Imagen alegórica al machismo

¿Qué significa ser hombre y mujer en la Cuba de hoy? ¿Cómo se articulan los roles, paradigmas y construcciones de género en el entramado de esas familias diversas y heterogéneas que defiende la más reciente Constitución cubana, o el Código inclusivo que estamos construyendo de conjunto?

Las interrogantes no son menores. En línea con ese escenario de cambios que estas Letras ha descrito más de una vez –o que resulta evidente cuando nos asomamos a las reacciones de más de un internauta ante cualquiera de sus trabajos-, cubanas y cubanos tropiezan contra sus propias tradiciones cuando tratan de dar respuestas.

Una encuesta virtual anónima, aún en curso, revela contrastes entre las 186 personas (101 mujeres y 85 hombres), de todas las edades y regiones del país, que ya han hecho clic para aportar sus opiniones. Tras los textos anónimos se puede adivinar alguna que otra sonrisa ladina, pero también estereotipos muy afianzados y aseveraciones furibundas, de un lado y otro del asunto.

Hablar de relaciones de pareja, de familia y de machismo genera múltiples controversias, sobre todo entre interlocutores jóvenes. En cambio, quienes se acercaron al cuestionario desde edades algo más avanzadas no apostaron por despalillar mucho un tema que, al parecer, tienen encarcelado por años de tradición. Síntoma de un cambio, apuntan algunos criterios; habilidad con las tecnologías –se realizó sobre Google docs- polemizan otros. Lo cierto es que detrás de cada respuesta y de cada pregunta en blanco se esconde un mundo de reflexiones que vale la pena descubrir y atender. Nos va en ello el proyecto social a que aspiramos.

Vivir en el siglo XXI, con todos los privilegios de ser un mortal de la era de la informática y las comunicaciones parece no tener mucha importancia. En el fondo, los códigos ancestrales no han variado tanto. Casi el 60 %, tanto de las mujeres como de los hombres que respondieron, se identificaron como si vivieran con un siglo de atraso.

La pregunta acerca del papel que juegan en la familia fue respondida por 139 personas. Pero el hogar al que se refirió la mayoría (76 % de las mujeres y 93 % de los hombres) fue el de Pedro Picapiedras: ellos en su función de sostén económico, ellas como dueñas de la cocina y de los hijos.

“A través de la historia –se lee en una encuesta de un joven de 25 años- el hombre se ha destacado por su fuerza, valor, destreza, habilidad, valentía y sobre todo por su inteligencia. Sin nosotros no existiera la humanidad. Somos el intelecto humano. Sin embargo, mujer significa fragilidad, dulzura, ternura. Aunque tenga reconocidos algunos logros ella nunca logrará superarnos.”

Justo como en las cavernas. Pobre de la esposa.... si es que la tiene.

Las mujeres fueron descritas –mucho más que los hombres- por sus “virtudes” estéticas: bellas, delicadas, como flores. Y por supuesto: dulces, fieles, amorosas y sacrificadas. El viejo axioma de que “madre sólo hay una...” parece estar en el origen de todas las ideas. El 96 % de los encuestados las define por la maternidad. Para los varones, fieles a la tradición más patriarcal, fueron reconocidas la capacidad, la integridad, la valentía y, sobre todo, la fuerza. Solo un 22 % de las respuestas mencionó a la paternidad.

La mayoría de estas definiciones estereotipadas –el 62 %- están dadas por hombres. A la mujer, ellos la definen por oposición a sí mismos y más de uno la califica como “un mal necesario”. Sin embargo, ellas también revelan el peso que las herencias tienen en la formación de las relaciones de género. Cerca del 47 % manejó también criterios muy machistas. Apenas veinte personas –el 7 % de los encuestados- definieron la relación de pareja desde criterios de igualdad y de ellas sólo ocho fueron de sexo femenino.

“El hombre se dedica a actividades mucho más complicadas –la agricultura, la política, la industria-, sin embargo, nosotras nos relacionamos más con tareas que no requieren esa fuerza física”, escribió una estudiante universitaria de 22 años.

Especialistas apuntan a que esas construcciones pueden estar también muy relacionadas con las estrategias diversas que las familias han encontrado para sortear crisis económicas y, más recientemente, sanitaras. Unas y otras han obligado a reacomodos en la distribución de roles muy relacionados con los ingresos y la tradición de ver a las mujeres como “las cuidadoras” de casa. La realidad también ha demostrado, en el lado opuesto de la soga, que en aquellas parejas donde la mujer se negó a abandonar sus conquistas y cedió una parte del espacio doméstico al compañero, él tuvo que aprender a batallar con la cocina y las escobas.

