En este mundo sacudido por múltiples conflictos simultáneos, el Día Internacional de la Paz, que se celebra cada 21 de septiembre, adquiere este año una relevancia aún más desafiante.
No se trata sólo de una efeméride conmemorativa, sino de una exigencia ética y política: detener las armas, proteger a los civiles, restaurar derechos y reclamar justicia porque la humanidad lo merece.
António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, ha lanzado un mensaje claro para este Día Internacional: “La paz es asunto de todos”.
Subraya en el texto que vivimos en un “mundo en guerra”, con impactos que se expanden mucho más allá de los campos de batalla, que la paz “no ocurre por accidente” sino que debe forjarse, construirse conscientemente. Guterres insta a silenciar las armas, terminar con el sufrimiento, tender puentes, poner en práctica la diplomacia, la solidaridad y reforzar los derechos humanos.
Foto: tomada de PL
Ese llamado resuena con fuerza frente a realidades donde la paz parece no tener espacio. En Gaza, la continuación de la guerra iniciada en octubre de 2023 se ha traducido en destrucción masiva, muertes de civiles, hospitales dañados, hambruna, desplazamientos forzados, bloqueos de ayuda humanitaria, y traumas imposibles de sanar. Es una de las catástrofes humanitarias más graves del mundo, y el sufrimiento no se limita al daño físico, sino que compromete el derecho cotidiano a la vida, a la dignidad.
Además de otros conflictos en el Medio Oriente y otras geografías, un nuevo foco de tensión conspira hoy contra la paz: el sur del Mar Caribe se ha vuelto escenario para un amenazante despliegue militar estadounidense, particularmente enfocado a Venezuela bajo un supuesto enfrentamiento al narcotráfico.
Foto: Cancillería de Venezuela
No se trata simplemente de ejercicios de entrenamiento, ha asegurado el propio Secretario de Defensa estadounidense Pete Hegseth, sino de operaciones reales con intereses estratégicos de seguridad nacional.
Las tantísimas muestras de apoyo a Venezuela, incluyendo el repudio al reciente asalto a una de sus embarcaciones pesqueras también por fuerzas de EE.UU., habla a las claras del lado en que se posiciona la razón y la defensa a la soberanía.
La importancia de celebrar el Día Internacional de la Paz en este 2025 se vuelve entonces más clara: no basta con condenar guerras, sino con desenmascarar esos discursos de seguridad, antinarcóticos o lucha contra el terrorismo que sirven de cobertura a despliegues militares con consecuencias muy peligrosas.
En ese contexto, el mensaje del Secretario General de la ONU reviste una significación especial porque implica responsabilidades, “silenciar las armas”, proteger a los civiles, amplificar la diplomacia, invertir en prevención más que en destrucción.
Además de los muy dolorosos daños inminentes de la guerra, el desvío de recursos hacia fines bélicos multiplica sus daños más allá de lo inmediato: resta al financiamiento para salud, educación, mitigación del cambio climático y lucha contra la pobreza, todos ellos elementos esenciales de una paz sostenible.
En un mundo con miles de muertos por guerras prolongadas, millones de desplazados, instituciones debilitadas, hambrunas, familias destrozadas…aceptar la militarización como alternativa es renunciar a la posibilidad de la seguridad humana fundada en derechos, justicia social y dignidad.
Este 21 de septiembre, la celebración del Día Internacional de la Paz se traduce en una exigencia práctica. Demandar un cese al fuego donde la violencia persiste, exigir responsabilidad internacional donde el derecho se quebranta, instar a que los despliegues militares con presuntas justificaciones de “seguridad” o “antinarcóticos” se transparenten, se sometan a controles, respeten soberanías nacionales y se ajusten al derecho internacional.
Si la paz es cosa de todos, como ha dicho Guterres, entonces todos tenemos la tarea de denunciar y actuar para que no nos arrebaten lo que más nos define como humanidad.