Desde Matanzas

Las llegadas nunca van a ser más emocionantes que las despedidas, a no ser, claro está, que se trate de un reencuentro.

La emoción de quien llega es distinta, es timorata.

El mismo ómnibus que hace una semana llegase repleto de donaciones, ha vuelto a detenerse en el entronque del “cuartel” Goicuría, ha vuelto a cruzar el Yumurí por el puente de La Concordia y, otra vez, ha irrumpido en la Universidad de Matanzas Camilo Cienfuegos, hoy hospital de campaña.

Idéntica también resulta la procedencia; tanto este miércoles como el pasado, hay que decir que la Universidad de La Habana (UH) ha enviado de lo mejor que tiene: ahora, una veintena de jóvenes –estudiantes y profesores– que ya trabajan como personal de apoyo en la hermana –qué placer decirlo así– casa de altos estudios.

“Allá, hay más muchachos a la espera, vendrán más rotaciones”, me explica Carla Santana, presidenta de Federación Estudiantil Universitaria de la Colina, quien hace pocos días terminó otro ciclo de voluntariado en un hospital de campaña de la capital. Hoy le corresponde regresar a La Habana para seguir organizando tareas de este tipo y otras que su cargo demanda.

“No ha sido difícil convocar para estar aquí”, escucho decir a un profesor de la UH. Le creo; conozco a muchos que llevan semanas preguntando cómo venir, cómo ayudar, qué hace falta. Matanzas se ha vuelto una especie de punto cardinal hacia el que todos miran; parafraseando la idea que, hace unos días, publicaba Enrique Ubieta en Granma.

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Llegan a Matanzas jóvenes de la UH para trabajar como voluntarios contra la pandemia. Foto: Mario Ernesto Almeida / Cubadebate

Los jóvenes habaneros que llegan no encontrarán sorpresas aquí, porque de sobra conocen el hacer del voluntario en estos tiempos de pandemia.

Veo salir de la guagua rostros familiares, algunos sin nombres desde mi perspectiva, pero cercanos, porque me los he cruzado una y otra vez a lo largo de cinco años de carrera universitaria.

El verbo “cruzar” no alcanza. Si hablamos de lo “políticamente” correcto: hemos coincidido en noches de vigilia; nos hemos relevado una y otra vez en centros de aislamiento; nos hemos batido codo a codo en zona roja.

Tengo enfrente a Ricardo Milian Pila, químico, Doctor en Ciencias, alérgico a las consignas, al triunfalismo y al timerosal –por eso aún no se vacuna–, y tipo guapo que, cuando está en territorio de sobrebatas, entra como el que más a “la caliente” y, contra, que “pesados” son los jefes así: que se despiertan de primero y te despiertan… y “este ‘desgraciado’ no duerme”, te preguntas, es decir, me pregunté yo hace unos meses cuando trabajé a su lado.

“Pesado”, sí, más para mí que tengo que atenderme eso de la competencia y que no encontraba forma de trabajar más que él. Aquí está Ricardo… Ricardo Pila, paradójicamente investigador de baterías de litio y trae una carga tan grande de bondad en el pecho, que para no reventar tiene que aliviarla de a poco, en silencio, con humildad, trabajando… Por eso es que se aturde cuando las consignas llegan.

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Llegan a Matanzas jóvenes de la UH para trabajar como voluntarios contra la pandemia. Foto: Mario Ernesto Almeida / Cubadebate

Pasando a variables menos “correctas políticamente”, veo las caras de estas personas y me pregunto si acaso no me habrán dado un estrellón en el judo de nuestros Juegos Caribe, o pasado por encima en las piscinas del Biatlex, o sacado tres vueltas de pista en los cinco mil metros planos. ¿Son ellos?

Observo a Gabriela Solá, estudiante de quinto año de Derecho, y la imagino odiándome con toda la furia que pueda albergar una abogada, como la más resabiosa de los fiscales, por aquellas décimas reivindicativas que compuse hace ya más de dos años, cuando su facultad venció a la mía, o simplemente venció… para llevarse la copa de cultura.
Esa gente está aquí y pienso: ¡Coño… una vez más la lucha nos reencuentra!

Aquí están, sí, más que como estudiantes o profesores, cumpliendo un rol que está por encima de todos los demás: ser ciudadano.

Antes, durante y después de ser químico, abogada, economista, contador, periodista, filósofa… se es ciudadano. En la historia de Cuba sobran ejemplos de grandes que han batallado desde sus campos de profesión por lo que creen y consideran necesario, pero que bien han sabido dejar a un lado el oficio cuando se precisa ir más allá. Pablo, Villena, Martí…

Ser ciudadano –pero ciudadano en serio, en activo, de los que molestan y salvan– ha de ser un horizonte.

Matanzas y Cuba necesita de gentes que sientan y ejerzan su ciudadanía, mucho más ahora.

La poesía que engendra el valor de estas personas tiene que ser contada, pero no podemos obviar los contextos dificilísimos que generan esa poesía y que la hacen más sublime.

En Matanzas, las sirenas de las ambulancias matizan las calles varias veces al día y tardan… y corren… Más de una vez he conducido tras el carro prieto de la funeraria hasta el mismísimo hospital y con insana frecuencia escucho de familiares enfermos, amigos enfermos y de gente que uno quiere… y que muere. El dolor llega sin más preámbulos que el toque a la puerta, una llamada telefónica, un mensaje.

Días atrás, en Versalles, me hablaban de una enfermera de la comunidad a la que calificaban cariñosamente como la mejor de Matanzas por cómo ejercía su labor en el barrio, por cómo estaba al tanto, por cómo actuaba…

Son muchas como ella. Pero me preocupa que también abunden experiencias como la de Fidel, un vecino que sufrió la enfermedad hace unas semanas con ingreso domiciliario y que me hablaba descontento de la atención primaria de salud que recibió entonces.

Tengo a un amigo de alto riesgo que, a pesar de haber dado negativo al test de antígeno, se encuentra sintomático desde hace días, con sus más próximos positivos a la Covid-19, y sigue en casa.

Veo personas transitando, incluso por parques céntricos, sin importar las restricciones de horario. La calle parece, en ocasiones, un escenario ubicable en cualquier año de normalidad sanitaria. Hay situaciones que a estas alturas no nos podemos permitir, porque bien caro que cuestan.

El actual panorama es cualquier cosa menos simple… y es esa complejidad la que sacraliza, cada vez más, a los que lo están dando todo, esos que llegan, esos que desde hace mucho, o desde siempre, han estado y están, esos que cargan y resemantizan minuto a minuto aquella misma alma cubana de la que nos contaba Martí.