Un podcast para madres y padres al borde de un ataque de nervios. Padres primerizos, temerosos, torpes, asustados; madres trabajadoras, solteras, aprehensivas, sobreprotectoras o necesitadas de espacio para ser ustedes mismas.

Nunca he entendido por qué, cuál es el encanto que le hallan otros. Lo cierto es que prefiero los sabores dulces antes que el amargo de la cerveza o el quemante gusto del alcohol. Añadamos a eso mi aversión por quienes, pasados de tragos, hacen y deshacen. Aunque respeto las decisiones de cada quien, me indigna lo que veo con más frecuencia de la que quisiera, y sobre todo, preocupa cuando son adolescentes.

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El alcoholismo es una enfermedad que, dolorosamente, pareciera extenderse en la sociedad. Su efecto negativo irradia más allá de los consumidores. Lo atestiguan las víctimas de violencia intrafamiliar, los testigos inevitables del escandaloso que, a media madrugada grita, insulta, apedrea las puertas vecinas; también lo confirman los blancos de etílicas ofensas o quienes fueron atropellados por choferes con demasiados grados de alcohol en sangre como para reaccionar a tiempo, antes de fracturar vértebras, quebrar postes o terminar con la vida de alguien que probablemente andaba sobrio.

Por eso mi indignación. Ellos tienen entre 13 y 18 años, al menos uno es mayor de edad. Se fotografían con una botella de ron como trofeo de caza. No es la primera vez que beben, no se esconden para hacerlo, hay adultos alrededor, ninguno les dice nada, mucho menos el dependiente, él ni siquiera preguntó, a quien extendía los billetes, su edad, ni qué decir de pedirle su carné para verificarla.

La responsabilidad de que nuestros menores beban no es exclusiva de estos trabajadores. Dónde estaban los padres, cuando en aquella fiesta de quince, los muchachos se tambaleaban, mareados por el “emocionante experimento” de beber y vomitar sobre zapatos de estreno.

No hay que pretender que nuestros adolescentes sean purísimos, castísimos, casi a punto de canonizarlos, pero la responsabilidad de los adultos comienza donde acaba el sentido común de los púberes, demasiado inexpertos para tener percepción del riesgo.

El condicionamiento social de que la diversión depende de cuánto se beba, de que la masculinidad se acentúa cuando lo haces, de cuán superior es el o la joven si puede llevar una botella a una fiesta, propicia la entrada a un mundo de márgenes difusos, no por gusto el alcohol es denominado droga portera.

Me cuesta mucho trabajo entender a esos padres de “ven, mete el dedito para que pruebes”, o de “tómate una cerveza que ya tú eres grande”.

La adultez acarrea la obligación legal de asumir las consecuencias de nuestros actos. Por eso, enseñe a su hijo a ser asertivo, a decir “no quiero”, “no me gusta”, "no lo necesito para divertirme", no le deje ser una víctima de la presión de grupo y, sobre todo, predique con el ejemplo.

Es muy triste pensar que ese o esa que ayer comenzaron, como en juego, solo mojándose los labios en una descarguita, o como una prueba de que sí eran grandes frente a sus amigos, hoy sean sombras que andan tambaleándose por la vida.

Manual para padres impacientes es un podcast coproducido entre el periódico ¡ahora!, Radio Holguín y Cubadebate, y presentado por la periodista holguinera Liset Prego.