Es cierto, no es su cuerpo el que cambia, no son ellos quienes padecen las contracciones y el dolor de un parto; quizás, el precio por eso, es no sentir cómo se remueve el alma cuando de las entrañas nace una vida. Sin embargo, nada hace superior a una madre de un padre; no de esos que lo son desde el principio, que no cargan en el vientre pero alzan con los brazos, que no alimentan con su pecho pero sí con mimos, con palabras, con canciones; que acompañan cada instante de un hijo aunque la unión que lo trajo al mundo haya roto. A esos, el más feliz de los domingos. (Fotos: Humberto Cid González)