Las medidas de protección son esenciales para el cuidado de pacientes y personal médico. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate,

El Dr. Jorge Eduardo Berrio Águila tiene una apariencia de persona inquieta y preocupada por todo. Cuando camina por el Hospital Comandante Manuel Piti Fajardo se detiene cada tres pasos, organiza, conversa, lo revisa todo.

Unas veces con la bata blanca que lo enorgullece desde hace más de un cuarto de siglo y otras con el uniforme verdeolivo que también porta con honra, cada día recorre un sitio clave para enfrentar el nuevo coronavirus en el centro de Cuba.

Según cuenta, cuando conocieron que el hospital se convertiría en un centro de aislamiento la primera tarea fue definir las áreas a utilizar y su división de acuerdo a factores como la intensidad de los posibles síntomas, el nivel de gravedad o el sexo de los pacientes.

Asimismo, crearon espacios para atender a enfermos con afecciones particulares como las psiquiátricas, las de la tercera edad o las producidas por enfermedades crónicas. Entonces cada detalle parecía cobrar un valor extra.

“Casi a la par vino el cálculo del material médico imprescindible, el equipamiento de seguridad y la puesta a punto de un sistema para brindar información actualizada, constante y rápida a todos los niveles. A su vez, comenzó la preparación del personal y tres compañeros asistieron al Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí para recibir una actualización. Ellos se convirtieron aquí en voceros de todo lo aprendido”, comenta.

Comoquiera que la reorganización ocurrió en pocos días y el tiempo apenas alcanzaba, una buena iniciativa estuvo en identificar qué tarea debía cumplir cada trabajador y en función de ella prepararlo. Mientras cuenta esa experiencia, el Dr. Jorge Eduardo Berrio revela una de las claves de cada jornada: “reducir al mínimo los errores y elevar la seguridad en la atención a cada paciente”.

El Dr. Jorge Eduardo Berrio Águila sabe de desvelos y compromisos para mantener la salud de los pacientes. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate.

Es un objetivo que hasta ahora cumplen con éxito las varias decenas de trabajadores que cada jornada se exponen al peligro para quitárselo a los demás. Bien lo reconoce el director del hospital.

“Una de nuestras grandes fortalezas radica en la diversidad de valores humanos presentes en nuestro colectivo. Aquí hay arraigo con la Patria, humanismo, consagración, disposición a cumplir una tarea compleja con la máxima calidad y un resultado exitosos en el tratamiento a cada persona”, agrega.

Para médicos, enfermeras, epidemiólogos o personal administrativo y de servicios, no es una jornada sencilla. Distribuidos en varios turnos de trabajo, además de la natural tensión de enfrentar un virus casi desconocido y tener sobre sus hombros las esperanzas de un país, deben someterse también a pesquisas y cuidados extremos para no enfermar.

En medio de tanta tensión, el Dr. Berrio deja una idea que no necesita más argumentos: “Todas las entidades de salud en Villa Clara están inmersas en garantizar nuestra seguridad”.

No obstante, aun para un hombre curtido y experimentado como él, existen momentos que marcan. En apenas dos semanas los ha visto, y más que eso, los ha sentido.

Así le ocurrió cada vez que recibió a alguno de los nueve niños que pasaron por la institución. Le sucede también cuando tranquiliza a la familia con un resultado negativo. “Entonces aprietas los puños y sabes que no tienes más por decir”.

El Dr. Jorge Eduardo Berrio Águila es un guerrero. Allí donde otros pudieran ver un reto difícil, él ve la oportunidad de agradecer por tener ahora una misión como esta. Así le llama: “la misión”, y de pronto uno intuye en su voz una convicción y un propósito.

“Siempre serviremos a la Revolución y a la ética del personal médico del cual somos parte. Agradecer por una oportunidad así lleva implícito un compromiso: Lo haremos bien…sobre todo por el pueblo de Cuba”.

“Los médicos son mi familia ahora”

La preparación de los médicos es vital para enfrentar cada caso. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate.

