Desde Coppelia a Marianao, el mejor viaje de mi vida

Salí agitadamente del Instituto Cubano de Radio y Televisión rumbo a la céntrica parada de la cremería Coppelia. Mi objetivo bien definido, mi destino también. Mi transporte, no tanto. De pronto una aglomeración de motos eléctricas frente al cine Yara frenó mi paso.

La curiosidad, como siempre, me llevó a preguntar la causa de aquella multitud. Enseguida una voz: “En unos minutos saldremos en caravana hasta La Liga Contra la Ceguera para apoyar el transporte y ayudar a la población a llegar más rápido a sus destinos”. Como me hacía camino, allí esperé la hora de salida, y mientras, vi muchas personas acercarse con igual interrogante a la mía. Había que ver las caras de asombro y felicidad cuando la noticia incluía otro dato: el viaje sería gratis.

Para un cubano el transporte es una dolencia latente, sobre todo en estos últimos días en los cuales el país atraviesa por una situación energética que ha propiciado la reducción del combustible para el parque automotor estatal, tanto urbano como intermunicipal e interprovincial. Podemos optar por un taxi privado, claro, pero en estas jornadas sus dueños o choferes parecieron ponerse de acuerdo en establecer una nueva tarifa, imposible para muchos por cierto, e incluso la hicieron fija en el mercado. Por tanto, aquellas motos eran un oasis en medio del desierto.

Desde Coppelia a Marianao, el mejor viaje de mi vida

Antes de partir en mi viaje, quería saberlo todo sobre aquel grupo de muchachos que vestían uniformados pulóver blanco con un símbolo que antes no había visto. Entonces supe que pertenecen al club Moto Eléctrica Cuba, uno de los cuatro que existen en la capital para agrupar a todos aquellos propietarios de este tipo de equipos, junto a Moto Eléctrica (ME), Alto Voltaje y E-Racing.

Finalmente arrancamos desde la primera parada del trayecto, frente a Coppelia. Ninguna persona cuya ruta coincidiera con la de los motoristas quedó fuera. No se discriminó a nadie, ni por sexo, edad, talla, peso corporal. Ni siquiera fueron excluidos los que cargaban bultos.

Un organizado y colorido desfile devino aquella tarde la calle 23, y luego la avenida 41, armonizado por los pitazos de las motos que atraían las miradas de los expectantes posicionados a ambos lados de las arterias. Muchos teléfonos, entre ellos el mío, inmortalizaron el momento.

Y llegué a Marianao. ¿Un poco despeinada? Sí. El viaje demoró más de lo que pudo tardar si hubiese ido en carro. Pero cuánta satisfacción ver aquel gesto de los miembros del club MEC. Un grupo diverso donde hay médicos, periodistas, taxistas privados, trabajadores por cuenta propia, estudiantes, magos, amas de casa; aunque realmente su composición es un elemento secundario. Lo importante allí es que todos tienen buenos sentimientos, son humanos, y desde sus posibilidades, sin más respaldo que el espíritu de solidaridad, proyectan el principio de lo que debería ser la conciencia social de cada cubano.