Donald Trump y el vicepresidente Mike Pence con Melania en medio y la esposa del vicepresidente a la izquierda. Foto: Getty Images.

Mencionar a Donald Trump en Cuba era ya una mala palabra, un insulto. Pero desde el 20 de mayo pasado es la expresión más genuina de maldad y desfachatez. Cómo se desacreditaron ante los cubanos el presidente norteamericano y su vice (Mike Pence), con sus mensajes neocoloniales, en pleno luto en la Isla.

Si esas son las personas que quieren un futuro mejor para Cuba, que se ahorren sus augurios. Fue el vigésimo día, del quinto mes de 1902, cuando nuestro país obtuvo su “independencia”; mas sin Ejército Libertador y Partido Revolucionario Cubano, aplastado por una Enmienda agregada a una Constitución maltrecha. Obstinadamente, proceden en contra de la verdadera voluntad cubana.

Esa fecha ha sido empleada por algunos mandatarios de EE.UU. para tratar de incomodarnos, pues están al tanto de que a nadie en la Isla le da por celebrarla. Su lugar en el calendario es corriente, sin ninguna trascendencia, que no sea numérica. Es inaudito, en el mensaje de Trump: se ausentan las referencias al pésame, por el accidente aéreo ocurrido en La Habana, donde más de 100 personas perecieron.

Qué contraste entre la actitud del magnate y el vuelo dispuesto por Maduro, a fin de que familiares de las víctimas, que estaban en Venezuela, volaran a la Isla lo antes posible. Es del día a la noche la diferencia. Cuántos valores en la solidaridad de Evo, el Papa Francisco, Daniel Ortega, Putin, Maradona, Zelaya, Laura Pausini, Enrique Peña Nieto, Justin Trudeau, Juan Carlos Varela, el Rey de España, Mariano Rajoy, Xi Jinping, la cancillería de Chile, Adolfo Pérez Esquivel… un mar de voces sensibles y con sentido del momento de tributo, separado de cualquier diferencia ideológica, llamada a desaparecer en estas circunstancias.

En cada barbaridad, se esfuma cualquier simpatía, porque lo mismo Trump instala una embajada en Jerusalén, sabiendo lo complicada que es esa ciudad en el contexto árabe, lanza rollos de papel sanitario en Puerto Rico –después del huracán María– o se excluye de un acuerdo nuclear con Irán, importantísimo en la coexistencia pacífica.

¿Por qué mencionó a Martí y Maceo en sus cínicas palabras, escritas por asesores con la marca Rubio (Marco)? Dudo conozca algo de sus gloriosas trayectorias y del significado de ambos hasta en la escuelita más recóndita del lomerío del Plan Turquino (la antítesis del Plan Bush), en cuya geografía La Edad de Oro y la Protesta de Baraguá son sinónimos de cubanía.

Qué sabe él de la resiliencia (capacidad de una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente) del pueblo cubano o de nuestras “contribuciones en el mundo de la literatura, las artes, la música, la cocina y las empresas”, si impone duras medidas y obstáculos, en función de complejizarnos la vida y ponernos en contra de la Revolución, como ha sido práctica común en la Historia yanqui.

George Washington y Thomas Jefferson estarían avergonzados de ver que use sus nombres en tamaña afrenta, salida de la mente retorcida de cualquier anticubano. En sus manos, están las leyes ejecutivas que suavizarían el Bloqueo, ese mecanismo nazifascista por el cual la Isla no puede comprar aeronaves de Primer Mundo o de última generación. Ningún sentimiento de culpa aflora en la prepotencia del Norte.

Entre tiroteo y tiroteo en sus escuelas, hubiera podido expresarse dolido frente al siniestro del Boeing 737-200, arrendado por Cubana de Aviación. A Trump y Pence les falta lo que a nosotros nos sobra, dignidad.

Su democracia (concepto del que les encanta ser abanderados) de bombas es, desde hace rato, deplorable. Para mi archipiélago no quiero Asociación Nacional del Rifle, ni CIA o FBI. Del 20 de mayo de 1902 a acá ha llovido, y desde 1959 se cerró a llover.