Ella pudiera llamarse Sonia, Inés o Gladys. Cuando un virus ha contagiado a más de un cuarto de millón de personas en el planeta, un nombre se desvanece en medio de tanto desconcierto. Los cubanos la conocemos como la ciudadana de 67 años que regresó de New Jersey y se convirtió en el noveno caso confirmado de COVID-19 en el país. A ella aun le cuesta reconocerse como infectada.

Teléfono de por medio, las primeras palabras son para contar sobre su estado de salud, ahora con poca fiebre, casi sin tos y mucho mejor del malestar general. “Aunque necesito recobrar el apetito, porque la comida es mucha y una no tiene ni hambre con este virus”.

Ingresada desde hace varias jornadas, esta santaclareña todavía se pregunta cómo pudo infectarse. “Viví en carne propia la agresividad del virus. En el avión me cuidé mucho, pero al final no me pude escapar”, comenta con una picardía cubana que ni siquiera la enfermedad le puede arrebatar del todo.

“Yo le agradezco a todos los doctores, porque en definitiva no tengo aquí a nadie. Ellos son ahora mismo mis hijos, mis hermanos, mis amigos. Mi esposo, mi hija y mis nietos llaman constantemente para preocuparse, pero no los he visto más. Los médicos en este momento se convierten en mi familia aquí”, comenta.

En medio de una conversación interrumpida solo cuando el ritmo obliga a tomar un poco de aire extra, esta mujer no pierde oportunidad para recalcar una verdad que muchos ya conocen en Cuba. “Frente al coronavirus no se pueden escatimar cuidados. Toda medida es poca ante la agresividad de la enfermedad. Es necesario hacer más hoy para mañana estar mejor”.

“Más de quince días sin besar a mi hijo”

El Dr. Jorge Manuel Pérez Milián es uno de los rostros que primero ven los pacientes cuando llegan al hospital. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate

Cuando el Dr. Jorge Manuel Pérez Milián habla apenas gesticula. Tiene 36 años y parece un muchacho de veintitantos, pero una seriedad casi imperturbable y esa capacidad para medir las palabras que casi siempre da la experiencia delatan su verdadera edad.

Cada vez que algún paciente sospechoso de padecer la COVID-19 llega al hospital es su rostro uno de los primeros que encuentra. Encargado del cuerpo de guardia y de los servicios de urgencia, este doctor tiene el desafío extra de transmitir seguridad y confianza ante la incertidumbre.

“Cuando un paciente llega al hospital aquí lo recibimos, procedemos a su desinfección y le realizamos una entrevista exhaustiva. Luego le colocamos el nasobuco, la sobrebata y lo pasamos a su primera consulta. Allí radica una de las claves de nuestro trabajo: realizar una buena valoración clínica y epidemiológica. Es un momento estresante, pero parte de nuestro trabajo es quitarle el miedo a esa persona”, comenta.

José Manuel conoce bien esa sensación. No porque lidie con ella a diario; tampoco porque sea un sentimiento natural entre quienes se enfrentan a lo desconocido. Él sabe muy bien lo que significa el miedo porque también lo ha vivido. El temor es inevitable —dice— y forma parte del ser humano y de situaciones que debe enfrentar a diario.

Pero Jorge Manuel no está solo. Con la voz pausada y casi sin levantar las manos de la larga mesa de madera que ahora le funciona como trinchera ante preguntas más incisivas, habla de la familia. Cuenta sobre sus padres, su esposa, el camino recorrido hasta aquí junto a ellos y sobre cuánto significa tenerlos fuera del hospital velando cada detalle.

Entonces el médico sereno encargado del área por donde llega cada nuevo paciente contrae el rostro y suelta una lágrima. El hombre que cada día enfrenta el miedo se detiene ante una realidad: lleva más de quince días sin besar a su hijo. El niño de Jorge Manuel solo tiene once meses y, aun sin percibirlo todavía, muy pronto sabrá de su padre médico y militar y de sus tantas noches de desvelo contra un virus y sus estragos.