El Floridita

La Habana.-  El célebre novelista Ernest Hemingway atesoró en La Habana, capital de Cuba, numerosos espacios donde confluía con amigos para conversar, escribir, pescar y tomar su bebida preferida, el daiquirí.

El intelectual estadounidense (Oak Park, Illinois, 1899-Ketchum, Idaho, 1961), Premio Nobel de Literatura de 1954, viajó a Cuba desde los años `20 del siglo pasado, y radicó en La Habana más de dos décadas. 

“Muchas ciudades atraparon la atención y devinieron protagonistas de las múltiples obras de Hemingway, pero ninguna lo cautivó de tal manera como La Habana, sobre todo, tras su arribo en el barco Anita, perteneciente a su amigo Joe Russell, dueño del Bar SloppyJoe`s de Cayo Hueso”, comentó el ensayista cubano Ciro Bianchi.



Según leyendas de la época, contados a Prensa Latina por Bianchi, Hemingway y Russell transportaban desde Cuba hacia Estados Unidos grandes cantidades de bebidas durante la Ley Seca, prohibición de la venta de bebidas alcohólicas vigente en el país norteño entre 1920 y 1933. 

“La compraban en la Casa Ripoll, cerca del Hotel Ambos Mundos e, incluso, el propio intelectual lo dijo en una oportunidad: se hizo el más grande contrabando de bebidas hasta el momento. Puede resultar un poco exagerado porque imagino que el cargamento de personajes como el gánster Al Capone resultaban más cuantiosos”, comentó.

En El Floridita 

El escritor norteamericano hizo del Floridita su casa. Ahí estableció amistad con su dueño el coctelero catalán Constante Ribalaigua, considerado como el padre de la cantina en Cuba y el rey del daiquirí, un combinado de ron, azúcar, limón, marrasquino y hielo.


“Tradicionalmente el trago se mezclaba en la coctelera, pero Constante introdujo en El Floridita la batidora, con lo cual este se convirtió en el primer bar del mundo en utilizar el electrodoméstico. Otro de sus aportes a la receta original fue agregarle licor marrasquino”, aseguró a Prensa Latina Alejandro Bolívar, Jefe de Barra del icónico lugar.

Autor, asimismo, de la variante del daiquirí denominada como “Papa Doble” o “Papa Hemingway”, con doble de ron y sin azúcar, el cantinero Ribalaigua diseñó alrededor de 200 combinaciones para distinguidas personalidades como el escritor francés Jean-Paul Sartre, el guionista inglés Graham Greene y la actriz estadounidense Ava Gardner.

“De los diez cocteles cubanos por excelencia, cuatro son creados por Constante, como le decían sus amigos. Elaborados desde la barra de El Floridita son: “El Mary Pickfords”, como homenaje a la actriz estadounidense; el “Havana Special”, nombre con el cual una naviera identificaba los viajes Cuba-Cayo Hueso; el “Presidente”, concebido a partir de la formulación del General Mario García Menocal y el daiquirí”, indicó Bianchi.

Refiere la historia que Hemingway tomaba varias copas en el lugar y llevaba otras en un termo para el camino; o le servían en una copa especial que bebía mientras su chofer lo conducía hasta la Finca Vigía. Según cuenta la leyenda estableció un récord de 12 daiquirís de una sentada.

Frecuentaba el Bar con distinguidos invitados de las letras, la plástica, la música y el deporte como Ingrid Bergman y Spencer Tracy. “Bebo desde los 15 años y hay pocas cosas que me hayan producido tanto placer (…) Sólo en dos ocasiones es malo beber: cuando se escribe o cuando se combate”, aseguraba.

La estatua a tamaño natural de Hemingway recostado a la barra, obra del escultor cubano José Villa Soberón, lo inmortalizó en El Floridita. También un busto del escultor de la Isla Fernando Boada, custodia la banqueta donde acostumbró sentarse Hemingway.



En “Islas en el Golfo”, la más autobiográfica de sus novelas y publicada póstumamente, aporta un retrato del bar desde la visión de su protagonista Thomas Hudson:

“La bebida no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en ninguna otra parte del mundo (…) Hudson estaba bebiendo otro daiquirí helado y, al levantarlo, pesado y con la copa bordeada de escarcha, miró la parte clara debajo de la cima frappé y le recordó el mar”.

En finca Vigía 

Al principio a Hemingway no le gustó Finca Vigía -donde residiódesde 1940 y hasta 1961- pues quedaba muy lejos de El Floridita y del puerto. Sin embargo, como decía el intelectual colombiano Gabriel García Márquez, esa fue la única residencia verdaderamente estable que el escritor tuvo en su vida, recordó Bianchi.



En esa mansión, situada a 15 kilómetros del centro de La Habana, tecleó los últimos capítulos de “Por quién doblan las campanas”, concibió “Al otro lado del río y entre los árboles”, “París era una fiesta”, “Islas en el Golfo”, “El jardín del edén” o “El viejo y el mar”.

Escribía con el fresco de la mañana, a su juicio el mejor horario para trabajar “antes de tomar el primer trago”. Sus gafas, la máquina de escribir Royal Arrow y una bandeja con botellas de Cinzano, ron Bacardí y otras marcas revelan la permanencia del intelectual en la casona del barrio San Francisco de Paula.

La morada es, en la actualidad, un museo homónimo frecuentado por visitantes nacionales y foráneos. El espacio, también hogar de su cuarta y última esposa Mary Welsh, atesora pertenencias, alfombras, premios e instrumentos conservados como él los dejó al salir del país antillano.



Muchos consideran que, al marcharse de la Isla en 1960, el autor del país norteño no pudo olvidar sus olores, sabores, rutinas y paisajes. Tampoco sus bebidas. Para Hemingway esa predilección tenía un motivo: “despojarse de las heridas que le causaba la vida”, aseveraba siempre.