El Himno de Figueredo y el acompañamiento de AgramontePatria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espolee la sangre y las venas juveniles el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en los pechos de los hombres. ¡Todavía se tiembla de recordar aquella escena maravillosa!

Con cariño reverente envía a Patria el himno desde el Cayo uno de los héroes de aquellos días cuya beldad se procurará imitar en vano; uno de los caballeros de la independencia, que se fue del país cuando la libertad se oscureció en él, y no volverá al país sino cuando la libertad vuelva a brillar; un padre que tiene ocho hijos, y a los ocho les ha enseñado el himno; un cubano que cree cuando recuerda los años sagrados y cuando vislumbra en el porvenir los que les van a suceder; un coronel que lleva todavía el mando en los ojos, y escribe con la pluma rápida y brillante de las batallas: Fernando Figueredo.

El acompañamiento del himno es de uno de los pocos que tuviesen derecho a poner mano en él, de nuestro maestro Emilio Agramonte, cuya alma fervorosa nunca se conmueve tanto como cuando recuerda aquellos días de sacrificio y de gloria en que las mujeres de su casa daban sus joyas al tesoro de la guerra, en que los jóvenes de la casa salían, cuatro veces seguidas, a morir. ¡No han de ponerse las cosas santas en manos indignas! Ni quiso el maestro ilustre hacer gala de arte en la composición; sino de respeto al himno arrebatador y sencillo. ¡Oigámoslo de pie, y con la cabeza descubierta!