El nivel escolar alto tampoco determina posiciones de avanzada a juzgar por los resultados obtenidos hasta ahora de ese cuestionario virtual. La instrucción, aunque influye, no es directamente proporcional al cambio de actitudes.

En el filo de un debate sobre familias...

Si en sus inicios el pasado siglo XX acuñó no pocas tradiciones patriarcales, el nuevo milenio ha atrapado al mundo debatiéndose en una aparente contradicción, donde los roles tradicionales se van lentamente desdibujando; pero también mezclando y adaptando.

Los movimientos feministas, por un lado, están defendiendo que toda esa distribución de funciones sociales que se asumen como naturales no lo son tanto, están culturalmente construidas y por tanto se pueden cambiar.

Los valores heredados de la educación sexista, fortaleza, autoridad y contención de las emociones para los niños y ternura, delicadeza y obediencia para las niñas, tampoco están tan claros en muchos sectores de la cotidianidad cubana. Pero el cambio tiene otros matices.

La mayoría de los especialistas asocian el fenómeno a las transformaciones sociales ocurridas en Cuba en la segunda mitad del siglo XX: la integración de la mujer al trabajo, el fortalecimiento de su independencia económica y su libertad para elegir el divorcio y el número de hijos. Pero esa revolución de los patrones sociales llegó acompañada de cultura y alfabetización, atención médica gratuita y le cambió la vida a hombres y mujeres por igual.

Y eso impacta particularmente a las familias, una realidad compartida con la de otras latitudes. Muchas de las transformaciones que han ocurrido en el seno de los hogares, según fuentes de las Naciones Unidas, también llegaron a este lado del mundo. La comúnmente llamada célula esencial de la sociedad está marcada por la reducción de su tamaño, el aumento de las uniones consensuales y las rupturas conyugales, la diversidad de formatos y la apuesta por el reconocimiento de múltiples filiaciones, entre otras características.

Aunque la vida cotidiana –y nuestra encuesta- demuestran que, puertas adentro, en muchas casas aún se vive “a la antigua” cuando de roles se trata, puntos luminosos pueden verse al final del camino. Aunque la transformación es lenta, hoy ya se ve de todo. Existen familias donde el cambio ya es un hecho y muestran un abanico colorido: desde las formadas por parejas del mismo sexo, hasta otras a las que unen los afectos, pasando por múltiples y diversas configuraciones. Otras, en tanto, aún ni han intentado romper con la añeja tradición patriarcal.

A la par, la diversidad en la composición del núcleo familiar hace que los referentes de maternidad y paternidad adquiridos por generaciones no sean funcionales en muchos casos, en opinión de la doctora en Ciencias Sicológicas Patricia Arés Muzio.

A su juicio, ello tiene una arista positiva, porque “el derrumbamiento de la autoridad patriarcal conduce a novedosas formas de relación parental, afianzadas en una cultura que aboga por el respeto, la justicia y la equidad”, aseveró durante la octava Jornada Maternidad y Paternidad, Iguales en Derechos y Responsabilidades, transmitida a través de las redes sociales del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).

“En la familia cubana, más que hablar de madre y padre biológicos, existen sistemas parentales de crianza con presencia de los abuelos, sobre todo de la abuela materna”, explicó la experta.

Otros elementos se agregan a este contexto. Por solo citar uno de ellos, las estadísticas revelan que más del 50 % de los padres biológicos no están presentes físicamente en los hogares ya sea por divorcios, migración o movilidad profesional. Las madres o abuelas, en tanto, continúan como las principales responsables de la crianza, un tema de profundas raíces culturales que genera incluso “resistencias de muchas mujeres a ceder espacio al hombre en la crianza y, concomitantemente, la dificultad de muchos hombres de crearse un espacio claro para el ejercicio de una nueva paternidad”, dijo la sicóloga, algo que entronca directamente con la reproducción de roles que revela de manera mayoritaria la encuesta virtual.

No todo es negro en el horizonte de la familia, indican otras pistas. La libertad con que se expresaron las personas más jóvenes, la capacidad de llamarle al pan, pan y al vino, vino -aunque el pan, en ocasiones, todavía resulte duro y el vino agrio-, son buenos síntomas y fortalezas de cara al debate del Anteproyecto del Código de las Familias que recién inicia su camino.

Para Arés, el desarrollo tecnológico y la interconexión global inciden en las percepciones de los individuos y suman elementos culturales y discursivos a la formación de las nuevas generaciones, que salen del ámbito de influencia de la familia y la escuela. Hay más conflicto en los hogares, más debate. A juzgar también por nuestros formularios, la síntesis de estos tiempos parecería estar en una invitación tentadora: ¡bienvenida la polémica!