Calle habanera

A falta de otros argumentos y hechos reales en contra, amanecimos recientemente en La Habana con la noticia de que Estados Unidos bajó el nivel de alerta de viaje contra Cuba.

La determinación de la administración Trump implica que ahora el Departamento de Estado solo orienta  a sus conciudadanos a ejercitar mayores precauciones a quienes deseen visitar la vecina   nación caribeña, un destino natural para ese gran mercado.

Publicada en el sitio de la entidad administrativa estadounidense, la información  hace referencia a un escalafón que se elabora de forma unilateral y que, en una escala del uno al cuatro,  sitúa de momento a la Isla en el nivel dos.

Desde principios del calendario en curso, cuando la Casa Blanca cambió su sistema de alerta, se indicó a los potenciales veraneantes norteños reconsiderar sus visitas al cercano territorio, con el argumento de los supuestos incidentes sónicos contra el personal diplomático en la ínsula, sucesos de los que no se han encontrado evidencias. Y sin pruebas ya se ha vuelto insostenible el acudir una y otra vez a tal argumentación.

Como es de esperar no se dieron explicaciones de tal cambio en el escalafón, aunque sin lugar a dudas es un paso a favor de las propuestas locales del ocio, reconocidas fuera de fronteras por su variedad y por, sobre todo, provenir de un destino seguro, estable y de paz.

Indudablemente la alerta inicial redujo los flujos procedentes de La Unión, que se atienen a 12 categorías aceptadas, aunque el proyecto primigenio de promover el encuentro pueblo a pueblo, fue borrado de un plumazo; y se volvió a los viajes en grupos.

Está visto y comprobado que cuando se prohíbe algo o se restringe, crece el interés en tal materia; y el turismo en Cuba para los estadounidenses sigue siendo un tema de mucho interés en esa plaza, que busca la naturaleza, la cultura, la cercanía, el buen clima, las excelentes playas y la calidez del cubano.

Solo hay que estar en La Habana Vieja cuando llegan los cruceros, que sí han experimentado un despegue de consideración, y comprobar in situ la avidez con que los norteamericanos tocan tierra a descubrir- o redescubrir- a la Cuba por dentro.

A pie, en los buses o a bordo de los inigualables autos antiguos, estos veraneantes se lanzan a ver lo que disponen al alcance de sus manos y se les quiere arrebatar una y otra vez, por viejas políticas inoperantes que van de la mano del injusto e intacto bloqueo imperial, encaminado a ahogar a un territorio que decidió tomar su propio rumbo y ahora se abre al mundo. Basta de puertas cerradas, a qué le tienen miedo.

Sean bienvenidos todos, aunque en la Mayor de las Antillas estamos conscientes del presente estira y encoge de EE.UU, que se nos antoja más como un Sí, pero No.

Calle habanera y niños jugando con palomas

Calle habanera

Calle habanera