Ivett Cepeda se presentó en el Teatro Sauto de Matanzas. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Aunque alguna vez una grande de Cuba la regañó por hacerlo, a mí me conmueve ver llorar a Ivette Cepeda en escena como la vi este domingo en el teatro Sauto, de Matanzas, cuando sonaron los acordes de Nana del Adiós. Sus lágrimas caían una tras otra y ponían en peligro su maquillaje, pero develaban que no hay máscaras entre la cantante y la persona. Y eso le aplaudía la gente de pie: su transparencia, su respeto por lo que dice con su música, lo sensible, su decisión de ser verdad.

Ivette y Reflexión regresaron a la magnificencia de ese coliseo para estrenar en concierto varios temas de su nuevo disco, La Rosa de Jericó, licenciado por el sello Bis Music. Los matanceros disfrutaron dos noches de un espectáculo que debería extenderse, al menos, por los principales teatros del país. La alta factura está garantizada por una producción visiblemente cuidadosa de los detalles, y una puesta en escena que hace gala de un guion complejo, con varios momentos que roban ovaciones, ya sea por la emotividad, el virtuosismo de los instrumentistas o el esplendor de una interpretación vocal que transita por una variada gama de registros.

En la escena, arropó un diseño de luces que resaltó el vestuario y las emociones de cada instante de magia. Al grupo Reflexión, se sumaron músicos invitados que engalanaron las noches: Mayquel González, responsable de un deslumbrante solo de trompeta en Ayer y hoy enamorado; Idisán Aldana, que en varios momentos lució con el sonido de su clarinete; y el matancero Dairon Jiménez en el trombón. En las cuerdas, Fernando Castellanos acopló su violín con tres jóvenes graduados que formaron parte de la grabación de La Rosa de Jericó, en 2018: Camila Inclán como segundo violín, Adriana Rodríguez en la viola y Adriel Rodríguez en el cello, quienes, a casi cuatro años de poner su empeño en los estudios de la EGREM, ahora formaron parte también de las primeras veces que se tocaron estos temas en vivo en un teatro.

El largo proceso de concepción de este fonograma, a la misma Ivette la hizo renacer, como esa planta del desierto que da título a esta quinta producción. Por dos años y un poco, se despojó de ansiedades para entregarse a una etapa extensa de creatividad, de superar obstáculos disímiles para ver finalmente La Rosa entre sus manos, fluyendo como miel para un público sediento de música de siempre.

En su estante repleto de joyas musicales, hace seis años Ivette ya tenía manuscritas dos canciones que decididamente estarían en su próximo disco. Mucho tiempo después, estrenó la primera para el público habitual a los conciertos que ofrecía cada viernes en El Tablao del Gran Teatro de La Habana.

Esa fue la que sirvió de carta de presentación en redes sociales y los medios hace unos meses: Fue tal vez, de Yhosvany Palma, el primer audiovisual del fonograma. El clip está dedicado a Broselianda Hernández, la actriz que echara raíces en el corazón del pueblo cubano con su histrionismo y carisma, y a quien despedimos por sorpresa en noviembre de 2020.

Este video no tiene más pretensiones que un hasta pronto, un último cariño, un canto desde el alma. Así lo fue para amigos entrañables de Brose, como Verónica Lynn, Luis Alberto García, Liuba María Hevia, Héctor Noas y Alexis Díaz de Villegas, a quienes se sumó el artista de la plástica matancero Adrián Socorro, con un retrato concebido especialmente para la ocasión.

A simple vista, pudiera parecer un motivo triste para comenzar el lanzamiento de un disco que se presenta como símbolo de resurrección. Pero Fue tal vez se levanta no solo como un canto a la belleza que fue, sino también como la convicción de la permanencia, y ese aire de eternidad reivindica lo que pudiera parecer una derrota.

Eso en su redondez La Rosa de Jericó: la certeza de que el amor nunca deja de ser, por fuertes que parezcan los vientos. Esa esencia la lleva la Nana que hizo llorar a Ivette en el Sauto este fin de semana cuando finalmente presentaba su disco al público matancero; y era esa la otra canción que guardaba con celo para el momento preciso. Y la escuchó Lester Hamlet, y le conquistó el corazón.

La poética de alto vuelo de Karel García y un arreglo magistral a cargo de José Luis Beltrán, que combina lo sinfónico con lo cubanísimo de una guajira, le dio nombre a la telenovela que tres veces por semana pone a cantar hasta a los más pequeños que aún no saben ni bien-hablar, pero les basta el aliento de lo sublime.

Si bien esta nueva propuesta de Ivette incluye el estreno de solo una canción -a diferencia del disco País, que sí presentó varios y que lamentablemente aún no se comercializa en Cuba-, el principal valor de La Rosa de Jericó es devolver el brillo a canciones que han nacido por el auténtico placer de crear y han renunciado a doblegarse a los circuitos comerciales si para ello deben abandonar su esencia desmaquillada de alardes.

Con absoluto respeto a esa autenticidad, Ivette las presenta con una sonoridad renovada, mayormente como resultado de la mano del productor musical Joel Domínguez, envuelto en los modos de hacer de la música popular cubana. Pero las esencias, a las que tanto se aferra la intérprete, siguen ahí, en los mensajes que escoge decir y en las orquestaciones de músicos entrañables para ella, como José Luis Beltrán, Lino Lores y Ernesto Prida, una lista a la que esta vez se sumó el propio Joel.

Un dúo con el cantaor gitano Moy, del grupo español Los Yakis, sorprende en el tema Me va la vida en ello, una fusión de la rumba flamenca y la salsa, género poco escuchado en voz de una cantante que se ha establecido más bien en la canción, aunque con felices incursiones en el guaguancó, el son, el bossanova. Otra salsa cierra el disco, un canto con todo el esplendor de lo cubano y que lleva en sí la alegría de quien ama y sabe que es para siempre.

Más allá de géneros o la firma valiosísima de autores como Augusto Blanca, Luis Eduardo Aute, Leonardo García, Carlos Varela, Ireno García, o Santiago Feliú, estas 12 son historias reales de amores encontrados, desencontrados, reconciliados, enamorados del amor mismo.

Ese elemento de lo real es uno de los más destacables del diseño del disco, a cargo de Rey Torres y con fotografía de Mónica Moltó. Ivette renunció a los modelos o concepciones de imágenes abstractas de las canciones, y les puso el rostro y el abrazo que la une a su esposo y director musical, José Luis Beltrán, porque ellos también son una vida como la que cuenta La Rosa de Jericó, porque cualquier matrimonio puede serla. Eso crea la empatía del público con esta producción discográfica: las historias andan caminando por esta y cualquier otra ciudad.

Ivette Cepeda es una cantante plena, con la rarísima virtud de renunciar a los epítetos para dejar los reflectores sobre las canciones y sus mensajes. Su don, más que el canto, es la capacidad para despojar de inercia las almas y hacer del espectador un protagonista.

Ivette y Reflexión estrenan en concierto varios temas de su nuevo disco, La Rosa de Jericó en el Sauto. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Ivett sobre el escenario. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

La magia de la voz de Ivett Cepeda se alzó en el concierto. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Acompañada de Reflexión, la cantante deleitó al público matancero. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Ivett en concierto. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Sombras. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

El público disfruta de las canciones del disco La rosa de Jericço. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Ivett desde el público. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Reflexión en el Sauto. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.

Melodías y canciones. Foto: Andy Jorge Blanco/Cubadebate.