Claro Martínez vende girasoles a la entrada de su casa en San Cristóbal, Artemisa. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Hechos para vivir en sociedad y de repente aislados. De golpe. Sin despedidas. Con un proceso de ajuste que continuamos descifrando. Pero aún en medio del caos hay cosas que la COVID-19 no ha podido arrebatarnos.

Las risas de una niña cuando corre y se sabe libre, los ojos de un señor que siempre ha vendido girasoles y no hay virus que se lo impida, o el olor a tierra mojada y el rocío del campo cuando amanece. El nuevo coronavirus nos ha robado el mes de abril, como decía Joaquín Sabina, pero no la primavera.

Mas, esto no ha terminado. No sé si hemos suspendido o aprobado este examen que la Tierra ha aplicado, sin convalidar ni dar repasos, a toda la humanidad. Unos más que otros, y viceversa, porque era un trabajo en equipo y hay muchos fallando.

Quizás nos queden por delante los días más importantes de lo que un día llamaremos el mundo pos-COVID. Los días en que tendremos que probar que hemos aprendido. Los días en que demostremos que 300 mil fallecidos son más que números. Los días en que tengamos miedo y sepamos gritarle a la cara.

Esto no ha terminado. Al nuevo coronavirus aún le quedan meses por robarnos, pero no de igual manera. Ahora nos queda demostrar que no extrañamos en vano, que los aplausos no fueron solo ruido, que el nasobuco no nos puede cubrir el alma, que las vidas tienen nombres, que todos merecemos más, y también menos.

Amalia, de cuatro años, juega en el patio de sus abuelos. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Trenzas en un portal del Cerro, La Habana. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Una enferma atraviesa un terreno de pelota improvisado para llegar al hospital prov

Alejandra, de tres años, posa para la foto a la entrada de su casa. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

ae la tarde en San Cristóbal, Artemisa. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.