La insistencia en la disciplina social, en particular durante los meses vacacionales, podría parecerles a algunas personas una reiteración cansina e innecesaria.
Pero la evidencia dice que los llamados a un adecuado comportamiento de las personas en lugares públicos, e incluso, en su ámbito más privado, es una reflexión urgente, y siempre útil que nunca está de más, y mucho menos en la etapa veraniega.
Pienso en particular en las madrugadas y en las acciones que a veces se cometen de maltrato a la propiedad social en los lugares públicos. No hay por qué hacer en la calle, lo que naturalmente nadie haría en su casa, lo cual puede ir desde echar una lata en plena vía pública —y a veces tirarla por la ventanilla de un auto o un ómnibus a riesgo de golpear a otra persona— hasta voltear depósitos de basura, dañar los teléfonos, rallar paredes, estropear bancos o asientos, en fin, esas acciones incivilizadas y repudiables que nunca deberían ocurrir, pero que lamentablemente, suceden.
En particular son especialmente sensibles a estos desórdenes los momentos de salida o terminación de espectáculos, discotecas o fiestas populares, a lo cual hay que prestarle la debida atención por las autoridades pertinentes.
Las personas que habitan alrededor de los sitios de recreación no pueden ser solamente dolientes de las indisciplinas, sino que también deben alertar, estar atentos a lo que sucede o pueda suceder. Al fin y al cabo, mantener la tranquilidad y disciplina en nuestras calles no solo puede ser una responsabilidad de las fuerzas policiales, sino que tiene que ser, en primer lugar, el resultado de una mayor conciencia ciudadana.
Esa capacidad de divertirnos, de disfrutar a plenitud de cualquiera de las opciones recreativas en paz y tranquilidad, de compartir en familia o con las amistades en nuestra casa sin molestar al vecindario, de regresar sanos y salvos a casa, sin que nada o nadie nos complique o ensombrezca nuestro paseo o salida, es un signo, en primer lugar, de que somos personas inteligentes.
La forma en que nos comportamos en sociedad es el resultado de la educación familiar y social, y aunque ahora nos enfrentemos al hecho cierto de que muchos malos hábitos se han arraigado en las maneras de actuar, por diversas causas, algunas objetivas incluso, esto no excluye que tales conductas negativas deban y puedan ser modificadas.
Ya se sabe, no obstante, que rectificar lo mal hecho es siempre mucho más difícil que hacer bien las cosas desde un inicio. Porque para —como se dice— meter en cintura a un sujeto que se acostumbró a conducirse de modo inapropiado, a ser indisciplinado en cualquier orden de la vida, es necesario el doble de esfuerzo.
Disciplina en espacios públicos, bienestar colectivoPor tanto, lo primero es tratar de crear un clima de convivencia que propicie un comportamiento adecuado, mediante normas consensuadas, discutidas en colectivo, aceptadas por convicción.
Cambiar, modificar, mejorar ese tipo de actuaciones que la sociedad en su conjunto no reconoce como las más adecuadas, pasa en primer lugar por ese reconocimiento del problema que tenemos con la exigencia de la disciplina, y por la combinación exacta, sin extremismos ni blandenguerías, de las medidas correctivas con las persuasivas, para que cada individuo cobre conciencia, ya sea por su propio razonamiento, o porque se lo imponga el rigor del entorno, de cuál es la actuación adecuada que se espera de cada persona en cada contexto y circunstancia.
Busquemos, entonces, que todo lo que hagamos estimule los mejores comportamientos y desestimule lo incorrecto, ya sea en agosto o en diciembre, aunque resulte todavía más imprescindible en esta época veraniega, cuando la disciplina en los espacios públicos es sinónimo, siempre, de bienestar colectivo.