Camilo Cienfuegos

Cada vez que miro tu foto encuentro algún nuevo detalle, incluso, me pregunto cómo pudiste combinar de manera tan perfecta tu sombrero, tu sonrisa, tu barba y tu ímpetu.

Será porque la vida te dotó de tantísimos méritos para que no te fueras nunca; será porque eras tan valiente y arriesgado que hoy muchos queremos parecernos a ti.

¿O acaso es porque de todo hacías bromas? Aunque otros se molestaran o te miraran con cara seria, tú los desarmabas con tu jovialidad Camilo; esa que te llevó en nuestra Sierra de Cubitas a volar un avión cerca de un campesino que andaba a caballo, y ante el susto del animal, el guajiro cayó en un fanguero. Entonces, aterrizaste, y fuiste a disculparte con aquel hombre, que cuando te vio, cambió su enojo por admiración.

La lealtad a nuestro Comandante en Jefe te distinguió siempre. Cuando recibiste el nombramiento de Comandante, le escribiste “más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a tu confianza”.  

Qué decir de tu amistad con el Che, él que te admiraba por tu disposición en todos los momentos a ofrecer tu vida, a pasar los peligros más grandes con una naturalidad total; él, que aseguró que fuiste el más brillante de todos los guerrilleros.

Cuánta solidaridad, cuánta hermandad esparcías. Cómo sería que, siendo tan goloso, te las arreglabas para compartir los pocos alimentos de la guerrilla entre tantos o para brindar tu lata de leche  a otro soldado.  

Y es que ese eres tú, el hombre de las mil anécdotas, una figura legendaria, con un nombre lleno de fuerza y de ansias esperanzadoras y con una vida colmada de hazañas, de acciones de leyenda.

Hoy, eres inspiración de muchos, de niños y adultos que van cada 28 de octubre a brindarte una flor, llena de sueños, de sabiduría, de esperanza y de confianza en que otros hombres como tú seguirán cumpliendo tus sueños, Camilo. (Foto: Archivo)