de mi locomotora y decía, por ahí viene la 38, que son los dos últimos dígitos de la numeración de la máquina y así la identificaba”.

Hoy su vida está atada por completo al ferrocarril. De un lado, su locomotora; del otro, el esposo, que es también maquinista, y la hija que se desempeña como operadora en la Estación de Sancti Spíritus. Tal vez por eso cuando le preguntas sobre el porqué de este oficio siempre te responde. “Es algo que también las mujeres podemos realizar, pero que quede claro, cuando te entra por la sangre la limalla de los trenes, difícilmente te la puedas sacar”.

Para Yamilé ser maquinista es un oficia que puede realizar cualquier mujer, siempre que le tenga amor al oficio. (Foto: Oscar Alfonso/ Escambray)