Bandera cubana

Aquella dama nació en el lejano 1868. Pronto se convirtió en la musa de Céspedes, de Agramonte, de Perucho Figueredo, y de otros tantos que se batieron en un encarnizado duelo de diez años por conquistarla.

A Martí también lo cautivó. Fue amor a primera vista, por ese amor hizo sacrificios y locuras inimaginables. Maceo, Gómez y Calixto García sucumbieron tan solo a la idea de conquistarla, hicieron de la manigua un hogar y resistieron las heridas de tres guerras.

Bautizó a los hijos de Mariana, de Ana Betancourt y de María Cabrales. Los albergó en su regazo y sufrió en carne propia la muerte de cada uno de ellos.

A finales del siglo XIX otro invasor la sumió en un duelo de más de cincuenta años. Pero no dejó de engendrar titanes, no dejó de parir corazones. Desde su balcón saludó a Juan Gualberto Gómez, a Carlos Baliño y a un grupo de veteranos dispuestos a sostener la lucha aun sin armas.

Los más jóvenes admiraron su madurez y la consagraron su frescura: Mella, Villena, Guiteras, Alfredo López. Solo ella entendió el disparo de Chibás después del último aldabonazo y puso toda la fe en el intento de Echeverría de ajusticiar al tirano en su propia madriguera.

Cansado de que la mancillaran un joven abogado denunció el zarpazo del 10 de marzo de 1952 y nucleó a un grupo de aventureros que aprovecharon la noche como trinchera, refugio y campo de batalla.

Aquella dama crió cuervos y recibió a cambio la ingratitud de muchos. Vistieron uniformes, portaron armas y las dispararon contra ella, escribieron sus leyes con la sangre de otros y en sangre ahogaron las esperanzas de aquel tiempo.

Quienes la adoraban hicieron una peregrinación hasta el punto más alto de Cuba. Caminaron hasta que las llagas dejaron marcas definitivas, ayunaron, se encomendaron al Martí de Celia, pagaron el diezmo con vidas humanas… y vencieron.

Sí, fue aquel joven abogado, aquel que hizo del presidio un campo de entrenamiento, aquel que viajó a México y regresó con más de 80 seguidores, aquel que vertió su fanatismo en ocho hombres y siete fusiles para ganarla guerra.

Aquel abogado vestido de verdeolivo y de pueblo la llevó definitivamente al altar, el primero de enero de 1959. Defendió a su amada hasta la muerte y se aseguró de dejarla en las mejores manos.

Si alguien pregunta por ella, vive en Cuba, todos conocen a sus padres y a sus hijos, bebió de la fuente más digna para alcanzar la eterna juventud y se llama REVOLUCIÓN.

(Tomado del blog HORIZONTES)