Danel Castro

Más allá de cualquier simpatía por un equipo de la Liga Élite, está mi amor por el buen  béisbol, por el buen deporte, y con mi modesta labor trato siempre de fortalecerlos. Ahora, por encima de estadísticas, tan útiles si somos dialécticos al usarlas, el caso Danel Castro es el que más me atrajo, sin despreciar la remontada de Portuarios.

Ante todo, ¿por qué habían soslayado al veterano cuando realizaron las selecciones si merecía estar entre los primeros escogidos por la historia hermosa atesorada, su entrega y logros, por arriba de sus numeritos, y lo realizado en la Serie Nacional? La ingratitud es un golpe terrible. José Martí esclareció: “El corazón se seca cuando no se reconoce a tiempo la virtud”.
 
Los aficionados, el grito en el cielo. Opiniones en contra de ese error inundaron la programación deportiva tan democrática de Radio Rebelde. La COCO, la televisión fueron espacios para esas manifestaciones. La prensa se puso del lado de lo correcto. Como debe ser. Quienes organizaron el certamen habían fallado. Las críticas dieron resultado: hubo rectificación. Mas no se debió llegar a una fea situación, salvada debido al impulso del verdadero dueño de la disciplina atlética más querida en Cuba: el pueblo.
 
Quede claro: el argumento más importante para contrarrestar aquella “exclusión no era la de imposibilitar a Castro de romper el récord de más incogibles de por vida en nuestra gran fiesta beisbolera”, aunque debió tenerse presente.

También es foul a las mallas situar a un atleta por encima de un conjunto, sea quien sea. La marca era lo menos importante pues si el individuo debilitaba el colectivo y el campeonato, se caía en lo indebido. No es el caso, Danel había mostrado recién cuánto podía aportar todavía: está en magníficas condiciones en lo físico y el espíritu.

Así lo ha vuelto a demostrar en el play off. Es el nuevo recordista, de nuevo ha sido ejemplo, su liderazgo es mucho más valioso aún que lo conseguido con el bate. Los jóvenes han tenido un espejo donde mirarse para descubrir y evitar las manchas.

No me desvío: lo adiciono. Nos lesiona el dogmatismo si no colocamos en el puesto al mejor, sin importar los años, el color de su piel, el sexo, su lugar de residencia... El citado desliz lacera todos los ámbitos. Regreso a lo agonal: falla hubo cuando algunos “sabios” quisieron sacar de la canoa a Serguei Torres antes de los Juegos de Tokio, por su edad, por creerlo ya sin la calidad suficiente. Allá, medalla de oro en dúo y el especialísimo homenaje del presidente del Comité Olímpico Internacional, junto a un joven quien desgraciadamente prefirió mudarse para otras tierras después. Eran los primeros latinoamericanos conquistadores del premio dorado en el canotaje de la maravillosa fiesta rescatada por Coubertin.

Más reciente: ¿qué hubiera sido de Argentina en el Mundial de Fútbol sin el “viejecito” Messi? Todavía sigue siendo la luz de su seleccionado y uno de los mejores del planeta, amén de haber ganado en liderazgo.

En el caso de los atletas, los entrenadores deben laborar con el mismo afán situado en la búsqueda de la fuerza y la resistencia, la técnica y la velocidad superiores. Vivimos en un planeta a la deriva como plantea Fray Betto; ninguna región anda indemne. Y el deporte ha sido mancillado por los negocios. Esos senderos deben ser transitados con suficiente antídotos o la infección suele atrapar a los caminantes.