Feria del Internacional del libro en la fortaleza San Carlos de la Cabaña. Lectura.

En un artículo publicado en 1958 en El Nacional, de Caracas, Alejo Carpentier se quejaba de la disminución que había tenido la capacidad de lectura.

Sesenta y dos años transcurridos desde aquellos días en que brillaban en cartelera filmes como Fresas silvestres (Bergman), Senderos de gloria (Kubrick) y Trono de sangre, la versión de Macbeth con que Kurosawa reverenciaba a Shakespeare.

Filmes todos que debían ser vistos en los cines, pues había que superar la imaginación de Julio Verne para predecir el audiovisual por llegar, a la manera en que hoy lo conocemos, y que, entre otras facilidades y acomodos, permite cargar con cientos de películas en un bolsillo.

Años antes, la aparición de la televisión había presentado credenciales competitivas frente a la lectura, pero Carpentier ni siquiera la menciona como causa y  más  bien –aunque tampoco lo dice explícitamente– el porqué elíptico parece apuntarlo hacia el desarrollo de la civilización moderna, cada vez con menos tiempo y más apresurada, a tono con los veloces artefactos de transporte que se inventaban.

En aquel artículo, dedicado a poner en tela de juicio a los lectores que tachan de «autor difícil» a cualquier escritor que se salga, en lo creativo, de una narrativa convencional (Faulkner, Thomas Mann, Hermann Broch), y también a exponer el concepto moderno de novela, Carpentier le dedica el último párrafo al tema que aquí nos ocupa: «En un mundo más poblado, se vende un mayor número de libros, ciertamente. Pero es indudable también que, en un vasto público, la capacidad de lectura ha disminuido. En los años del romanticismo, cualquier novela tenía dos o tres tomos –como La Cartuja de Parma, El rojo y el negro o La educación sentimental. Más aún: era más difícil vender la novela en varios tomos que el volumen aislado. Hoy, a menos de tratarse de una novela cíclica, debida a una pluma más que consagrada, muchos editores rechazarían una novela cuya extensión fuese de dos volúmenes». ¿Cuánto más han disminuido los lectores desde que Carpentier dejara escrita la constancia?

Las crisis de las editoriales, y el cierre de las librerías en el mundo, de lo cual no escapamos, se siente de manera muy especial por aquellos que crecieron amando el manoseo de las páginas, los olores del papel, la dicha de comprar un libro y correr a casa a leerlo.

Cierto que siguen siendo menos los que entran (desarrollo de las tecnologías, potencial de lectores pasados por completo al audiovisual y todo lo que se le quiera agregar al tema de la disminución de la lectura en soporte tradicional), pero todavía hay gente viva que lo hace y lo disfruta y para la cual, tan pronto lo permitan la brutal pandemia y las posibilidades materiales, las librerías que permanecen cerradas (calle Obispo, acabo de verte recuperando tu vitalidad) debieran ser abiertas.